Escupiendo al cielo gris del Zócalo
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Foto: Édgar Negrete / Cuartoscuro
En 7 años de un régimen que frenó exitosamente el descontento social, a la fecha su desgaste es un riesgo mayor por la profusión de demagogia.
POR GUILLERMO FABELA QUIÑONES
Qué más quisiera, el ciudadano común, que la visión que tiene el grupo en el poder sobre el rumbo que sigue el país, fuera cierta, inobjetable. Pero tal perspectiva es falsa, como se corrobora en cuanto se compara, con elemental detenimiento, lo que se observa en la realidad, y los dichos de quien asumió la responsabilidad de construir un “segundo piso de la Cuarta Transformación”. En su primer año al frente del Ejecutivo, quedó en evidencia que la demagogia, como método de gobernanza, no encaja en el estilo personal de la presidente Claudia Sheinbaum; es obvio el contraste irreductible entre los discursos presidenciales y los hechos que se pretende magnificar, endilgar a la oposición, o minimizar según el caso.
En Oaxaca, donde inauguró el ramal del Tren Interoceánico de Tonalá, Chiapas a Ixtepec, Oaxaca, la mandataria afirmó que sólo “unos poquitos” añoran el régimen de corrupción y privilegios. Dio por sentado que la situación del país es diferente, cuando la realidad nos muestra que se mantienen incólumes ambos flagelos, como lo confirman organismos internacionales, mediciones que ratifican la imposibilidad de que por decreto se ponga fin a una súper estructura comparable a una gigantesca telaraña, que crece sin control por las condiciones de putrefacción acumulada en siglos, alimentadas los últimos siete años por un sistema político cuya supervivencia la determina su capacidad para convivir con los arácnidos.
No se puede añorar lo que se vive cotidianamente, como equivocadamente cree la inquilina de Palacio Nacional. ¿Acaso no surgió una nueva clase de privilegiados a partir de que Morena asumió el poder con la intención de consolidar un régimen sin contrapesos? Esta realidad no la inventan los medios ni la evidencian los “comentócratas” que tanto repudia la mandataria, siguiendo el ejemplo de su antecesor. Es de tal magnitud esta situación que ya es motivo de atención mundial, la cual se habrá de reforzar por un asunto tan frívolo como el concurso Miss Universo, donde se desató un escándalo internacional por el modo vituperable en que la representante de nuestro país ganó el cetro en disputa.
Se añora lo que alguna vez se disfrutó, como por ejemplo los años en los que México mantenía un liderazgo indisputable en América Latina de crecimiento económico sin inflación, etapa que se describió como “Milagro Mexicano”; dos sexenios en los que el PIB no bajó de 6 por ciento anual, circunstancia que se reflejó en estabilidad política y desarrollo social, con algunos episodios perniciosos y dramáticos por los sueños regresivos de una minoría reaccionaria, con apoyo de la Casa Blanca para frenar el impulso de un Estado decidido a apuntalar a México entre las diez economías con más crecimiento en el mundo.
El modo de producción neoliberal, a partir del año 1983, puso fin al régimen surgido de la Revolución Mexicana. No cabe añorarlo, en tanto que se mantiene vigente, con la variante política del populismo, fachada para ocultar el interior de un edificio con cuarteaduras que lo ponían en riesgo. De ahí el relevo que permitió e impulsó la cúpula oligárquica para poner fin a la descomposición producto de tres décadas de ejercicio del poder, manifiestamente inclinado a favorecer intereses excluyentes.
Sin embargo, en siete años de un régimen que frenó exitosamente el descontento social, a la fecha su desgaste es un riesgo mayor por la profusión de demagogia, cuyos efectos son contraproducentes para el sistema político, al apuntalar una polarización desgastante que hace inviable, a mediano plazo, la estabilidad sin el uso de la fuerza. Ello debido a la descomposición social acelerada, como consecuencia de la ineficacia de la mentira y el cinismo como arma fundamental para contener a las clases medias, cuyo destino hoy, es sumarse a la minoría que salió de la pobreza extrema; no estructuralmente, pues las condiciones económicas, sociales y políticas que la crearon se mantienen firmes.
