Ciudad de México, agosto 20, 2025 23:08
Reporte especial

Los pulmones de Norteamérica: una ruta por 4 parques que respiran distinto

Hay parques más grandes… que se viven más chicos.

De Stanley Park a Chapultepec, un recorrido por los grandes espacios verdes de América del Norte revela tanto la belleza natural como las desigualdades que los atraviesan.

STAFF / LIBRE EN EL SUR

Un parque no es solo un terreno con árboles. Es un espejo del alma urbana. Y cuando se trata de los cuatro grandes parques del continente americano —el Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México, Central Park en Nueva York, Stanley Park en Vancouver y Golden Gate Park en San Francisco—, la comparación resulta inevitable. Todos presumen cifras monumentales, historia, visitantes por millones y hasta películas, pero no todos se caminan igual. Ni todos se respiran con la misma libertad.

Mientras el mundo habla del derecho a la ciudad, conviene preguntarse: ¿quién puede realmente disfrutar estos espacios?, ¿cuál de estos parques es más habitable, más accesible, más seguro? Porque la extensión es solo el primer paso. Y en eso, el bosque capitalino parece llevar ventaja… a medias.

Si nos quedamos en los números, Chapultepec parece imbatible. Con sus cuatro secciones suma 686 hectáreas, lo que lo convierte en el parque urbano más grande de América. Pero si tomamos en cuenta sólo las secciones más activas —la Primera y la Segunda, donde está el Castillo, el Lago Mayor, el Audiorama y el Museo de Antropología— la superficie se reduce a 393 hectáreas, quedando en tercer lugar.

El Golden Gate Park en San Francisco es el que lidera por extensión real de uso continuo: 412 hectáreas. Lo sigue de cerca el Stanley Park, con 405 hectáreas de bosque costero intacto. Central Park, el ícono de Manhattan, cierra el ranking con 341 hectáreas, aunque probablemente gane por fama cinematográfica.

Pero no basta contar metros cuadrados. Hay parques más grandes… que se viven más chicos.

Pocos parques tienen el peso simbólico e histórico de Chapultepec. Fue sitio sagrado mexica, residencia de virreyes y emperadores, sede de museos nacionales y refugio de fines de semana para millones de chilangos. Pero sufre un mal crónico: está fragmentado por avenidas que lo cortan como bisturí: Periférico, Reforma, Observatorio. Las conexiones peatonales entre la Primera y la Segunda Sección son escasas o inseguras. No se llega a Chapultepec caminando: se sobrevive al tráfico para alcanzarlo.

Su riqueza cultural es única. Ningún otro parque tiene un castillo del siglo XVIII, un museo de historia prehispánica con categoría mundial, un zoológico, un teatro al aire libre, un jardín botánico y tres lagos artificiales. Pero entre banquetas rotas, vigilancia deficiente, y árboles secos por falta de riego, el paseo a veces se vuelve un esguince.

Stanley Park, Vancouver. Foto: Francisco Ortiz Pardo

En el extremo opuesto, Stanley Park de Vancouver no es un parque-jardín, sino un parque-bosque. No tiene castillo ni museo, pero sí 500,000 árboles nativos, muchos de ellos centenarios, coníferas altísimas y humedales protegidos. Rodeado por el mar y por el famoso Seawall, una ruta de casi 9 kilómetros que se puede recorrer en bicicleta o a pie, es uno de los espacios urbanos mejor conservados del planeta.

Aquí, la ciudad no invadió el verde: se adaptó a él. Las rutas ciclistas, los accesos peatonales, los miradores, todo fue pensado para convivir con la naturaleza, no para dominarla. La seguridad es alta, el mantenimiento constante y la vida salvaje —mapaches, garzas, focas— se pasea como habitante legítimo.

Menos salvaje, pero más amable para el visitante promedio, el Golden Gate Park es una versión californiana de la utopía verde. Con 75,000 árboles y un diseño más orgánico que geométrico, conecta museos como el De Young y la Academia de Ciencias de California con jardines japoneses, lagos, senderos y zonas para espectáculos. Tiene un aire hippie que sobrevive entre los árboles y una infraestructura que favorece la recreación sin sacrificar la contemplación.

Golden Gate Park. Foto: Francisco Ortiz Pardo

Aunque algunas zonas enfrentan desafíos sociales —como el aumento de personas en situación de calle—, la movilidad interna, el transporte público cercano y la seguridad siguen siendo mejores que en la mayoría de los parques de América Latina.

Todo el que ha ido a Nueva York ha estado ahí. Y quien no ha ido, lo ha visto en el cine. Central Park es el prototipo del parque paisajista moderno: diseñado con precisión, cuidado con obsesión y financiado con generosidad. No es el más grande ni el más natural, pero es probablemente el más caminable, el más predecible, el más urbano.

Ahí hay 20,000 árboles, amplias praderas, lagos artificiales, el zoológico, el Strawberry Fields de Lennon, el Bow Bridge… y lo que sigue. El parque funciona como una isla de calma entre los rascacielos. Tiene accesos por todas sus esquinas, estaciones de metro a cada lado y una sensación de seguridad mayor que la de las calles adyacentes. Es más que un parque: es un parque-escenario.

Áreas verdes por habitante: una brecha dolorosa

Aunque todos estos parques son inmensos, lo realmente decisivo no es solo cuánto miden, sino cuántos los disfrutan. En este sentido, la cantidad de áreas verdes por habitante en cada ciudad revela una disparidad alarmante.

San Francisco, por ejemplo, ofrece en promedio poco más de 20 metros cuadrados de áreas verdes por persona, mientras que Vancouver mantiene una cobertura urbana de aproximadamente 18 metros cuadrados por habitante, concentrados además en espacios accesibles, continuos y bien mantenidos.

Nueva York, pese a su densidad y verticalidad, alcanza 13.6 metros cuadrados por persona, cumpliendo con holgura la recomendación mínima de la Organización Mundial de la Salud (que sugiere al menos 9 a 10 m² por habitante).

La Ciudad de México, en cambio, se queda muy por debajo: apenas 5.3 metros cuadrados por persona en promedio, según datos de la PAOT y la UNAM. Y en alcaldías como Benito Juárez o Cuauhtémoc, la cifra cae aún más, acercándose peligrosamente a los 3.5 m². No basta tener un parque enorme como Chapultepec: si no hay equidad en el acceso ni una distribución balanceada del verde urbano, el “pulmón” se vuelve exclusivo.

En una ciudad donde el concreto avanza más rápido que los árboles, la escasez de áreas verdes se convierte en un problema de salud pública, justicia ambiental y derecho al descanso. Porque al final, el parque ideal no es el más grande, sino el que está cerca, bien cuidado, y al que cualquiera puede llegar sin miedo.

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