“Días antes del Día del Desfile mis padres me llevaron a una tienda del centro, tal vez Astor, el Centro Mercantil o Al Puerto de Veracruz, y me compraron un trajecito de casimir de dos piezas, de pantalón corto…”
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
A dos recuerdos infantiles me remiten invariablemente las llamadas Fiestas Patrias. Uno es el olor de los cascos de cartón que me compraba mi padre y que estaban hechos de papel periódico y engrudo, o cola tal vez. El otro es El Traje del Desfile.
Todos los años, como sabemos, el 16 de septiembre tiene lugar el Desfile Militar con el que se conmemora el inicio de la guerra de Independencia. Desde que tengo memoria, la también llamada parada militar inicia en el Zócalo, donde el Presidente de la República encabeza la celebración oficial. El trayecto continúa por la avenida 5 de Mayo y sigue luego por la avenida Juárez, a un costado de la Alameda Central, hasta alcanzar en la que era la glorieta de El Caballito el Paseo de la Reforma y seguir por él hasta el Campo Marte, junto al Auditorio Nacional.
Ahora sé que el desfile militar se llevó a cabo por primera vez el 27 de septiembre de 1821, fecha en la que se consumó la Independencia, cuando el Ejército Trigarante al mando de Agustín de Iturbide, que se convirtió en el primer emperador del país, entró triunfante a la Ciudad de México. El desfile, sin embargo, se oficializó hasta el 16 de septiembre de 1825 por órdenes de Guadalupe Victoria, el primer Presidente de México. Es decir, hace 198 años.
Por diversas razones, a lo largo de los años hubo ocasiones en que el desfile tuvo que ser suspendido. En 1930, se incorporó la participación de la Fuerza Aérea Mexicana. Una cuadrilla de aviones, me acuerdo, cruzaba por encima de nuestras cabezas. Su estruendo peculiar se convirtió en parte de la tradición patria.
Desde ese día, mi trajecito de pantalón corto se llamó El Traje del Desfile…”
Les platico que mi tío, el abogado Enrico Pinchetti, compartía el despacho Hardin Hess y Suárez, cuyas oficinas estaban ubicadas en el segundo piso de edificio de la calle López número 1, esquina con avenida Juárez. Si, justo enfrente de donde el desfile transcurre normalmente, luego de pasar delante del Palacio de Bellas Artes.
Hurgando un poco encontré que ese despacho tiene su historia, cómo no. Fue fundado en 1906 por los licenciados McLaren y Hernández, pioneros de la manera de brindar servicios jurídicos integrales a sus clientes a través de un bufete. La política impuesta por los fundadores del despacho, transcendió en el extranjero, por lo que en el año de 1919 los señores Hardin y Hess, abogados inglés y norteamericano, respectivamente se asociaron con la firma y le dieron con sus nombres la denominación con que se conoció en el medio.
Supongo que mi tío Enrico se incorporó como asociado en los años cuarenta del siglo pasado. En el año de 1947 se asoció a la firma el licenciado Eduardo Suárez, después de haber fungido como Secretario de Hacienda y Crédito Público durante once años. También trabajó ahí, años después, mi hermano José Agustín, abogado igualmente. Y Margarita mi hermana, como secretaria del licenciado Pinchetti.
La oficina de mi tío, hermano menor de Emily mi madre, tenía un balcón que daba justamente a la avenida Juárez. Y resulta que invitó a mi familia a presenciar desde ahí el Desfile, lo que era un verdadero privilegio.
Yo tenía entonces tres o cuatro años de edad, supongo. Días antes de la fecha mis padres me llevaron a una tienda del Centro, tal vez el Centro Mercantil, Astor o Al Puerto de Veracruz, y me compraron un trajecito de casimir de dos piezas, de pantalón corto. Según recuerdo, era de color azul, con gris. Me lo estrené en efecto el día del desfile. Llevaba zapatitos blancos, con calcetas. Por alguna razón vestir así, “como señor”, me provocaba una emoción tan grande que hasta la fecha, siete décadas después, no lo he olvidado.
En efecto, observamos el paso de los contingentes militares desde el balcón de mi tío. Pasaron las tropas, los tanques, los cadetes del Colegio Militar con sus águilas, los marinos vestidos de blanco, los bomberos con sus carros cisterna, la policía montada. Hasta el final venían siempre los charros, a caballo, cuyo contingente cerraba la parada entre aplausos.
Desde ese día, mi trajecito de pantalón corto se llamó El Traje del Desfile. Pedía que me lo pusieran para toda ocasión especial, ya fue un cumpleaños de los primos, la cena de Navidad o algún paseo dominical por las calles del Centro. De hecho, tengo en mi casa una fotografía de estudio, iluminada a mano, en la que aparezco con ese traje subido en un caballito de madera.
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