“Conozco los detalles que por confidencia con la gente afectada no revelo aquí, que son muchos y los vi de cerca. Lo que sí es que he decidido no quedarme callado sobre un personaje que se ha convertido en un monstruo que cobra del erario y al que no le importa más que él mismo”.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Fue encargado de una pandemia para que su jefe, el secretario de Salud, nadara de muertito. Supe de cerquita, testigo privilegiado, cómo investigaciones del Instituto de Salud Pública fueron minimizadas bajo su orden, cuando ya determinaban, con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2021, que el 30 por ciento de los mexicanos se habían contagiado de Covid-19. Lo callaron y era la prueba de que la estrategia era la “inmunidad de rebaño”, a costa de los muertos. Lo callaron, sí, contra toda ética y el derecho constitucional de los mexicanos a la información..
Me enteré por mis fuentes en la política, de primer orden, que el entonces subsecretario de Salud (ya incontrolable en su ambición) le frenó a Marcelo Ebrard las primeras dosis de la vacuna de Pfizer, como si no urgiera evitar las muertes. Lo escuché un día decir en la televisión que el cubrebocas no solo no servía, sino que además su uso era un problema dado que no habría suficientes para el uso sanitario en los hospitales. Me enteré por ahí y por otras vías que afirmó que las mascarillas no servían más que para impedir que el enfermo contagiara, no para que el sano no se contagiara, sin atender la lógica de que, a falta de pruebas suficientes –a las que él mismo se negó–, no se sabría quién estaba contagiado o no. ¿Por qué no lo habrían de usar todos para disminuir los contagios? Pues porque sus “evidencias” carecen de sentido común. Siento pena por el sustantivo que tanto devaluó, en detrimento de los científicos serios. “Evidencia” es hoy una palabreja usada como la mentira del poder público.
Ateo como es, anticlerical, no se burló de los detente del Presidente, avaló su forma irresponsable de gobernar –una forma criminal–, le dio atributos de una “fuerza moral” como la de un santo, no una fuerza de contagio, en cambio, aunque López Obrador nunca usó cubrebocas y llamaba a abrazarse en el peor momento de los contagios en el mundo. Fue un tapete, y no rojo sino guinda del peor gusto. El “experto” al que se le fueron yendo sus fans –y también sus amigos– desestimó decenas de veces el uso de cubrebocas, afirmaciones que luego negó como si la gente fuera bruta a pesar de estar grabadas sus declaraciones; fue publicado ello en la página oficial de la Secretaría de Salud. Está consignado en Libre en el Sur. No hay nada aquí que pueda desmentir. Tal vez pierda la compostura, como ya suele hacerle ante sus críticos desde esa superioridad moral.
El personaje, que avala un gobierno militarista cuando su abuelo fue desertor de las tropas de Francisco Franco en España, negó durante meses el exceso de mortalidad, intentó desacreditar con el supuesto irrisorio de las campañas internacionales a medios como el New York Times y Reforma (ignorante él del periodismo y de su significancia en la democracia), aceptar que esas muertes adicionales, que hoy representan el doble de muertos, sí existían. Al estilo de AMLO, el ahora suspirante descalifica a Reforma con adjetivos, y repite como si no tuviese identidad propia lo de “los conservas”, pero ha sido incapaz de desmentir siquiera media línea. Eso lo convierte en una persona limitada. En esa incapacidad ha preferido echar la culpa no al virus sino a la maligna “industria” que provoca diabetes y obesidad. Habló de un “veneno embotellado” al que no ha prohibió su venta como autoridad sanitaria. ¿No es criminal saber que es veneno y permitir que se consuma? Solo eso bastaría para que se hubiera ido.
Misógino como es, ofendió a colegas, sobre todo a mujeres, sin el menor conocimiento de nuestro quehacer, que básicamente consiste en preguntar y donde su obligación es responder, no hacer juicios de valor. Narcisista confeso, pretendió diagnosticarlas sobre su salud mental a ellas y a legisladoras. La talentosa periodista Peniley Ramírez lo puso merecidamente en su lugar y lo exhibió de tal forma que unos días despúés se acabaron sus conferencias vespertinas.
En medio de la tragedia de muertos, evitaba ir a hospitales, así fuera para expresar su solidaridad con los que estaban en primera fila en la batalla contra el virus, jugándose la vida. Permanecía al celular, en su casa, “aprendiendo” de cosas de Internet, y cuando salía era para pasear en un parque, ir a comer a restaurantes caros y tomarse fotos, sonriente. Ah, o irse de vacaciones con su novia, sin cubrebocas, mientras seguía muriendo la gente. Su defensa de los pobres se ha reducido a vivir en departamentos lujosos de la Condesa o de Coyoacán, privilegio que le ha concedido la 4T. Si el Presidente no lo corrió (a mí me daría pena que AMLO me dijera que soy talentoso), fue porque con ello habría de reconocer el infame fracaso frente al virus.
