“No ha sido precisamente, como puede constatarse en este somero relato, una historia feliz la de nuestra Línea 12 del Metro, cuya construcción por cierto nos costó tantas y tantas molestias y limitaciones durante más de tres años…”
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
Apenas reabrieron la estación Insurgentes Sur de la Línea 12 del Metro, la tristemente célebre Línea Dorada, ya estaba yo en el andén para abordar el primer tren que se detuvo. Estaba prácticamente vacío, como la estación misma, a pesar de que el transporte fue gratuito ese día, domingo 15 de enero, para celebrar la reanudación del servicio luego de 20 meses y 12 días en que estuvo suspendido.
Mi ansiedad por ya volverme a subir al subterráneo que atraviesa por siete estaciones ubicadas en la alcaldía Benito Juárez obedecía por un lado a razones profesionales, pues tenía la intención de hacer y publicar en Libre en el Sur una pequeña crónica del acontecimiento; pero también tenía un ingrediente personal que me parece muy explicable.
Vivo a dos sólo cuadras de la mencionada estación Insurgentes Sur, cuyo acceso se localiza en el Eje 7 Sur Félix Cuevas y la calle Tejocotes. Esa cercanía hizo que desde un principio la Línea 12 se convirtiera en “mi” Metro, a través de la cual podía viajar rápida y cómodamente a diversos rumbos de la ciudad a través de sus 20 kilómetros de extensión y 18 estaciones. Y contable.
Por ejemplo, por la conexión con la Línea 3, en la estación Zapata, es posible llegar al centro de la ciudad; o al norte, pues esa ruta llega hasta la estación Indios Verdes, ya en la salida hacia Pachuca. Es ideal para llegar, mediante otro trasbordo en la estación la Raza, a la Central Camionera del Norte, de la que a menudo partía en autobús rumbo a Guanajuato. También es factible alcanzar la terminal Mixcoac, distante apenas una parada, y de ahí tomar la Línea 7 rumbo al Auditorio Nacional o a Polanco, por mencionar dos destinos frecuentes.
En pocas palabras, “mi” Metro me permite una a interconexión fantástica con todos los rumbos de la Ciudad. El único requisito es que funcione. Y ocurre que desde que con gran boato la inauguró Marcelo Ebrard Casaubón, entonces jefe del Distrito Federal, en octubre de 2012, el servicio ha sufrido tres prolongadas interrupciones. La primera fue apenas unos meses después de su pomposo estreno.
Confieso que la primera vez que lo abordé, al día siguiente de su inauguración, me sentí habitante del Primer Mundo. Me dio orgullo. Las estaciones estaban flamantes, limpias, funcionales, con una moderna señalización. Y los trenes pintados de naranja y dorado, nuevecitos, parecían de algún país europeo: con una línea ultra dinámica, de recorrido suave u silencioso… Excepto en las curvas, en que ya desde entonces rechinaba rete feo.
Quizá algún día pueda volverme a sentir orgulloso –como en aquel día del estreno– de contar con un transporte seguro, moderno y funcional. Y con autoridades responsables en mi Ciudad.
La verdad es que la Línea Dorada ha sufrido una serie de calamidades desde la concepción misma del proyecto, la entrega de especificaciones técnicas, la supervisión, la compatibilidad vías-trenes, operación y mantenimiento. En apenas 10 años, esta ha sido ya la tercera vez que el servicio en este medio de transporte es interrumpido para labores de corrección, reparación o mantenimiento mayor.
Apenas 17 meses después de estrenado, el 12 de marzo de 2014, el servicio de pasajeros fue suspendido por el recién iniciado gobierno de Miguel Ángel Mancera al detectarse graves fallas técnicas en su diseño y operación. Hasta finales de 2015 no funcionó desde la estación terminal Tláhuac hasta la estación Culhuacán. En ese entonces la línea fue sometida a correcciones y mantenimiento mayor debido a errores de diseño, planeación y construcción de la obra.
Nuevamente fue parcialmente suspendido el servicio de la Línea 12 entre el 19 de septiembre de 2017 y el 29 de octubre del mismo año desde la estación Tláhuac a la estación Nopalera, debido a daños por el terremoto de Puebla de ese año.
La tercera suspensión inició el 3 de mayo de 2021, cuando se desplomaron varias trabes del tramo elevado. La tragedia costó la vida a 26 personas y lesiones a más de un centenar. Toda la ruta, desde Mixcoac hasta Tláhuac, quedó sin servicio durante más de 20 meses, hasta que el pasado domingo 15 se abrieron nueve estaciones del tramo subterráneo de la misma. Nunca explicaron cabalmente las autoridades de CDMX las causas de que también el tramo subterráneo se mantuviera cerrado durante todo ese tiempo, cuando supuestamente –según las primeras declaraciones oficiales– podría operar casi al día siguiente.
No ha sido precisamente, como puede constatarse en este somero relato, una historia feliz la de nuestro Metro, cuya construcción por cierto nos costó tantas y tantas molestias y limitaciones durante más de tres años, incluido el quiebre de decenas de comercios de diversos ramos en la zona, la afectación de vialidades y la modificación parcial de nuestro paisaje urbano. Incluida la placita de Liverpool donde cada año se instalaba el emblemático Árbol de Navidad.
Me parece que las autoridades, finalmente responsables de lo ocurrido, debieran al menos tener el mínimo respeto a las víctimas de la tragedia de Tláhuac. Me pareció en consecuencia de muy mal gusto –por no decir una burla—que la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, lo festejara casi como un logro personal y se trepara al tren para encabezar el festejo, con música y canciones.
Quizá algún día pueda volverme a sentir orgulloso –como en aquel día del estreno– de contar con un transporte seguro, moderno y funcional. Y con autoridades responsables en mi Ciudad. Entonces podré platicarles más de mis viajes en mi línea A-dorada. Válgame.
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