Ciudad de México, septiembre 16, 2024 12:52
Relatos

La narración es cosa de familia

“Las narraciones escritas de antepasados que no conocí y de todas las que a través de viva voz mi padre me transmitió, se convirtieron en referencias y ejemplos de vida a seguir que me ayudaron a aventurarme a hacer cosas nuevas, a experimentar, a atreverme”.

POR ESTEBAN ORTIZ CASTAÑARES

En recuerdo de mi padre.

La cultura de escribir y narrar se dio en mi familia desde tiempos inmemorables.

Mi padre guardaba textos escritos en 1867 de mis antepasados que narraban las aventuras que pasaron al viajar desde Guaymas a Ballenstadt am Anhalt, en Alemania.

Dos jóvenes hermanos, Vicente y Carlos Ortiz, partieron al viejo continente para estudiar ingeniería minera. Debido al conflicto que existía a causa de la intervención Francesa (en México), era muy peligroso viajar desde Chihuahua, donde vivían, hasta el golfo de México, por lo que decidieron hacer el viaje desde el pacífico, recorriendo toda América hasta la tierra del Fuego (en esa época no existía el canal de Panamá) y cruzando el Cabo de Hornos (en la Patagonia, muy cerca de la Antártida) llegaron al Atlántico, donde navegaron durante semanas hasta llegar al Mar del Norte, al puerto de Bremen en Alemania y de ahí a la ciudad de Ballenstadt, en transporte terrestre.

Según el escrito pasaron hambre y estuvieron a punto de padecer un amotinaje. Y todo esto lo conocemos gracias a las narraciones preservadas en su bitácora de viaje.

José Ortiz y Ortiz, padre de José Agustín. Foto: Especial

Mi abuelo llevó la narración a una forma de vida, convirtiéndose en cronista taurino; escribía cada domingo los pormenores y detalles de las corridas de toros, uno de los atractivos más importantes de la época, algo como el fútbol de ahora.

Sus narraciones eran vivas, ya que hablaba por la radio, y después escritas cuando las publicaba en el periódico Excélsior y en otros medios, como la revista Claridades. En su madurez fue el jefe de redacción de Jueves de Excélsior, encargado no solo de revisar los textos y dar estructura a la revista, sino de escribir cientos de artículos que consideraba podían ser de interés para sus lectores.

José Ortiz y Ortiz, con sombrero al centro del burladero, con personajes de la bohemia taurina, entre ellos Cantinflas y Agustín Lara. Foto: Especial

Probablemente el orgullo que generaba en su familia oírlo en la radio y el verlo largas horas trabajando en su máquina Olivetti, generaron un interés y vocación que decidieron seguir dos de sus hijos. Mi padre –el mayor– José Agustín Ortiz Pinchetti y su hermano pequeño Francisco.

Mi tío se volvió reportero y trabajó en distintos medios periodísticos. Con una gran capacidad de análisis y síntesis es un testigo y cronista de la historia moderna de México. En cada uno de sus artículos y libros, ha narrado muchos de los hitos históricos que han dado forma al México actual, siempre de manera muy amena, crítica e independiente.

Mi padre tenía un talento natural para narrar. Era claro que generaba gran interés de su auditorio e inspiraba.

Dibujos de José Agustín Ortiz Pinchetti sobre actividades deportivas.

A los ocho años participaba como orador en las misas celebradas para los grandes eventos familiares. Fue famoso el sermón de cierre que dio, en la boda de su tío Enrico, que causó tal sorpresa entre los asistentes, que algunos de ellos lo querían contratar para que diera presentaciones en eventos especiales. Cosa que mis abuelos no aceptaron.

Motivado a escribir por su abuela y por su padre, a los 12 años de edad creó una novela: Las Aventuras de Pepe Blanco; un refrito de los relatos de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, de Mark Twain. Su personaje tenía un sinnúmero de aventuras en la Selva Lacandona, incluso tuvo que enfrentarse a un león (para explicar su existencia en la selva mexicana, la historia consideró que se había escapado de un circo). Nunca publicó su obra prima, pero maravilló a toda su familia extensa cuando se las leía en voz alta.

