En estos días se discute de nuevo el destino de la Zona Rosa. Su “rescate” ha sido propósito y promesa de sucesivos gobiernos de la capital y de la delegación –hoy alcaldía—Cuauhtémoc, que no han dejado más que nuevas frustraciones. Ahora, la actual alcaldesa, Sandra Cuevas, propone un proyecto innovador para convertir al barrio en un corredor turístico-tecnológico a lo largo de Génova. Sin embargo, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, se niega a apoyar dicho plan…
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
Regresé muchos años después a ese barrio capitalino al que todavía se conoce, sin serlo más, la Zona Rosa, enclavada en la colonia Juárez de la actual alcaldía Cuauhtémoc. En una tarde otoñal tardía, ligeramente fría, caminé por sus principales calles, que no son muchas, tratando de reconocer algo del rostro que tuvo ese lugar que llegó a ser emblemático en los años sesenta y setenta del año pasado.
Recordé por supuesto el reportaje de Vicente Leñero, publicado en la revista Claudia en 1965, que así comenzaba:
“La Zona Rosa es un perfume barato en un envase elegante, es una provinciana en traje de corista, la hija de un nuevo rico que quiere presumir de mundana, pero que regresa temprano a casa para que papá no la regañe. Es guapa, pero tonta; elegante, pero frívola. Es una colegiala snob, glotona, amanerada. Para vanagloriarse de su dudoso abolengo se manda a hacer un escudo de armas, exhibe su árbol genealógico y compra antigüedades del siglo XVI en Coloniart. Aprende en la academia Berlitz unas cuantas frases en inglés, francés, ruso, italiano, con el único fin de impresionar a los turista y venderles mexican curious e ídolos de barro en la calle de Génova…”.
Esa era, sí, la Zona Rosa que yo conocí y que frecuenté justo en aquellos años de su esplendor. Trabajaba entonces en una oficina ubicada justo enfrente, del otro lado del Paseo de la Reforma y por lo tanto en territorio de la colonia Cuauhtémoc. De modo que me era ámbito natural ese barrio entonces encantador, pletórico de cafeterías al aire libre, restaurantes de lujo, galerías de arte y clubs nocturnos que ocupaban algunas casonas porfirianas sobrevivientes hasta entonces. Recuerdo muchos de los lugares mencionados por Leñero, a quien se atribuye el bautizo de ese sector de la colonia Juárez, limitado por la avenida Insurgentes, la avenida Chapultepec, la calle de Sevilla y el Paseo de la Reforma. También me acuerdo por supuesto del Focolare, el Café de Flore, el Perro Andaluz, el Bellinghausen, el Konditori, el Mauna-Loa, los tacos Beatriz, el Chalet Suizo, el Can-Can, el Tirol, el Kineret, el Leblón, el Lautrec, el Café Viena…
De alguna manera me tocó ser testigo del deterioro paulatino y lamentable de ese rincón bohemio de la ciudad de México, tomado por los intelectuales y los artistas y convertido en prototipo de lo snob por aquellos años. En septiembre de 1969 se inauguró la línea 1 del Metro, que corre de Observatorio a Pantitlán. Una de sus estaciones más importantes desde entonces fue la de la Glorieta Insurgentes, en la confluencia de Insurgentes Sur y avenida Chapultepec, que pronto se convirtió en sitio de transbordo de millares de personas cada día. Y, a la vez, era punto de partida para los usuarios del subterráneo que se trasladaban a pié a través de la Zona Rosa, precisamente, para acceder por la calle Génova al Paseo de la Reforma y abordar ahí otro transporte (en ese entonces combis y microbuses) para llegar a su destino, ya fuera hacia la zona de la Villa, al Norte; al centro histórico, al oriente, o hacia el Toreo de Cuatro Caminos, al poniente., y de ahí a la zona conurbada del Estado de México.
Eran miles de personas por hora las que utilizaban ese improvisado “corredor” peatonal en el que se convirtió la ante elegante calle de Génova. Y, por razones naturales, ésta se llenó poco a poco de puestos callejeros y locales de comida rápida… lo que dio al traste con la orgullosa Zona de los intelectuales más connotados. El sismo de 1985, que causó el derrumbe de varios edificios, le dio la puntilla.
Ese fue el principio del fin. La Zona Rosa decayó a través de los años, abatido drásticamente el nivel de su comercio y la categoría de sus establecimientos de para comer, beber o bailar…
Acabo de volver. Y, lo digo con más tristeza que coraje, aquel deterioro urbano y comercial se ha acentuado, al grado de convertirse en un arrabal sucio, descuidado, abandonado. Génova, su calle principal, lo sigue siendo: pero ahora es un pasaje de comercio ambulante y venta de fritangas que verdaderamente da grima.
En estos días se discute de nuevo el destino de la Zona Rosa. Su “rescate” ha sido propósito y promesa de sucesivos gobiernos de la capital y de la delegación –hoy alcaldía—Cuauhtémoc, que no han dejado más que nuevas frustraciones. Ahora, la actual alcaldesa, Sandra Cuevas, propone un proyecto innovador para convertir al barrio en un corredor turístico-tecnológico a lo largo de Génova. Sin embargo, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, se niega a apoyar dicho plan y acusa a la alcaldesa de oposición que querer hacer de la Zona “un Las Vegas” autóctono. En cambio, propone –¡otra vez!– un nuevo plan de “rescate” y rehabilitación del barrio.
Y se agarran del chongo.
Lo más probable, me temo, es que transcurran los tres años que le quedan a esta administración local sin que se realice ninguna acción contundente y valida a favor de la Zona Rosa, que así se le sigue llamando pero que nunca volverá a ser. Y sinceramente creo que el peor error sería tratar de revivir lo que alguna vez fue, y que quedará, como quiera, en la historia de la gran ciudad. Válgame.
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