Libre en el Sur

EN AMORES CON LA MORENA / Pedro Páramo en la corrección política

El histrionismo de Tenoch Huerta aparece igual de exagerado que sus intervenciones públicas, no carente de talento pero evidentemente sobreactuado para hacer de su personaje un ícono que embone con su discurso.

POR FRANCISCO ORTIZ PARDO

La nueva película de Pedro Páramo, una producción de Netflix en la que el galardonado cinefotógrafo Rodrigo Prieto se estrena como director, es una versión correcta en tiempos de corrección política. Con los méritos de ser una versión más libre en su planteamiento estético que en su propio encadenamiento ideológico, parece tratarse de un reto del propio Prieto para ponerse al “tú por tú” con el mítico Gabriel Figueroa, que realizó la fotografía de la primera película de la obra magnífica de Juan Rulfo, en el año 1967.

Con las posibilidades que le dio dirigir su propia película, Rodrigo Prieto se queda lejos de la genialidad de Figueroa, que en su Pedro Páramo convirtió las luces y las sobras en personajes; pero sí que aprovechó el nominado al Oscar su talento para regalarnos imágenes surrealistas y fantasmagóricas que hacen de su versión una que subyace totalmente en la fotografía. Y hay que decirlo: Lo hace de forma excelsa.

En cambio, el guion del nuevo Pedro Páramo palidece ante aquel de la película que dirigió Manuel Barbachano Ponce hace 57 años y en el que participó Carlos Fuentes: La mala fortuna de caer en las garras de la ideología. No es improbable que ello haya ocurrido por dar cierto gusto a Tenoch Huerta, que antes lucró políticamente con el tema de la “pigmentocracia” para ganar notoriedad y que es coproductor de la cinta y actor protagónico en el papel de Juan Preciado. El propio histrionismo de Huerta aparece igual de exagerado que sus intervenciones públicas, no carente de talento pero evidentemente sobreactuado para hacer de su personaje un ícono que embone en su discurso. “Eres más morena que yo”, le dice en un momento Eduviges a Dolores, en forzada y fallida manoseada a la novela de Juan Rulfo. Además, las imágenes cerradas al rostro de Tenoch Huerta y sus marcas resultan un tanto chocantes.

Tenoch Huerta, promotor principal de un colectivo llamado Poder Prieto, dejó de hacer esa militancia a partir de que María Elena Ríos, una destacada saxofonista, lo acusó de ser un “depredador sexual”. Huerta reapareció a mediados de este mes, en el marco de la presentación de Pedro Páramo en el festival de Morelia, para defenderse al fin de esos señalamientos en su contra. Para el momento de las acusaciones de María Elena contra Tenoch, en junio del 2023, ya llevaba un mes el rodaje de Pedro Páramo.

Entre la ligereza con la que Tenoch Huerta pretendía argumentar acerca de ese racismo en la sociedad y en el medio del cine –donde en el caso de México él ha sido beneficiado con una serie de protagónicos y el Premio Ariel— estuvo la acusación, prácticamente gratuita y sin fundamento, de que los ex alumnos del Colegio Madrid, una institución fundada por republicanos españoles, son “izquierdos fachos”. Por supuesto que señalamientos tan obtusos se desdibujaron a la hora en que él mismo fue acusado de abusador por parte de María Elena, una mujer de origen mixteco que no solo había sufrido el racismo prevaleciente contra los indígenas sino que además fue víctima de un ataque con ácido al rostro, mucho antes que el episodio con Tenoch.   

El problema es comprobar en una cinta como la nueva Pedro Páramo que la ideología le compite al talento. Carente del blanco y negro en la fotografía al que pienso que en el caso de Juan Rulfo nunca conviene renunciar, Prieto opta por el color para hacer contrastar el rostro de Tenoch Huerta con la tez blanca de un Pedro Páramo más bien deslavado en la personificación de Manuel García-Rulfo. No es en la mayor parte su culpa: El guion de Mateo Gil y la dirección de Prieto lo despojaron de las características del cacique rural al que Rulfo quiso dibujar. Me quedo en todo caso, por aparecer con mayor naturalidad, con las actuaciones de Dolores Heredia, Ilse Salas y Roberto Sosa. También es destacable la música de Gustavo Santaolalla, ganador del BAFTA, el Globo de Oro y dos veces del Oscar.  

La formidable presencia de John Gavin e Ignacio López Tarso como Pedro Páramo y Fulgor Sedano en la película de Barbachano Ponce evidencian que Rodrigo Prieto se metió en camisa de once varas cuando optó por los estereotipos. Al renunciar a la naturaleza de la obra de Rulfo sobre los abusos del poder y sus víctimas como parte de la cultura nacional, así como las entrañas de ese México en el que –con todo–, hay gracia e ingenio, los momentos de fantasías sexuales magistralmente fotografiados entre Nico Aguilar y el propio Rodrigo Prieto, serán merecedores de premios.

Lo paradójico es que el Pedro Páramo de Barbachano resultó un fracaso ante los ojos de la crítica. Tal vez sea que la de Rodrigo Prieto llega justamente en un mejor momento para la corrección ante la que se agacha y eso le haga tener mejor suerte. Por lo pronto, ya la actuación de Tenoch Huerta fue ovacionada en el Festival de Morelia.

Claro que hay que decir que lo mismo Pedro Páramo que Cien años de soledad no lograrán buen puerto en el cine porque es imposible que le compita a la imaginación de sus autores y la de sus lectores. Pedro Páramo, como tal, nunca debió ser mostrado de carne y hueso porque en realidad solo existe uno de sus hijos, Juan Preciado. Pero ya que se decidió a hacerlo, Prieto perdió oportunidades notables en su opera prima. A pesar de contar con una deslumbrante y costosa producción, dejó escapar por ejemplo la escena de la boda entre Pedro Páramo y Dolores Preciado, que sintetiza prácticamente todo ese pequeño y basto mundo rulfiano: esa agridulce forma de vernos a nosotros mismos.    

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