“Con el cuidado debido, siempre a la mano nuestro cubrebocas, habíamos disfrutado del silencio y de la posibilidad del aislamiento en pueblos cercanos, acompañados del pequeño, con quien incluso disfrutamos de momentos muy divertidos, inolvidables”.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Arantxa y yo siempre defendimos el uso del cubrebocas. Fueron muchas las horas en las que hablamos sobre el tema y más las que lo usamos como parte de un protocolo propio tomando en cuenta con mucho mayor interés las recomendaciones internacionales y de los expertos de la UNAM que las del gobierno mexicano. En esas conversaciones, que un día asumimos como “debate superado” frente a las falaces explicaciones oficiales, carentes de sustento científico pero que en algún momento consideramos en nuestras pláticas, terminó siendo ya motivo de mofa que el gobierno mexicano pretendiera ir a contrapelo del mundo y nos pareció repulsiva la desvergüenza del presidente López Obrador de no usar mascarilla, exponiendo a gente pobre a la que abrazaba y emulando el estilo de Donald Trump y otros líderes populistas.
Nuestros temores sobre el mal manejo colectivo de la enfermedad –y la absurda forma de comunicarlo– fueron cobrando sustento en la medida en que trascurrió la pandemia. Terminaría por contagiar a medio México y a prácticamente todos los políticos cercanos al primer mandatario. No es que fuésemos adivinos, sino que el comportamiento público era suficiente para verlo. Las muertes, que llegaron a superar el millar en un solo día, fueron convertidas en una simple y “lamentable” cifra. Cuando la OMS había establecido claramente el significado del uso del cubrebocas en una sola frase: “Las mascarillas son esenciales para eliminar la transmisión y salvar vidas”. Un estudio encargado por la propia organización, donde confluyen los gobiernos del mundo en materia de salud, y que fue difundido por The Washington Post ,concluía para junio de 2021 que 190 mil muertes pudieron evitarse en México si la pandemia se hubiera manejado con los estándares promedio internacionales, con la realización de pruebas y promoción del uso de cubrebocas.
Nunca estuvimos de acuerdo en que se bajara la guardia, que se intentara minimizar la pandemia por fines políticos. Supimos que la formulación de un esquema de protección propio es sumamente funcional. Combinamos los cuidados con la yoga, el ejercicio y una buena alimentación, basada en consumo de pescado, frutas y verduras, mucha agua y escasísima ingesta de carne roja y azúcar. Solo nos falló aquel día del último enero que nos confiamos sin cubrebocas en una reunión pequeña con familia y amigos. Lo tenemos muy claro. Lo asumimos y nos mantuvimos encerrados, lejos de nuestros seres queridos. Para entonces ya teníamos dos dosis de la vacuna y el efecto viral de ómicron fue mínimo.
Pero durante el resto de la pandemia, con el cuidado debido, siempre a la mano nuestro cubrebocas, habíamos disfrutado del silencio y de la posibilidad del aislamiento en pueblos cercanos, acompañados del pequeño, con quien incluso disfrutamos de momentos muy divertidos, inolvidables. No teníamos que dejar de vivir; más bien descubrimos una nueva forma de vivir. Nunca nos expusimos en eventos masivos ni en reuniones donde se convivía como si nada pasara. Para nosotros no desapareció el coronavirus cuando la gente salió irresponsablemente a las calles en tumultos hace justo un año y que consigné en la serie de crónicas La vida después de la muerte.
Desde el principio tu nombre debió ser puesto en alto. Y sin embargo te llamaron inútil, te ningunearon con ‘evidencias’ inexistentes. Te usaron, eso sí, para dividir a la gente: entre los que te querían y los que no. Provocaron un falso debate para beneficio del que vive de la polarización, que es el mismo que no da resultados y entonces contamina con el virus de la demagogia.
El drama siempre estuvo alrededor, con el pendiente de nuestras familias y amigos y el coraje y la impotencia de que una indebida estrategia produjera más muertes frente a la calamidad ya de por sí inevitable en todo el mundo, incluida la no pertinente forma de llevar a cabo la vacunación, como cuando por ejemplo dieron prioridad a los maestros y a comunidades pequeñas por encima de un criterio de concentración poblacional contagiada que recomendó el Grupo Técnico Asesor de Vacunación COVID-19, (GTAV). “En particular –se explicaba en el documento que dimos a conocer en abril del 2021-– la estrategia “Edad-Mortalidad Municipal” tendría mayores beneficios quela estrategia ’60 y más-Ruralidad. Nuestro análisis predice un impacto de entre 15% y 20% de diferencia en mortalidad potencialmente evitada. Esto se traduciría en aproximadamente 1,050 a 1,400 muertes adicionales por cada semana que se retrase el inicio de la vacunación en las localidades con más alta mortalidad acumulada, por iniciar en comunidades remotas (suponiendo 1,000 personas fallecidas cada día, nivel que se alcanzó en México desde el 15 de enero de 2021)”.
