La pandemia del COVID-19 vino a potenciar aún más nuestro estrés social. Pero su impacto depende de lo que representa nuestra percepción individual.
POR DINORAH PIZANO
Durante todo el tiempo que ha prevalecido la pandemia en sus distintas fases, los seres humanos hemos tenido que lidiar con muchas presiones que seguramente han influido en nuestro estado de ánimo y en general, en nuestra salud mental.
El estado de las cosas como las conocíamos, ha cambiado.
Si bien es cierto que estamos acostumbrados a vivir en un mundo que nos demanda mucha atención en las esferas laboral, familiar y social, todo ello en un ritmo de vida acelerado, también lo es que la pandemia del COVID-19, vino a potenciar aún más nuestro estrés social.
En un inicio, no sabíamos lo que nos depararía el futuro (si es que llegábamos a él), si lograríamos conservar nuestra salud, si podríamos mantener la situación económica ante la eventual pérdida de empleos por cierre de pequeñas y medianas empresas, así como la reducción de puestos laborales en casi todas las ramas productivas.
Posteriormente al duro aislamiento social, se sumó la carga de trabajo que lejos de disminuir por la modalidad “en línea” se incrementó y hubo la necesidad de asistir y brindar nuestro apoyo como madres, padres y familiares a las y los niños en sus jornadas escolares cibernéticas, o trasmitidas por televisión.
En el caso particular de las personas jóvenes, la pandemia les ha significado una amenaza inminente a sus múltiples proyectos, una alteración de su estilo de vida y un límite territorial a su valiosa libertad.
Según los especialistas en la materia, esta circunstancia genera en cada persona, distintas respuestas de estrés. Y si bien es cierto que disponemos de mecanismos para hacerle frente, el impacto del estrés dependerá de lo que representa nuestra percepción individual.
Dicha percepción se alimenta de la personalidad, experiencias previas, apoyos sociales que en conjunto determinan la respuesta al estrés.
Si nos sometemos a un estrés muy intenso, durante un periodo muy considerablemente o de forma repetida, o si sencillamente se percibe como incontrolable, puede tener consecuencias importantes para nuestra salud.
Precisamente por ello, la depresión será en los próximos años otra de las pandemias con las que tendremos que lidiar. Se cree que será la enfermedad más diagnosticada en las próximas décadas.
Lo anterior debido a la pandemia y el aislamiento que hemos tenido que mantener y que también están teniendo un gran impacto psicológico. A ese respecto, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) aseguró que actualmente hay una “crisis de salud mental” sin precedentes alguno en América, debido al considerable aumento del estrés y del consumo de alcohol, drogas y fármacos durante el periodo de restricción de movilidad.
Por esto, la organización insistió, desde junio pasado, en que los gobiernos de la región incluyan en sus planes de atención al Covid-19, la promoción de la salud mental y la prevención de enfermedades derivadas de ella.
Precisamente por ello y preocupados por evaluar objetivamente cómo ha afectado a nivel psicológico el confinamiento al que hemos sido sometidos para controlar el contagio del virus, un grupo de 80 investigadores internacionales de más de 40 universidades de todo el mundo, puso en en marcha el PSY-COVID.
Se trata de un estudio de investigación para conocer los efectos psicosociales de la pandemia de COVID-19 y mejorar, tanto la calidad del aislamiento, así como la prevención de contagios ante futuros rebrotes o eventos similares. Y supone un esfuerzo de colaboración científica extraordinario, con especialistas de diversas ramas en toda la orbe.
Los resultados hasta el momento, han sido determinantes. Según el estudio realizado por el Instituto de Seguridad, Salud y Bienestar Laboral entre españoles (53%), mexicanos (20%), ecuatorianos (10%) y colombianos (5%), dos terceras partes de las personas (59%) han sentido irritabilidad por trabajar en casa fuera de su horario habitual y la mitad (52%) ha experimentado problemas familiares por esta causa.
El 53% considera que su vida privada ha sido invadida por la tecnología y el 41% opina que su carga de trabajo ha aumentado por la complejidad tecnológica.
Por otra parte, cuando se les preguntó si en las últimas cuatro semanas se habían sentido agotados, el 15% respondió que muchas veces, el 30% dijo que algunas veces y el 34% contestó que alguna vez.
Al respecto y en entrevista sobre el particular, Camilo Arbeláez Gómez, psicólogo clínico y CEO de Enterapia.co, empresa pionera en ofrecer terapia virtual incluso antes de que apareciera el virus, y que hoy realiza cerca de 600 consultas al mes con población latinoamericana, sostiene que durante la pandemia las personas que los contactan han manifestado principalmente: temor al futuro, desear resolver sentimientos de soledad y tristeza y también lidiar efectivamente con problemas de pareja que se han incrementado.
Asegura también que, en razón de que los latinos son más sociales y están más en familia, la soledad se ha convertido en un tema importante dentro de esta población. “Los europeos y los estadounidenses pueden ser más independientes, pero para los latinos la soledad ha sido más difícil en la pandemia”, afirma.
Bajo estado de ánimo o sentimientos de desesperanza, pérdida de interés en las actividades otrora agradables, irritabilidad, deseos de llorar sin motivo aparente, pérdida de energía o cansancio, cambios en el apetito, dificultad para concentrarse o problemas de memoria, pérdida del deseo sexual, sentimientos de inutilidad, problemas de sueño, entre otros, pueden ser signos de alarma.
Aunque estamos a meses de poder contar con una vacuna con el COBID-19 que nos brinde mayor certeza de la que ahora tenemos, el exceso de contagios nos puede regresar al total aislamiento una vez más.
Por ello debemos prepararnos y saber identificar alguna anomalía en nuestra salud mental, especialmente en la de niñas y niños y adultos mayores que podrían presentar mayores dificultades para lidiar con algún padecimiento.
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