El Tártaro en Iztapalapa
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Foto: Especial You Tube
El estruendo no sólo reventó los cristales: abrió un hueco en la memoria de Iztapalapa. El día se iluminó como si alguien hubiera destapado el fondo de la tierra…
POR NANCY CASTRO
Parece que la balanza se inclina a que septiembre sea el mes del caos, de la entropía.
Eran las 14:20 miércoles 10, una pipa de gas LP transportaba 49mil 500 litros cuando perdió el eje y se impactó debajo del puente de la Concordia en Iztapalapa. El gas se escapó e inmediatamente ardió como si el Tártaro hubiera trepado a la superficie. En la mitología griega, el Tártaro es el lugar donde los titanes pagan su rebelión: un pozo profundo, ardiente, sin salida.
En las colonias, las familias quedaron en un círculo parecido: casas convertidas en cenizas, coches, transporte público calcinado, cuerpos ardiendo en busca de ayuda. Pasillos ennegrecidos, el olor que no se borra. Para esas personas la realidad explotó, el castigo las alcanzó igual, como si la negligencia oficial tuviera el rostro de un dios diferente.
Las familias entierran a sus muertos. Los sobrevivientes cuentan una y otra vez cómo sonó el rugido, cómo se encendió el cielo, cómo corrieron sin mirar atrás…”
La tragedia del puente de la Concordia, dejó un saldo de muertos y heridos —la cifra oficial varía según las autoridades—, pero en las calles de Iztapalapa el conteo no se mide en números: se mide en relatos. Cada familia carga con su versión del infierno.
Las sirenas, los gritos, las columnas de humo recordaron a los presentes que el fuego no distingue nombres ni edades.
El estruendo no sólo reventó los cristales: abrió un hueco en la memoria de Iztapalapa. El día se iluminó como si alguien hubiera destapado el fondo de la tierra. El gas acumulado, años de descuido y promesas incumplidas, encontró una chispa y la convirtió en sentencia.
“Fue como si la tierra nos escupiera”, dice una mujer que perdió a su hijo. Su voz suena a condena eterna, a esas voces que, según los antiguos, resonaban desde el fondo del abismo.
Los sobrevivientes caminan sobre las ruinas como sombras. Personal de Protección Civil recogen pertenencias chamuscadas, el teléfono de Daniela 19 años, universitaria, detrás del teléfono se escucha la voz de su madre angustiada, contrita. El representante de Protección Civil resuelve con esperanza, “Ahorita vamos a localizar dónde está ella y en cuanto sepamos nos comunicamos”. Se confirmaría dos días después que murió en la explosión.
Los sobrevivientes caminan sobre las ruinas como sombras. En cada gesto hay algo de Sísifo cargando su piedra, como Tántalo buscando agua que se escurre. En Iztapalapa, el Tártaro no está bajo el suelo: se extiende sobre las calles, en la memoria colectiva, en la certeza de que el fuego se apagó pero la condena permanece. Alicia de 49 años era checadora de transporte en la base de Santa Marta, cubrió con su cuerpo a su nieta de dos años. Las llamas le alcanzaron a un 80% de su cuerpo. El jueves se dio conocer su fallecimiento. Su nieta Azuleth presenta daños en un 60% y sigue en terapia intensiva.
La explosión terminó en segundos, pero el eco continúa, como los lamentos que, en la leyenda, nunca dejan de sonar. Los vecinos hablan de un rugido que parecía venir de abajo
Hoy en las colonias aledañas, los muros quemados, parecen dar entrada al inframundo. No hay titanes ni héroes mitológicos, sólo habitantes entre ruinas, intentando reconstruir memoria. El tártaro en Iztapalapa, no es leyenda: es una herida abierta en medio de la ciudad.
Desde ese día, a las puertas del hospital Leñero, familiares de las víctimas esperan tener noticias positivas, otras leen en la estructura de un teléfono las listas de las 90 víctimas que se encuentran en observación o en terapia intensiva, de a cuerdo al grado de quemaduras que va desde el 10 hasta el 100% , se clasifican con el acrónimo “SCQ” (superficie corporal quemada) al lado de cada nombre.
Se hablan de las medidas que pudieron evitar el accidente. Según las prácticas de seguridad para transportes de combustible: regulación estricta de velocidad de pipas de gas, rutas seguras y delimitadas para vehículos con materiales peligrosos, mantenimiento y revisión frecuente de la pipa (estructura, frenos, neumáticos y válvulas) Seguro vigente y responsabilidad civil y ambiental, inspecciones y fiscalización regulatoria, capacitación del personal (choferes, auxiliares, respuesta ante emergencias, vías de escape, protocolos al darse a la fuga. Alertas tempranas y sistemas de monitoreo de carga. Protocolos de emergencia claros y accesibles para la población. Infraestructura adecuada en las rutas (señalización, curvaturas, pendientes, puentes seguros)
Tal y como apuntó la fiscal capitalina, el exceso de velocidad pudo ser una de las razones del volcamiento que desencadenó la tragedia. El chófer de la pipa, Ubaldo García, se encuentra en situación crítica. No ha sido detenido, pero está bajo custodia.
Las familias entierran a sus muertos. Los sobrevivientes cuentan una y otra vez cómo sonó el rugido, cómo se encendió el cielo, cómo corrieron sin mirar atrás. Mientras las autoridades prometen nuevas revisiones y sanciones, la pregunta persiste: ¿cuantas veces más deberá abrirse el Tártaro para que la ciudad aprenda a cerrar sus grietas?