Ciudad de México, noviembre 4, 2025 03:12
Alcaldía Benito Juárez Religión Tradiciones

Pone templo de Tlaco rostro a la Muerte

Decenas de marcos con fotos de vecinos difuntos penden del frontispicio del templo, creando un inédito retablo colectivo y público que detiene el paso de la Colonia del Valle.

Triple Homenaje: La ofrenda combina el tributo a la comunidad con la devoción a santos, en un templo que ya integra la herencia prehispánica en su altar.

STAFF/LIBRE EN EL SUR

En medio del ajatreo dominical que caracteriza a la Alcaldía Benito Juárez, la Parroquia del Señor del Buen Despacho, en el emblemático Parque Tlacoquemécatl, emerge como un inesperado y conmovedor epicentro de la memoria colectiva.

Esta iglesia, singular en la capital por ser una de las únicas dos abiertas las 24 horas del día, brindando consuelo y refugio a cualquier hora de la madrugada, ha vuelto a anclar a sus feligreses con una celebración de Día de Muertos que es un testimonio palpable del arraigo vecinal y del profundo sincretismo cultural que define a la nación.

La estructura del templo es, en sí misma, una lección de historia. En su altar no solo yace el Cristo virreinal, el Señor del Buen Despacho, sino que a sus pies reposa una antigua piedra prehispánica, el Cuauhxicalli. Este recipiente ceremonial, utilizado en tiempos ancestrales para ofrendar corazones y descubierto por arqueólogos en 1982, simboliza la fusión de dos mundos y dos visiones de la muerte. Es precisamente sobre este cimiento de doble herencia que la comunidad ha levantado una ofrenda que se articula en tres planos perfectamente integrados en el espacio de culto, logrando una narrativa completa del tránsito de las almas.

El gesto más visible y conmovedor es el Retablo de la Memoria, desplegado sobre el frontispicio de la parroquia. Es una instalación efímera de gran impacto visual. Decenas de fotografías de difuntos, aportadas con devoción por los propios vecinos de Tlacoquemécatl y colonias aledañas, penden en hileras delicadas. Los pequeños marcos cuelgan, suspendidos por hilo, transformando la arquitectura neocolonial de la iglesia en un “muro de los recuerdos” monumental.

Los pequeños marcos.

Las imágenes, algunas en blanco y negro, otras a color, capturando sonrisas de antaño y semblantes recientes, convierten la fachada en una galería pública a cielo abierto donde el dolor individual de la pérdida se procesa en el ámbito colectivo. Para los vecinos, este acto es una catarsis y una poderosa afirmación de pertenencia: la muerte no aísla, sino que congrega, deteniendo el paso del peatón y obligándolo a la reflexión.

En el interior, el atrio y las naves laterales acogen el altar tradicional y familiar, con las viandas traídas por los feligreses: tamales de chile y mole, pan de muerto espolvoreado con azúcar, mezcal y tequila para los adultos, y fruta de temporada, cumpliendo así con la tradición de la espera y la celebración.

Finalmente, una ofrenda monumental dedicada a los difuntos generales de la comunidad se encuentra en el exterior. En este espacio, la experiencia es multisensorial: el aroma penetrante del copal y la flor de cempasúchil, cuyos pétalos anaranjados marcan el camino, guía a las almas hacia su hogar temporal. Frente al muro rojiblanco del templo, esta ofrenda se alza como un jardín de memoria. Sus tres niveles de color sostienen retratos, panes y flores, destacando en lo alto un Cristo crucificado sobre papel picado naranja que simula una llama. Debajo, los rostros de los difuntos brillan entre velas encendidas, copas y cempasúchiles. El altar combina manteles de papel morado, amarillo, verde y azul, celebrando la vida. Pequeñas velas delinean el contorno sobre el aserrín extendido en el suelo.

La ofrenda exterior.

A su vez, una tercera mesa de ofrendas rinde tributo a la “Iglesia Triunfante”, el plano celestial de los santos que, en la doctrina católica, interceden por las almas. Esta sección resalta la presencia de figuras veneradas a nivel global, como San Juan Pablo II, junto a otros beatos y mártires. Este altar, con cirios encendidos que simbolizan la luz de Cristo y figuras religiosas detalladas, subraya que la muerte es un simple tránsito a la vida eterna.

La triple disposición de las ofrendas en Tlacoquemécatl subraya la habilidad mexicana de conciliar mundos. La existencia de la iglesia 24 horas, que permite a cualquier alma solitaria encontrar un espacio de recogimiento a cualquier hora, se complementa con este retablo que da visibilidad a la memoria. El pasado prehispánico de la plaza se abraza con la espiritualidad del presente cristiano. Este 2 de noviembre, la Parroquia del Señor del Buen Despacho se convierte en un faro de la tradición, donde cada marco y cada aroma aseguran que la memoria de los vecinos de la Benito Juárez siempre tendrá un “buen despacho” para su camino de vuelta a casa, en un constante y significativo ir y venir entre siglos y creencias.

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