Cumple 85 años la Hora Nacional, la emisión más antigua de la radio en México… y en el mundo.
Como millones de mexicanos en aquella época, mi abuela Margarita era asidua escucha del programa más oficialista de la historia de la radio mexicana, que por alguna extraña razón ejercía en los escuchas una cierta fascinación…”
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
La Hora Nacional, que cumplió el pasado 25 de julio 85 años al aire, es una referencia de mi adolescencia y mi primera juventud. Está presente sin duda en la historia familiar desde que tengo memora. Seguramente mi padre la escuchaba desde mucho antes de que yo recuerde esas emisiones monótonas y acartonadas, siempre en tono festivo, en la que se había no solo referencia sino apología de las acciones gubernamentales y en especial del presidente de la República.
La primera emisión de este programa creado durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río ocurrió el 25 de julio de 1937 a través de la XEDT, en ese entonces la estación del Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda de la Presidencia. Su primer conductor fue el locutor Alonso Sordo Noriega. Su objetivo era abiertamente oficialista: crear un vínculo directo con los mexicanos para difundir los programas y acciones del gobierno de la República, así como difundir expresiones artísticas y culturales de nuestro país. Así nació y así perduró a través de cuando menos siete décadas. Su transmisión era desde un principio obligatoria para todas las estaciones de radio en la República, que estaban obligadas a conectarse a una red nacional durante una hora cada semana. Y cada domingo a las diez de la noche entraba a nuestra casa. “Un lazo de unión entre todos los mexicanos”, era su eslogan.
Mi recuerdo más vivo de esas emisiones, ya en mi adolescencia, está ligado irremediablemente al de mi abuela paterna, Margarita Ortiz. Ella –oriunda de Uruachi, un pueblito minero enclavado en una profunda barranca de la Sierra Tarahumara de Chihuahua– vivía entonces en un edificio que aún existe en la calle de Hamburgo esquina con Toledo, en la colonia Juárez, muy cerca de donde están las oficinas centrales del IMSS; es decir, a sólo dos cuadras del Paseo de la Reforma.
Mi abuelita ocupaba un pequeño departamento en el cuarto piso, al que había de llegar por una escalera amplia y bien iluminada, según recuerdo. Ella era la administradora de ese inmueble, que tenía supongo unas 20 viviendas en total. Se accedía en la planta baja a un vestíbulo que recuerdo era amplio, forrado de mármol oscuro, en el que había una banca del mismo material. Al fondo estaba la portería, donde vivía Modesta, la sirvienta de toda la vida.
Le llamábamos Mamamaga, que era un apócope de Mama Maga, que a la vez lo era de Mama Margarita. Mi relación con esa mujer admirable de la que algún día contaré su fascinante historia, fue bastante esporádica por muchos años. Cuando más la frecuenté fue tiempo después, cuando acompañaba yo a mi padre a su programa de radio taurino por la XEB, que entonces estaba en la calle de Buen Tono, todos los domingos por la noche. Debe haber sido a principios de los años sesenta del año pasado. Al terminar la emisión íbamos siempre a visitar a mi abuela a su departamento de la colonia Juárez. Invariablemente ella estaba escuchando La Hora Nacional. Recuerdo como un eco las referencias constantes a las actividades del presidente Adolfo López Mateos a través de un viejo aparato de bulbos. Era el mismo tono que se usaba en el Noticiero Continental –¿se acuerdan?–, que en aquella época se pasaba en las salas de cine antes de la película.
Como millones de mexicanos en aquella época, mi abuela Margarita era asidua escucha del programa más oficialista de la historia de la radio mexicana, que por alguna extraña razón ejercía en los escuchas una cierta fascinación. Tal vez su tono propagandístico ayudaba a imaginar a un país próspero y feliz. El caso es que mientras ella charlaba con mi padre, yo me entretenía mirando entre las torres de ejemplares de Excélsior que formaban una suerte de laberinto desde el acceso al departamento hasta su recámara, donde solía descansar, ya anciana para entonces, en su cama con hermosa cabecera de latón. Y escuchando, supongo que en realidad sin escuchar, la transmisión de La Hora Nacional.
Curiosamente, y a pesar de su chocante carácter propagandístico, me hice aficionado a la emisión semanal del gobierno de la República y durante muchos años la seguí cada domingo, aunque siempre me quejara de su contenido y criticara el uso obligatorio de una red nacional para objetivos políticos del Presidente y su partido, el PRI. Sus contenidos variaron poco con la reforma que sufrió en 1987 durante el gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León, cuando la emisión se dividió en dos: la primera media hora, producción nacional y la segunda de cada una de las entidades federativas. Sin embargo, mantuvo básicamente su carácter oficialista.
Festejé por eso el cambio que experimentó el concepto original de esa emisión a partir de la llegada de Vicente Fox Quezada a la Presidencia, cuando la Secretaría de Gobernación, encabezada entonces por Santiago Creel Miranda, decidió convertirla en un programa exclusivamente de divulgación artística y cultural. Desde entonces su contenido incluye música, efemérides, gastronomía regional, fiestas, cápsulas históricas, entrevistas con personajes de la cultura, etcétera. A últimas fechas, por cierto, han vuelto algunos contenidos de carácter oficial, en particular sobre programas de gobierno, con la diferencia de que no se mencionan nombres de los funcionarios involucrados. Con todo, un mal indicio que nos trae reminiscencias del pasado priista.
A pesar de sus limitaciones y defectos, me parece que es motivo de celebrar este aniversario 85 de la emisión radiofónica más antigua del país… y del mundo. Actualmente se transmite por las mil 600 radiodifusoras del país y a partir de las dos emisiones especiales conmemorativas del 23 y el 31 de julio, a través del canal 11 de Televisión, con los que se inaugura una nueva era para la Hora Nacional. Es parte de la vida de México. Y, si, la escucho nostálgico cada vez que puedo. Válgame.
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