En nuestro Libre en el Sur dimos cuenta cabal de la manipulación de cifras con la vacunación, donde hoy mismo cuatro de cada 10 no están vacunados. En ese contexto, cuando se pregonaba a los cuatro vientos que el peligro había pasado, mi primo Rafael, que es como mi hermano, enfermó en mayo de Covid-19 y aún no entendemos –si no es por la inmensa cadena de oración que sucedió entre familiares y amigos— cómo la libró. Mi primo ha sido sometido dos veces a trasplante de riñón, cuando sufre de diabetes desde los siete años de edad. Fue intervenido con un cateterismo tras un infarto al miocardio y su situación general de salud es sumamente frágil. Mientras muchos festejaban el fin del mal de nuestro siglo, entre jolgorios, él –que se tuvo que mantener encerrado prácticamente por dos años ininterrumpidos— seguramente pescó la enfermedad de alguien sin mascarilla que estaba contagiado el día en que tuvo que acudir inevitablemente con el oftalmólogo a Médica Sur. Rafa sobrevivió pero supo de dos personas que murieron cerca de él, en terapia intensiva. Aún no entiende cómo pudo salvarse. Frente al agradecimiento a los doctores del Instituto Nacional de la Nutrición, le queda el coraje –eso sí— del “criminal” manejo de la pandemia por parte de las autoridades y el dolor de un ser humano sensible como él ante miles y miles de muertes que se pudieron evitar.
Salvar una sola vida merecía el uso masivo del cubrebocas y su promoción sin confusión. En la publicidad oficial nunca estuvo presente, mucho menos la forma adecuada de usarlo. Unas cápsulas del IMER, realizadas por su propio equipo, fueron la única iniciativa desde alguna dependencia oficial; por fortuna la red radiofónica mantiene cierta autonomía entre cientos de presiones por parte de Presidencia, según me he enterado.
Hoy anuncian con bombo y platillo que el uso del cubrebocas ya es voluntario… cuando nunca fue obligatorio ni promovido. Es como una burla. Toca recordar mi columna del 18 de enero de 2022, que escribí una vez que libramos la enfermedad, a la que puse de título Querido cubrebocas. Dejo con ello un pequeño homenaje a quienes se revelaron en favor de la vida a las directrices gubernamentales, sea con los protocolos que llevaron a cabo en sus casas, sea denunciando o haciendo la crítica a las graves omisiones de la autoridad. Este es el texto:
Desde el principio tu nombre debió ser puesto en alto. Y sin embargo te llamaron inútil, te ningunearon con “evidencias” inexistentes. Te usaron, eso sí, para dividir a la gente: entre los que te querían y los que no. Provocaron un falso debate para beneficio del que vive de la polarización, que es el mismo que no da resultados y entonces contamina con el virus de la demagogia. En la UNAM tuviste una defensora de primera; por eso luego esa institución fue acusada de “neoliberal”, por contradecir a los que justificaban que el Presidente te hiciera “fuchi guácala” y te cambiara por “detentes”.
Mario Molina, nuestro Premio Nobel de Química, murió poco después de sustentar tus beneficios, de adelantarse con otros científicos de varios países a advertir que el coronavirus se contagiaba a través de su forma en aerosoles y que por ello tu uso era una mejor protección que la tan cacareada “sana distancia”, que así le llamó el gobierno mexicano a la distancia social por propaganda. En su momento, Molina también fue descalificado. Lo que pasa es que en la medida en que se van confirmando los conocimientos de los que sí saben, no solo se calla como si nunca se hubiese dicho sino que se recurre a la confusión para que se olvide que en otros tiempos te vilipendiaron. Claro, después de más de 600 mil muertos…
El comercialismo también te devaluó. Como si lo que estuviera en juego fuese un asunto de estéticas y no de protección de la vida, otra parte de ignorantes, una vez que aceptaron tu buen desempeño, te negaron por feo y buscaron versiones chafas pero bonitas: Que de payasito sonriente, que de Bugs Bunny o simplemente de figuritas. O con “bigotes”. Sin importar certificación sanitaria alguna, los impostores se valieron del glamour o la sensualidad para diseñar modelos de retazos que le vayan a prendas diferentes, sea para su oferta en los vagones del Metro –bara-bara– o en las esquinas convertidas en tendederos. O la venta fashion, con “cubre” de marca: Licras que se amoldan a la piel del rostro para destacar los cachetes y dar la exacta combinación con los párpados teñidos, resaltar los ojos, mientras las moléculas del virus entran y salen de la nariz como por la puerta de su casa.
En realidad les faltó creatividad, que ya pudieron hacer creer a los incautos que las siglas N-95 o KN-95 daban la fuerza moral necesaria para sobreponerse a cualquier mal. Nada difícil ante un público que consume las mentiras de “las mañaneras”. Pudieron decir, por ejemplo, que existe “evidencia” de su efectividad en Júpiter y que ello ha sido probado y comprobado por la interplanetaria 4T y sus representantes sanitarios, contrario a todo lo difundido por la “infodemia”. Pero no: te trataron como un pequeñoburgués caprichoso y terco, conservador. Más cuando gobiernos municipales emanados de otros partidos políticos te adoptaron y publicitaron tu uso hasta en esculturas de próceres.
Pasó una cepa y otra; llegaron las vacunas con su esperanza, volvió la desesperanza cuando se supo que su efectividad era temporal. Llegó la variante Ómicron. Y cada vez tus bondades salieron más a flote, como la única barrera real que no consistiera en encerrarse entre cuatro paredes la mitad de la vida. La estafa de los cubrebocas “patito” comenzó a ser desvelada cuando se supo que por su fina tela se colaban virus aún más finitos. La verdadera “evidencia”, la del mundo, puso al fin en mayor evidencia la falta de solvencia moral del gobernante contagiado dos veces, despreocupado de contagiar, así como su mal ejemplo al “pueblo bueno y sabio”.
Algunos afortunadamente, querido cubrebocas, te valoramos siempre.
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