En su juventud creó almanaques privados donde escribía el devenir del país, los hechos que consideraba más importantes; pensamientos, reflexiones, relatos de los numerosos viajes que hizo a lo largo del territorio mexicano, y los acontecimientos más importantes de su vida. Los escritos siempre los adornaba con ilustraciones que recortaba, dibujos propios o gráficas que hacían más vívida e interesante la informació

José Agustin y Beatriz, padres de Esteban, en una foto con amigos.

Quería ser escritor pero el riesgo a la pobreza lo impulsó a seguir una carrera de abogacía que desarrollo con éxito y que fue finalmente la plataforma de su libertad e independencia en todas sus actividades políticas.

Viñetas y mapas de José Agustín Ortiz Pinchetti

Sus narraciones las llevó también a la parte pública. En 1960 inició sus trabajos como escritor de política y economía en el periódico Excelsior y posteriormente en Uno mas uno y El Financiero. Desde 1991 hasta una semana antes de su muerte, tuvo una columna en La Jornada, cuyo título cambió conforme a los cambios políticos del país (El Equilibrista, El Despertar, Despertar en la cuarta república).

Todas las narraciones que hizo cubrían temas políticos, económicos y culturales. Siempre como artículos de investigación y análisis, donde mezclaba los hechos con sus reflexiones sobre el impacto que tendrían en el país.

“Al caminar por los andadores del techo, descubrir los baluartes y almenas de defensa ocultos nos imaginábamos cómo una minoría española había creado toda esa infraestructura por el temor siempre presente a una rebelión indígena. Nos sentíamos descubridores de un pasado oculto, parte de una gran aventura”.

Pero además, en los años setenta escribió sobre viajes en la revista Proceso, recomendando paseos de fin de semana a pueblos en las cercanías a la ciudad de México. Para poder escribir sobre esos temas, nuestra familia y amigos visitábamos distintos lugares en los alrededores del altiplano.

En estas excursiones trataba siempre de descubrir a la gente y los elementos de trasfondo, que generaban aquellas historias, narraciones; que daban significado e interés a las cosas.

Recuerdo que llegábamos a pueblos deschistados y hasta feos, que al vincularlos en sus narraciones con hechos históricos, políticos o culturales, adquirían un significado especial transformándose en lugares fascinantes.

En Cuautinchán, por dar un ejemplo, en el exconvento de San Juan Bautista, nos llevó a los pasos de ronda. En la visita, con sus narraciones, en un instante un monasterio tradicional de Puebla se convertía en una fortaleza oculta. Al caminar por los andadores del techo, descubrir los baluartes y almenas de defensa ocultos nos imaginábamos cómo una minoría española había creado toda esa infraestructura por el temor siempre presente a una rebelión indígena. Nos sentíamos descubridores de un pasado oculto, parte de una gran aventura.

Hubo cientos de anécdotas de este tipo. Sus historias transformaron un mundo cotidiano y simple en una aventura, llena de color y significado.

Dibujo del cerro de El Zomate, en Omitlán, Hidalgo.

Y así, las narraciones escritas de antepasados que no conocí y de todas las que a través de viva voz mi padre me transmitió, se convirtieron en referencias y ejemplos de vida a seguir que me ayudaron a aventurarme a hacer cosas nuevas, a experimentar, a atreverme. Además se convirtieron –como toda narración– en una síntesis del complejo mundo donde vivimos, que dieron un sentido y coherencia a mi existencia; y que me han permitido entender mi realidad y me han ayudado proyectar un futuro que he ido construyendo durante toda mi vida.

En general, las narraciones son el instrumento con el que el ser humano transmite sus experiencias y define una cultura común en una familia, una sociedad y una nación. Es el elemento que nos permite vincularnos y entendernos.

José Agustín Ortiz Pinchetti. Foto: Graciela López / Cuartoscuro

¡Gracias padre! Por haberme dado con tus narraciones una vida llena de color, aventuras y referencias de lo que soy.

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