Al fin de cuentas al Lider Máximo le fue excesivamente útil en los propósitos políticos, no sanitarios. Como cuando acomodó las campañas de vacunación a los tiempos electorales de los comicios del 2021 (el Grupo de expertos en vacunación, convocados por Salud, estuvo en contra de que priorizara, por ejemplo, la vacunación a los maestros, o que se inicará en zonas rurales de baja densidad poblacional).
Por cierto que evitó –y ahora lo evita en las entrevistas que escuchamos con periodistas críticos a los que acude por conveniencia–, decir que las vacunas no impiden el contagio, sino la enfermedad grave o la muerte. Ha callado ante los señalamientos en columnas tanto de Raymundo Rivapalacio como de Carlos Loret de Mola sobre que en la contingencia de la influeza el presidente Felipe Calderón pidió su remoción por incompetente, al negarse a realizar pruebas masivas, como ocurrió en el Covid-19 con su inútil “método centinela”, que por cierto hizo olvidar de un día para otro. Son cientas las contradicciones docuementadas, las mentiras. Pero aquí doy preferencia a las cosas que poco se han dicho.
El “licenciado”, como solían decirle sus amigos por hacerse tan formal y darse a conocer por sus peroratas y monólogos en reuniones sociales, muy a su estilo, se contagió dos veces por no usar cubrebocas; expuso a su hijo pequeño a reuniones de gabinete en que no usaban cubrebocas y lo llevó a parques donde lo dejaba a la suerte de fotógrafos y “fans” que le tomaban fotos siendo menor de edad. No apoyó al niño ni para que le hicieran una prueba de Covid, cuando estuvo con él ya contagiado. En ese contexto, había dicho que los padres de niños con cáncer mentían sobre la falta de medicamentos, y cuando ya no lo pudo sostener, se atrevió a afirmar, como un fanático chavista, que eran usados como parte de narrativas “golpistas”.
Realizaba conferencias de prensa donde establecía monólogos para que transcurriera el tiempo y se evitaran las preguntas de los reporteros. Me consta. Cuando alguno de esos cuestionamientos no le gustaba, engolaba el tono como autoridad suprema como si la OMS y las universidades que le contradecían le quedaran chiquitas. Negó la existencia de los aerosoles en el contagio, una y otra vez, cuando oportunamente lo advirtió nuestro Nobel Mario Molina y posteriormente el mundo lo confirmó.
Y ahora que quiere ser jefe de gobierno, se hace la víctima, al punto de inventar que familiares suyos murieron. Y, claro, hecha la culpa a los medios que desde su falso izquierdismo de burgués llama “medios corporativos”. A este periodista, que defiende la libertad de expresión y la dignidad de los colegas, y que no pertenece más que a un modesto medio que no pretende salvar a nadie pero sí evidenciar a los mentirosos, no le daría una entrevista porque sabe perfectamente que nuestro intercambio se trataría de la honestidad. Libre en el Sur reveló en exclusiva cómo el funcionario manipuló las cifras oficiales, con base en sus propias publicaciones.
Conozco los detalles que por confidencia con la gente afectada no revelo aquí, que son muchos y los vi de cerca. Lo que sí es que decidí no quedarme callado sobre un personaje del que hace más de tres décadas conocí su amabilidad y él la mía en las aulas de la secu y la prepa y que nunca pensé que se convirtiera en un monstruo al que no le importara más que él mismo. Yo no podía confundir la prudencia con una falta ética profesional, leal con mi oficio y el derecho e la gente a conocer la verdad, y como ser humano. En este oficio nunca la amistad se puede permitir una complicidad, como aprendí de Julio Scherer García. Sólo hay un responsable y es él: Cayó su teatro de showman cuando los montajes desde la Presidencia fueron desmentidos por circunstancias innegables que afectaban a otros, que se le pidió aclarar y no quiso. Vivir del cuento, cuesta: Engañó incluso a la gente de adentro y al ser descubierto injertó en pantera.
Ausente de la realidad como es constatable, el ex rockstar no llegará ni a la esquina. He platicado con psicoanalistas sobre el tema, y me han dicho tal cual que ante sus interlocutores impone el pene del macho supremo en la mesa y no la razón. La gente sabe que de estrella pasó a estrellado. Lo advertí a tiempo a gente cercana y amada. Pero el personaje miente como tantas otras veces –como cuando pretendió ocultar que estaba hospitalizado— y afirma que no busca de premio de consolación una curul para su impunidad. Eso debe ser repudiado hasta por los de la 4T, porque es un oportunista y significa un daño a la patria.
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