Ciudad de México, diciembre 6, 2025 18:21
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El Mundial de Futbol: un negocio más elitista que nunca

Entradas en México: lujo para unos cuantos; fiesta del pueblo, solo en televisión

En tiempos de la 4T, los pobres estarán obligados a verlo de lejos, lleno de comerciales

STAFF / LIBRE EN EL SUR

El Estadio Azteca recibe las obras que el barrio ha esperado durante décadas. Las banquetas se reparan, las calles se pavimentan, las luminarias modernizan, las rutas de transporte se ajustan. La ciudad se viste de Mundial. Pero esa nueva cara no está pensada para quienes viven a diario ahí, sino para visitantes, turistas, corporativos —para quienes puedan pagar. Al estadio lo rodean grúas, focos, vallas; el balón ya no es protagonista. Todo indica que lo que se arma no es una fiesta popular, sino un espectáculo global de consumo.

Los boletos lo dicen claro: asistir al Mundial cuesta lo que para muchos es un lujo. Las entradas oficiales en México van desde 34,700 hasta 78,500 pesos, de acuerdo a sede y categoría —el tramo más alto corresponde al Azteca en Ciudad de México; en Guadalajara los boletos van entre 56,350 y 72,450 pesos; en Monterrey, de 34,700 a 55,350. EL PAÍS English

La FIFA ofrece como gancho boletos desde 60 dólares, pero ese precio base se esfuma ante la demanda global: por primera vez, se aplica un sistema de “dynamic pricing” que sube el costo conforme aumenta la demanda. Además, la reventa oficial —controlada por la propia organización— cobra comisiones a quien vende y a quien compra entradas.

Así, la pasión futbolera se filtra por la billetera: ya no gana quien grita más fuerte, sino quien paga más caro.

La ciudad gasta, la FIFA gana

El Estado mexicano —y en particular la administración de la Ciudad de México— se ha entregado como garante del negocio. No se limita a poner sedes: financia remodelaciones, infraestructura urbana, vialidades, transporte, accesos, preparativos.

La capital planea invertir más de 2,250 millones de pesos en pavimentación y rehabilitación de vialidades antes del torneo, con la excusa de recibir la afluencia mundialista. Por su parte, el Estadio Azteca (“rebautizado provisionalmente como Estadio Ciudad de México”) se moderniza con un presupuesto de más de 1,500 millones de pesos, priorizando zonas VIP, hospitalidad, iluminación de lujo, suites.

Paralelamente, México otorgó a la FIFA una exención total de impuestos para la organización del Mundial —un privilegio fiscal que convierte al país en socio comercial, no en regulador.

Mientras esto ocurre, los dueños de palcos adquieren el derecho a acceso automático, sin pagar extra; el resto dependerá de quién pague más caro.

El escenario es claro: el Estado pone, financia, exenta; la FIFA gana, vende, revende, capitaliza. La ciudad se transforma en vitrina — no en hogar para sus habitantes.

Turismo, derrama y desigualdad

El 2026 no es solo torneo: es plan de negocios global. Se espera que México reciba más de 5.5 millones de visitantes y que la derrama por turismo, servicios y comercio alcance hasta 3 mil millones de dólares. Se prevé también la creación de decenas de miles de empleos temporales en hotelería, servicios, logística… aunque la mayoría con salarios bajos y empleos precarios.

Mientras hoteles, marcas, corporativos y desarrolladores inmobiliarios celebran, las colonias populares alrededor del estadio ya observan los primeros efectos: alza en precios, especulación inmobiliaria, riesgo de desalojo, gentrificación. lo que para unos es “legado”, para otros es desplazamiento.

El estadio, las calles recién pavimentadas, los hoteles; todo se convierte en escaparate para el turista o el visitante adinerado. La promesa de “beneficio para todos” se desvanece: una minoría gana, la mayoría paga — no con su emoción, sino con su bolsillo, su ciudad, su memoria.


Cuando el balón se mezcla con los negocios de poder

El espectáculo mundialista no solo transforma estadios y calles. También reconfigura relaciones políticas. Durante la ceremonia del sorteo del Mundial 2026, la organización FIFA entregó a Donald Trump — presidente de Estados Unidos — el inaugural FIFA Peace Prize, un premio creado ad hoc para esa ocasión.

Presentes en la ceremonia estaban también los mandatarios de los otros países sede, incluyendo Claudia Sheinbaum, en representación de México. Sheinbaum posó junto a Trump, aplaudió, sonrió para la foto de lo que se vendió como la unidad continental en torno al fútbol mundial.

Pero esa imagen choca con una paradoja peligrosa: Sheinbaum, en los últimos meses, defendió la presencia diplomática de México frente al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, rechazando sanciones promovidas por Estados Unidos y abogando por la “soberanía” del país sudamericano.

Así, aparece una doble moral evidente: aplaudir a Trump por “paz” mientras se blinda un régimen ampliamente criticado por violaciones a derechos humanos. Un premio de paz otorgado sin criterios públicos claros, en una ceremonia de glamour global, sirve para legitimar alianzas y borrar contradicciones.

El premio —y la postura gubernamental— ponen en evidencia que el fútbol, la diplomacia y el espectáculo se han fusionado en una maquinaria donde la legitimidad simbólica vale más que la coherencia moral.

Para las grandes ligas, las televisoras, los gobiernos implicados —es decir, para quienes manejan el dinero— ese juego es rentable. Para quienes veían en el fútbol un espacio popular, de barrio, de comunidad: es una traición.


Cuando las luces del estadio se enciendan, cuando el himno suene, cuando las cámaras capten el grito de gol, muchos aplaudirán pensando en la “fiesta nacional”. Pero las gradas estarán llenas de quienes pueden pagar. Las calles se habrán pavimentado para turistas. Los contratos se cerraron con exenciones, privilegios, ganancias aseguradas.

Para la mayoría del país, la fiesta será un pasado: un recuerdo de lo que pudo haber sido. Verán el Mundial desde un sillón, con control remoto en mano, rodeados de anuncios, logos y promesas comerciales.

Este Mundial no es del pueblo. Es del negocio. Y la pelota, por desgracia, ya no rueda hacia los que la aman: rueda hacia los que la compran.

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