Un caso concreto y muy preocupante ha sido dado a conocer recientemente por Libre en el Sur. Es un buen prototipo. Se trata de la calle Manzanas, entre San Lorenzo y Miguel Laurent, en Tlacoquemécatl del Valle, a un costado del parque San Lorenzo…”
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
La intensa demanda de estacionamiento para vehículos particulares en determinadas zonas de la ciudad propicia la actividad de quienes simplemente se apropian del espacio público para venderlo. Es cierto. También lo es que los propios automovilistas, que en realidad son víctimas de una extorsión, se convierten en cómplices al participar en el juego de la corrupción. Y que la autoridad es incapaz de hacer valer la Ley, ya sea por falta de estrategias eficaces o por colusión con los delincuentes. En el fondo estamos ante un fenómeno auspiciado por la ausencia de un Estado de Derecho.
Es un hecho que existe en la capital una mafia de acaparadores del espacio público. Alguien le ha llamado atinadamente la Mafia de la Franela. En realidad es un pulpo, formado por diferentes bandas que se reparten colonias enteras de la ciudad. Los jefes de esta organización utilizan a miles de peones, los llamados franeleros, que son quienes directamente ejercen tareas estrictamente delictivas para recaudar cuotas obligatorias a la ciudadanía. A veces son dos, tres, los franeleros que operan en una zona, en una calle; a veces son diez, veinte o más los que cooptan una zona especialmente productiva, como las inmediaciones de estadios o centros de espectáculos.
La recaudación individual es de entre 20 y 100 pesos por automóvil. El negocio global es de cientos de millones de pesos diarios. Una parte importante de esas sumas es entregada a las autoridades supuestamente encargadas de evitar esa práctica abusiva, prohibida por la Ley de Cultura Cívica de CDMX, por el reglamento de Tránsito y por otros ordenamientos.
El único antídoto aparentemente eficaz que parece existir contra esta lacra es la instalación de parquímetros. Son sin duda un instrumento eficaz para terminar con el apartado y venta de espacios públicos para provecho particular. Hacen innecesaria la intervención del franelero, pues el conductor directamente realiza el pago indicado y legal por el uso de un cajón debidamente marcado, por un tiempo determinado. El remedio ha funcionado en varias colonias capitalinas. Sin embargo, otra vez la corrupción y la colusión entre empresas y agentes gubernamentales ha dado al traste en gran medida con este aparente remedio, que funciona bien en muchas ciudades del mundo y también en algunas urbes mexicanas. Concretamente, no se cumple con el objetivo de destinar al beneficio directo de las colonias en las que operan un porcentaje de los recursos recabados. En el caso de CDMX, el tema se maneja con aberrante opacidad. Nadie rinde cuentas ni informa sobre el destino de ese dinero.
Benito Juárez es un buen ejemplo. En nuestra alcaldía hay una docena de colonias que durante el gobierno de Miguel Ángel, Mancera fueron incorporadas al sistema de parquímetros. En otras zonas que originalmente estaban consideradas, el programa quedó pendiente hasta la fecha.
Hay que reconocer que en un principio el recurso funcionó adecuadamente. En colonias como la Nápoles, Nochebuena, Ciudad de los Deportes, Insurgentes Mixcoac y otras, el arranque del programa de parquímetros fue un alivio. De pronto, la escasez de espacios de estacionamiento terminó. El pago hizo que cientos de empleados que habitualmente llegaban a su centro de trabajo en su auto, prefiriera dejarlo en casa y usar el transporte público para trasladarse. Y los franeleros desaparecieron.
Poco duró el gusto, sin embargo. Pasado un tiempo, empezaron a menudear las quejas de usuarios por los abusos y las arbitrariedades de los encargados de operar el programa, especialmente quienes acompañados por cierto de un policía instalaban las famosas “arañas”, actividad que pronto se convirtió en instrumento de extorsión. Otra vez. Por lo demás, el tiempo empezó a transcurrir sin que se informara a la ciudadanía, y particularmente a los vecinos de las zonas incluidas en el programa, sobre los montos recaudados, los porcentajes correspondientes a las colonias y sobre todo del destino final de los mismos.
Mientras tanto, en las áreas que quedaron al margen de este servicio al oriente de la avenida Insurgentes Sur, como las colonias Del Valle norte, centro y sur, Tlacoquemécatl y Actipan, donde hay una gran cantidad de edificios de oficinas, se concentró la actividad de la Mafia de la Franela para operar con absoluta impunidad.
Un caso concreto y muy preocupante es el dado a conocer recientemente por Libre en el Sur. Es un buen prototipo. Se trata de la calle Manzanas, entre San Lorenzo y Miguel Laurent, en Tlacoquemécatl del Valle, a un costado del parque San Lorenzo. El periódico digital documentó de manera detallada y contundente, con fotografías, la operación de un trío de franeleros que acaparan todos los días 64 cajones de estacionamiento, incluidos entre ellos una docena en lugares prohibidos con discos oficiales. Con otra particularidad: además de sus botes de plástico tradicionales, usan motos de la empresa Econduce para “apartar” con ellas espacios que luego “comercializan”. La cuota fluctúa entre los 30 y los 60 pesos, aunque en casos excepcionales puede llegar a los 100. Una media calculada por el mencionado medio indica un ingreso inicial básico de unos dos mil 600 pesos diarios. Sin embargo, esa cifra se multiplica con la reventa de lugares que se van desocupando durante toda la jornada, hasta superar los ocho mil pesos.
Además, los franeleros se atreven a presumir que tienen “arreglos” con la policía de CDMX para que les permitan “vender” espacios prohibidos y no sancionar a sus clientes-infractores. Por supuesto, esos sitios tienen un precio especial, sobre todo cuando el parqueo está lleno.
Las denuncias de Libre en el Sur, aparentemente atendidas solícitamente por la autoridad, incluido el mismo secretario de Seguridad Ciudadana (SSC) de CDMX, no detuvieron –ni siquiera menguaron- el negocio de los franeleros. Una patrulla se presentó efectivamente en el lugar. Sus tripulantes bajaron, observaron y tomaron fotos. Un agente inclusive platicó amigablemente con uno de los franeleros y pareció darle “instrucciones”. El vehículo policiaco se fue. Y los franeleros siguieron tan campantes con su actividad.
No hay vuelta de hoja: o el poder de la Mafia de la Franela es tal que ninguna autoridad, ni el mismísimo titular de la SSC (cuya “Unidad de Contacto” acusó recibo en Twitter) puede ponerle límites, o hay una colusión criminal entre los franeleros y los policías, que puede llegar a niveles sorprendentes dentro de la estructura de Seguridad Ciudadana de la capital. Válgame.
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