La calle 16 de Septiembre, que en sus orígenes prehispánicos fue un canal transitado por canoas, permite rescatar no sólo lugares icónicos de nuestro Centro Histórico, sino también las voces, los sonidos y el ambiente característico de esa zona de la capital.
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
Regresé al Centro Histórico de mi ciudad después de mucho tiempo para vivir una experiencia extraordinaria, que por supuesto es motivo de otro comentario: visitar la réplica de la Capilla Sixtina vaticana instalada en el Zócalo.
Después me di el gusto de caminar por algunas de las calles adyacentes a la gran plaza, mirar de lejos la Catedral y el Palacio Nacional y pasar por los portales del viejo Palacio del Ayuntamiento. Finalmente me dirigí a la calle 16 de septiembre para departir un rato con gente muy querida en el café Bertico en los bajos del Hotel de la Ciudad de México, entre 5 de Febrero y Gante.
En esa calle, además del mencionado Hotel, se ubican varios sitios icónicos del viejo centro de Ciudad de México, históricos o tradicionales. Uno de ellos es desde luego dos panaderías, una grande y famosa que es El Molino y la otra pequeñita y entrañable que es Pan Segura. También están ahí las tiendas El Nuevo Mundo y el Correo Francés, la Casa Boker, que fue célebre ferretería fundada en 1865, parte de cuyo edificio original es actualmente ocupado por un restaurante Sanborns, el inmueble que ocupó la histórica Imprenta de Murguía, donde se imprimieron los primeros ejemplares del Himno Nacional y otras joyas arquitectónicas.
Ahora me entero que esta concurrida calle fue en sus orígenes una acequia o canal por el que navegaban canoas llenas de legumbres, flores y frutas. Sucesivamente tuvo a través de los siglos los nombres de Las Canoas, Tlapaleros, Coliseo Viejo y Del Refugio, antes de ser bautizado con la fecha oficial de la Independencia de México.
Desde 2014, 16 de septiembre es una calle parcialmente peatonal (se permite el paso de vehículos en algunos tramos para ingresar a estacionamientos públicos que existen en ella). Entonces se ampliaron las aceras y se colocaron en ellas jardineras y bancas.
Desde una mesa ahí plantada pude no solamente recordar años pretéritos de mis andanzas por aquellos rumbos, sino un insólito concierto de sonidos que se dan cita entre sus vetustos edificios. Infaltable, el organillero clásico competía con un saxofonista, aquel dando vuelta la manivela para hacer surgir las notas, éste interpretando Aleluya de Leonard Cohen. Y mientras, pasos adelante, una soprano a todo pecho interpretaba de manera sorprendente canciones inolvidables como Un viejo amor o fragmentos de óperas famosas.
En suma, pasé varias horas realmente agradables, rescatando en mi memora vivencias, recuerdos lejanos, y disfrutando del ambiente característico de las viejas calles del Centro Histórico que poco a poco se restablece con el supuesto final de la pandemia.
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