Un país que conjura la ira
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Foto: Moisés Pablo / Cuartoscuro
“En mi maqueta de la nación deseable, los hijos de La Malinche dejan de rumiar su enojo reciclado dando paso a la concordia como palabra preferida. Y el maltrato a los otros como sinónimo de soy chingón tiene mala reputación y nunca buena prensa”.
POR IVONNE MELGAR
México es demasiado en tanto y todo como para pretender un país distinto.
Porque son vastas sus manifestaciones de belleza, inteligencia colectiva, conocimiento para construir armonía…Y el agua brota, la luz solar fluye, las mareas son generosas, mientras las flores compiten con las frutas en ese frondoso y delicioso afán de seducir…
Claro que encantan los cerezos neoyorquinos, los girasoles de La Haya y las orquídeas de Singapur. Pero cómo envidiarles si nuestros árboles se inclinan para abrazarnos, modestos y reservados, en medio del asfalto, como los que me escudan en esta unidad habitacional del sur de la CDMX que, en los años 70, diseñaron unos gobernantes autócratas caciques, con la misma abundancia con que se acallaba y cooptaba a los opositores y a los críticos.
Imposible renegar de esta coexistencia de selvas, presas, minas, templos sagrados, palacios, iglesias, catedrales, monumentos con alas, muchedumbres que se pintan de calacas, alebrijes que desfilan y santos y niños dioses milagrosos.
Y cómo anclarse en antojos ajenos si aquí los rincones culinarios -para todos los presupuestos- nos dan las mejores réplicas de aquellos y, al mismo tiempo, una interminable recreación de los nuestros tan ancestrales como vanguardistas.
Pienso, por supuesto, en el pozole con maíz de esquites de nuestra recordada Chalita, la madre de mi adorado amigo Raúl Piña, autora de ese banquete que siempre añoro; el taco árabe de Puebla, los tamales de San Cristóbal de las Casas, la barbacoa que de Actopan o el Estado de México viene los fines de semana a las esquinas chilangas, el mole negro de Oaxaca, las quesadillas de quelites con chicharrón del tianguis de Acoxpa, el manjar de escamoles y chapulines dónde sea, la machaca con huevo, las pizzas a la mexicana, las pastas con picante, los frijoles puercos, el bacalao con salsa de guajillo y chile ancho, el pastel azteca rebosante de queso, los chilaquiles con crema ácida, el pan de muerto con doble dosis de sabor naranja, el ojo de buey, los bísquets calientes, el café de grano que llegó de Coatepec, el carajillo con hielo bien agitado, el arroz frito mixto en la comida china de Universidad, las Rosca de Reyes con costra de concha, el agua chile sinaloense, los encuerados de Florita en la venta de enero…
Así que mi patria perfecta tiene mezcal ahumado, banderita tequilera y tintos de Coahuila con ensambles de Baja California, mientras suena una inolvidable posada navideña en la que hay consenso para que se repita, sin tregua, hasta la madrugada, la canción de Mi credo de K-Paz de la Sierra.
Sin competencia en la fiesta, sea amenizada por José José, Luis Miguel, Los Ángeles Azules y un largo y diversificado etcétera, el México de mis amores tropieza sin embargo con la ira y la indolencia.
Es ahí donde me doy y la Virgen de Guadalupe no alcanza ni los discursos de que los derechos para todos y esa parafernalia que pretende quitarnos la memoria y decirnos que el mejor país es el de la unanimidad en torno a un mantra de propaganda y un par de apellidos idolatrados, donde, eso sí, no caben ni las cejas levantadas. Y de críticas y disidencias ni hablamos.
Por eso en mi maqueta de la nación deseable, los hijos de La Malinche dejan de rumiar su enojo reciclado dando paso a la concordia como palabra preferida. Y el maltrato a los otros como sinónimo de soy chingón tiene mala reputación y nunca buena prensa.
Es una amabilidad de diseño, por supuesto que sí, pero con una explicación de por medio que la sustenta, porque el alma colectiva ligera y democratizada nunca es gratis, diría Marx y los maestros que en el CCH nos advirtieron que las condiciones materiales determinan todo lo demás.
Así que en el GPS para la erradicación de la hostilidad como método político y la humillación como identidad ideológica hay un Sistema Colectivo del Metro sin olor a orines en las estaciones de transbordo y unidades suficientes de Metrobús a todas horas y siempre; y congresos empecinados en eliminar la escasez en los servicios hospitalarios, tercos diputados en legislar sobre dolores evitables y senadores que nunca se distraen en enemigos inventados porque han decido ponerle fin a la normalización de la violencia, el cobro de piso, la extorsión, los funcionarios que se venden al jefe de plaza y a cualquier expresión de la paz narca.
En ese México libre de estás conmigo o contra mí, cuando se presume que aquí los derechos cuentan y son para todos, todos entonces nos esforzamos por ejercer y hacer cumplir un derecho cuyo cumplimiento no depende de la secretaría de Hacienda ni de la suprema corte de justicia ni de la coerción del Estado: el de tratarnos bien porque nos sentimos iguales en serio y lo vivimos así.
Un país donde la ira únicamente se active cuando el derecho a dormir, cantar, comer, reír y tratarnos bien se ponga en entredicho.
De la serie Como imaginando un país propio.