Migrar no es el problema
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La migración se ha convertido en uno de los temas centrales de la agenda de los gobiernos de derechas. No es casual: promover la migración como una amenaza resulta eficaz para generar miedo y cohesionar electorados.
POR NANCY CASTRO
El odio se lo están llevando los migrantes y el voto, los políticos. A ellos se les revisa el cuerpo, la lengua y los papeles; cargan a cuestas el sobresalto de haber sobrevivido a fronteras. Su piel conserva cicatrices y sospechas, mientras desde el poder se les promete seguridad a unos y se les contabilizan escaños, encuestas y aplausos a otros.
El 18 de diciembre es el día Internacional del Migrante, una celebración anual que tiene lugar desde 2000, instaurada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en ese mismo año.
La historia de la humanidad se ha construido, fortalecido y transformado a partir del intercambio y la movilidad de unos y otros…”
El Departamento de Seguridad Nacional, bajo el cual opera ICE, informó que ha “detenido a más de 236 mil inmigrantes indocumentados y deportado a 207 mil personas” desde el 20 de enero, el inicio del segundo período del presidente Donald Trump, señaló el periódico The Guardian.
La migración se ha convertido en uno de los temas centrales de la agenda de los gobiernos de derechas. No es casual: promover la migración como una amenaza resulta eficaz para generar miedo y cohesionar electorados. Construir la idea de que las personas migrantes son responsables de la inseguridad urbana o de la degradación social confronta, divide y desplaza la atención de problemas estructurales. Así, el migrante se convierte en chivo expiatorio, en el reflejo de todo aquello que una sociedad se niega a mirar en sí misma.
La clase política se ufana de simbolismos y narrativas que, poco a poco, van debilitando la voluntad crítica de la ciudadanía. El lenguaje no es inocente: criminalizar la movilidad humana normaliza la exclusión y justifica políticas cada vez más restrictivas.
Migrar es un derecho. Y aun así, hacerlo por necesidad ya implica una ruptura profunda: el desarraigo, la pérdida de certezas, la distancia con lo propio. Cuando, además, existen factores que impiden volver a echar raíz —la precariedad, el rechazo, la violencia simbólica o material—, la experiencia se vuelve aún más dura.
En México, según datos del INEGI, hay aproximadamente 1.2 millones de inmigrantes. Y aproximadamente en todo el país existen cien puntos de apoyo entre casas y albergues para el migrante, en el que les brindan asistencia temporal apoyo integral, incluyendo alojamiento temporal y comida, ropa y artículos de higiene, orientación legal y psicológica, cursos de idiomas y formación laboral (oficios, informática, búsqueda de empleo), actividades de integración y recreación, y apoyo en trámites de documentación.
México es uno de los principales puntos de flujo migratorio del mundo, debido a su ubicación geográfica y a su condición de territorio de tránsito e intersección. La migración responde a un fenómeno social y económico global: quienes se van lo hacen porque su país de origen ya no cubre sus necesidades básicas, profesionales o de seguridad. Nos estamos yendo porque el lugar donde nacimos dejó de ser una opción de vida. Porque estudiar, trabajar o simplemente vivir con dignidad se volvió imposible. Porque quedarse implica, muchas veces, poner en riesgo la propia vida.
Las razones para migrar son tan diversas como las personas que habitan el mundo. Sin embargo, al tratarse de un fenómeno permanente, los discursos políticos tienden a simplificarlo y utilizarlo como herramienta de confrontación. Aunque desde las políticas migratorias se proclame la defensa de los derechos humanos y la dignificación de la vida, en la práctica ocurre con frecuencia lo contrario: el tema se instrumentaliza, se capitaliza políticamente y se abandona en lo cotidiano.
Aun así, nunca dejará de haber migración. Ningún conflicto partidista podrá erradicarla. La historia de la humanidad se ha construido, fortalecido y transformado a partir del intercambio y la movilidad de unos y otros.
En México, el fenómeno migratorio suele manifestarse de forma menos coercitiva. Las facilidades —aunque imperfectas— para que personas de otros países se desarrollen económicamente representan también una oportunidad para el país. Por el contrario es un reto para el que migra en condiciones vulnerables, y se queda temporalmente en el país porque su destino está en el país vecino. Para personas originarias de México, Guatemala, El Salvador, Colombia, Cuba, Venezuela, Honduras, Nicaragua, un alto porcentaje en restricciones y rechazo de visado.
La migración no es el problema: lo es la decisión política de convertir la vida en frontera y el miedo en estrategia.















