Ciudad de México, septiembre 19, 2025 17:32
Cultura

Nostalgia de sueños en tiempos convulsos, en el homenaje al poeta Luis Melgar Brizuela

Un exilio del salvadoreño hecho de palabras y resistencia

El Poemar’, como testamento de memoria y esperanza

STAFF / LIBRE EN EL SUR

La tarde del jueves 18 de septiembre, bajo un chubasco breve que pareció una bendición de agua y que, sin embargo, permitió a los invitados llegar secos, la Casa de Cultura Reyes Heroles, en Coyoacán, se convirtió en escenario de un homenaje entrañable al poeta Luis Melgar Brizuela. El Auditorio Morelos lució atiborrado: colegas, amigos y lectores —entre ellos muchos del círculo profesional de Ivonne Melgar, periodista de Excélsior y relatora en Libre en el Sur— ocuparon hasta el último asiento para honrar a quien, a partir de 1979, vivió exiliado en México durante diez años junto a su esposa Candelaria Navas. Sus hijas, Ivonne y Gilda, permanecieron en este país y aquí formaron familias con mexicanos, prolongando el exilio en un arraigo definitivo.

Abrió la memoria Candelaria Navas, con la serenidad melancólica de quien ha visto la historia de cerca. Recordó a los mexicanos que, en solidaridad, se sumaron a la guerrilla salvadoreña contra la dictadura militar. “Es importante escribir esas historias”, dijo, y Consuelo Sáizar —exdirectora del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y académica de las letras— la comprometió públicamente a hacerlo.

Sáizar subrayó la vigencia de Melgar en tiempos oscuros y dejó caer una frase que abrazó al auditorio:
“En este mundo de discordia, nos convoca la poesía”. Para ella, la obra del poeta es un cruce de caminos: refugio y resistencia, mirada lúcida y corrosiva. En sus versos, añadió, la fe no es alivio pasivo, sino enfrentamiento; la religión, levadura de justicia.

La poesía como refugio y resistencia

Siguió Rubén Aguilar, amigo entrañable y compañero de militancia. Tomó entre sus manos El Poemar y lo fue desgranando capítulo por capítulo, como si trazara un mapa de la memoria. Mencionó los trece apartados que componen la antología: Nudo de Amor, Piedra y Siglo, El Cristo de mi Padre, Contracantos, Los Dioses de la Guerra, Solo la Música, Así fue que cayó de vino tinto, Siete historias de Cuscatlán, Piedra de Toque, La Flor de la Mate, La Matini, El Poemar y Cien Arriba y Cien Abajo. Explicó cómo, de un título a otro, se dibuja la travesía vital del poeta: la guerra y el exilio, la fe y la ciudad, el amor y la música, la memoria de Cuscatlán y el vino tinto de la derrota, el pulso con la historia y el íntimo orden de las palabras. Se detuvo también en la música interna de la obra: versos breves como disparos, cantos extensos como letanías, prosas que mordían como aforismos. Y evocó las brigadas culturales que Melgar organizó en México, con lecturas de Efraín Huerta y Heraclio Zepeda, así como aquellas charlas en su casa cercana al Metro Tasqueña, donde decía vivir “con el orden raro de las palabras que lo buscaban”.

El libro.

El Poemar —101 poemas de trece libros— había sido preparado por el propio autor para publicarse en su cumpleaños 80. Cerró la selección en abril, pulió la edición en junio de 2023, pero no alcanzó a verla publicada. La editorial Seidas, en El Salvador, la imprimió con destino a la circulación gratuita, sobre todo en universidades de San Salvador, como quería Melgar: que la poesía anduviera suelta, como semilla.

El periodista salvadoreño Víctor Flores, avecindado en México desde hace décadas, trajo al presente el recuerdo más temprano: dijo que conoció a Luis “cuando yo era un chamaco”. Lo evocó como su joven discípulo, cuando apenas tenía veinticinco años. Habló del título El Poemar como un anclaje con el mar: identidad, horizonte, promesa. Señaló que, de todas las tragedias de aquellos años, nada conmovió más a El Salvador que el asesinato de Romero, y añadió que Luis Melgar siempre luchó contra los tiranos de ayer y de hoy, a los que ni siquiera es necesario ponerles nombre.

El político Rubén Moreira compartió la forma en que se acercó a la poesía de Melgar a través de Ivonne. Desde ese descubrimiento, confesó, quedó marcado por una poesía de fuego y ternura, capaz de mirar de frente a la violencia sin renunciar al amor. Citó un verso que estremeció la sala: “hay de mí que odio los uniformes y las balas.” Esa sentencia breve y demoledora condensó la claridad del poeta frente a la guerra.

Llegó el turno de las hijas. Gilda Melgar, conmovida, evocó los días más íntimos de su padre a través de la lectura de sus poemas. Ivonne, al borde de las lágrimas, habló de la imposibilidad de que su padre alcanzara a ver impreso este libro, el que había preparado con tanto esmero para sus ochenta años. Sus voces dieron cierre a la memoria: el hombre público y el hombre íntimo se fundieron en una sola presencia.

Coincidieron los participantes en que la obra de Melgar Brizuela no es sólo memoria, sino vocación activa: ideas que atraviesan la literatura para encarnarse en la vida. Recordaron, como ejemplo, cómo él mismo atribuía la muerte del poeta Roque Dalton a la incomprensión de sus propios compañeros de guerrilla, incapaces de leer la hondura de su literatura.

El homenaje concluyó con la certeza de que la palabra de Luis Melgar Brizuela trasciende tiempos y lugares: voz que convoca, memoria que duele y esperanza que se niega a rendirse. Esa tarde en Coyoacán, bajo el rumor de la lluvia ya apaciguada, todos confirmamos que sus sueños siguen vivos: nostalgia ardiente, canto abierto contra la oscuridad.

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