De ahí que llame poderosamente la atención el discurso de la mandataria en la ceremonia conmemorativa del 115 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, ya que manifiesta el absoluto alejamiento de la realidad por la élite gubernamental. No sólo al considerar que la pretendida Cuarta Transformación es ya un hecho histórico consumado, sino por su prodigalidad en argumentos acusatorios y justificatorios, que fácilmente se le revierten. He aquí algunos ejemplos:
“La Transformación que inició en 2018 está fuerte porque hay honestidad, resultados y amor al pueblo. Porque cuando un pueblo reconoce su historia, su dignidad y su fuerza colectiva, defiende sus conquistas. Por eso hoy, con la fuerza de nuestra memoria colectiva, afirmo: ¡México no volverá a caminar hacia atrás! La paz y la tranquilidad son fruto de la justicia. Por ello, no tienen resonancia los discursos que normalizan la violencia como camino, que glorifican la imposición o que pretenden restaurar un país de privilegios para unos cuantos”.
Sobran comentarios ante hechos tan obvios como la deshonestidad como forma de ejercer el poder. ¿Acaso Tabasco no era efectivamente un edén antes de la llegada del obradorato al poder? El pueblo tabasqueño añora esos tiempos, y le preocupa profundamente que no hay visos de que la situación se componga; no, desde luego, mientras la impunidad se mantenga como camino que afiance los “privilegios para unos cuantos”. Los hechos nos demuestran que México camina hacia atrás, tanto que ahora se vislumbra en el horizonte la etapa en la que los cacicazgos regionales eran la herencia dejada por la fracción victoriosa en el movimiento armado de 1910 a 1920.
Podría decirse que se quieren revivir las condiciones socioeconómicas previas. Así lo dijo la mandataria para deslindarse de esos tiempos: “El Porfiriato de entonces es el mismo al que quieren convocar ahora: al del despojo, al del exterminio silencioso, al de la esclavitud, al de una prensa callada, al de una paz impuesta”. En el colmo de la ceguera como justificación al cinismo, afirmó: “Hoy el gobierno dejó de ser un espacio reservado para uns cuantos. Ya no es un club de privilegiados. Hoy representa a todas y a todos: a quienes estudian, a quienes trabajan, a los comerciantes, a los jóvenes, a los indígenas, a las mujeres, pero sobre todo, representa a las y los que menos tienen, a las y los humildes, para poder conseguir su bienestar”.
La terca realidad nos muestra que quienes “quieren convocar” el regreso al Porfiriato son quienes detentan un poder incontrastable; precisamente, “el club de privilegiados” que se hizo del poder por medio de actos ilegales, autoritarios; liquidando instituciones fundamentales para garantizar las libertades democráticas. El colmo del discurso fue afirmar: “Se acabó la era de los lujos del poder. Se gobierna con austeridad, con ética, con honestidad. Porque, que se oiga bien y que se oiga fuerte: ¡La autoridad moral no se compra ni con todo el dinero del mundo, se construye a lo largo de la vida con coherencia y convicciones!”.
Efectivamente: “Nada bueno puede surgir de quienes han hecho de la corrupción su modo de vida. Nada puede esperarse de algunos medios que usan su espacio para la calumnia, de algunos comentócratas que cambian de opinión según su conveniencia, ni de los poderosos cegados por la ambición”. Efectivamente, lo constatamos todos los días, en este país tan maravilloso que sigue siendo México, ahora dirigido por “poderosos cegados por la ambición”. La mayoría del pueblo los tiene plenamente identificados, no obstante que su soberbia es como una valla que los divide de las masas sin voz ni voto, supeditadas a callar ante la ignominia por su situación cada vez más humillante. Como en el Pofiriato.















