En años relativamente recientes han surgido en casi toda la ciudad nuevos pregones, casi todos ellos grabados, para anunciar la llegada o el paso de diversos productos o servicios…
POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI
Persisten de manera que me parece prodigiosa en Ciudad de México dos sonidos callejeros que me remiten automáticamente a lo más recóndito de mis recuerdos infantiles. Mientras otros muchos se han ido perdiendo a través de los años, estos dos se aferran como lapas a la vida citadina y a pesar de transformaciones urbanas, modernidades y hasta pandemias siguen increíblemente vigentes. No son los únicos, es cierto, pero de alguna manera son especialmente peculiares y por lo tanto inolvidables.
Me refiero al silbato agudo y prolongado del carrito de camotes asados y la zampoña de los afiladores, un instrumento de viento que estos personajes hacen sonar con la boca para anunciar sus servicios de afilado de cuchillos de todo tipo y otros instrumentos cortantes o punzantes, como tijeras.
Todavía es bastante común en colonias como la Roma, la Cuauhtémoc, la Doctores o la Del Valle escuchar al anochecer el sonido a veces ensordecedor que emite un silbato con el vapor conseguido al calentar con leña agua del trenecito de los camotes y también plátanos asados.
El afilador recorre las calles más bien en horas de la mañana, abordo generalmente de una bicicleta que luego le sirve como herramienta para realizar su trabajo haciendo girar una rueca de piedra.
Otros sonidos sobrevivientes, evocadores también, son la corneta de panaderos, la campanita de los neveros, la caja de música del carritos de los helados, el pito del globero, la flauta y los cascabeles de los danzantes, el grito del repartidor de “el gasss”, y por supuesto la música de los organilleros o cilindreros.
Con viejos o nuevos sonidos la vida en la ciudad continúa. Yo me quedo con el afilador y el carrito de los camotes…”
Hay otros que han dejarse de escucharse, como, el silbato intermitente de los tamarindos en las esquina conflictivas y los pregones del ropavejero, el lejano silbido del tren, las matracas en los días patrios, el canto de los gallos al amanecer, el vendedor de “chichicuilotiiitos vivos…”
En años relativamente recientes, en cambio, han surgido nuevos pregones, casi todos ellos grabados, para anunciar la llegada o el paso de diversos productos o servicios.
Entre ellos destaca por supuesto el de los tamales oaxaqueños: “lleve sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños, calientitos…”
La camioneta de los trebejos: “Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendan…”
O la de la fruta: “Es durazno, es durazno, es aguacate, es aguacate para rebanar, son espárragos, son espárragos, con ciruelas, son ciruelas…”
Y también, ni modo, el estruendo de los aviones que ahora cruzan sobre extensas zonas de la capital que antes estaban a salvo de ese ruido, desde que el gobierno decidió el rediseño del espacio aéreo del Valle de México para permitir las operaciones en el nuevo y hasta ahora inservible Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, el AIFA.
Durante los largos meses de la pandemia proliferaron en algunos rumbos residencias músicos callejeros que así trataban de ganar su sustento durante la temporada en que prácticamente se cerraron las actividad económicas –los comercios, la fábricas, las oficinas, los restaurantes—y cundió el desempleo. Guitarras, trompetas, violines, tambores, acordeones y hasta bandas completas y marimbas se escuchaban en las calles tranquilas de colonias como la Nochebuena, la Tlacoquemécatl del Valle, o Chimalistac, por ejemplo.
En fin, con viejos o nuevos sonidos la vida en la ciudad continúa. Yo me quedo con el afilador y el carrito de los camotes. Válgame.
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