San Roque, el patrono de la peste
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Templo y plazuela de San Roque, en Guanajuato. Foto: especial
POR REBECA CASTRO VILLALOBOS
La devoción a este Santo se extendió en el siglo XV por Europa y llegó a Hispano América con los evangelizadores, luego de la Conquista. En nuestro país existen templos construidos para su culto, siendo entre los más conocidos, además del de Puebla, el de mi terruño: Guanajuato capital.
Cierta estoy que en estos nueve meses del año, somos varios los que rezamos con más fervor para que la pesadilla termine pronto. El mismo Papa Francisco incluyo en el Santo Rosario, una oración a la Virgen María, para “como en las bodas de Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta…”
Hizo lo propio en la Cuaresma, frente al crucifijo de madera que protegió a Roma de la “Gran Peste” del siglo XV, un emotivo momento que más de alguno guardamos en foto y/o video.
También en estos meses muchos nos hemos volcado a retomar lecturas, muy a propósito de la situación que estamos viviendo, como es: Ensayo de la Ceguera, de José Saramago, publicada en 1995, o La peste, de Albert Camus, en1947.
Es precisamente a ésta última a la que quiero referirme porque, aunque no es la primera vez que abro ese libro, no me había percatado de un detalle muy significativo; Camus, en su narración de la ciudad argelina de Orán, a mediados del siglo XX, y de la epidemia que asoló el lugar, menciona el que la autoridades eclesiásticas decidieron luchar por sus propios medios, organizando una semana de plegarias colectivas, mismas que debía de terminar con una misa solemne bajo la advocación de San Roque.
Lamentablemente no tengo toda la colección de La Vida de los Santos de Butler, mismos que adquirió e inocentemente “me prestó” mi abuela Catalina, así que me di a la tarea de buscar por Internet más datos sobre ese Santo.
En una biografía escrita en 1478, se afirma que Roque era hijo del gobernador de Monpellier y quedó huérfano a los veinte años; decidiendo vender sus propiedades, repartir el dinero entre los pobres y hacer una peregrinación a Roma. Era la época en la que se desató una epidemia de peste que provocó gran mortandad en Europa.
Roque recorrió Italia y se dedicó a curar y atender a todos los enfermos de la peste. La tradición popular decía que curaba con solo hacer sobre los contagiados la señal de la cruz.
En Piacenza contrajo la enfermedad; su cuerpo quedó lleno de manchas negras y úlceras. Como no quería ser carga para nadie, se arrastró hasta afueras de la ciudad para morir solo y se refugió en el bosque; allí nació un aljibe de agua que le calmaba la sed. Poco después, un perro llegó con un pan y se lo dio a Roque para alimentarlo; esto ocurrió por varios días, pues el perro sacaba el pan de la cocina de su amo, hasta que un día el amo decidió seguir a su perro y descubrió lo que ocurría. Entonces el señor se encargó de cuidar a Roque y curarle sus llagas. Cuando se recuperó, regresó a la ciudad, donde siguió curando no solo a personas, sino también a animales.
San Roque es pues el patrono de los contagiados por epidemias (especialmente la peste y el cólera), pero también de los enfermos, de los falsamente acusados, inválidos y cirujanos.
La devoción a este Santo se extendió en el siglo XV por Europa y llegó a Hispano América con los evangelizadores luego de la Conquista. En nuestro país existen templos construidos para su culto, siendo entre los más conocidos, además del de Puebla, el de mi terruño: Guanajuato capital.
Aquí el templo de San Roque fue construido en 1726 por el sacerdotedon Juan José de Sopeña y Cervera, en el que funcionó de 1746 a 1794 una Santa Escuela de Cristo, creada por el religioso Luis Felipe Neri de Alfaro.
La Iglesia tiene una fachada sencilla y retablos neoclásicos en su interior, además de tener a un costado en el altar principal, la figura de San Roque, vestido de peregrino con bordón, sombrero y capa, con una llaga en la pierna izquierda.
Obviamente, a mi asombro de saber que en ese pequeño templo, cuya construcción es sencilla, albergaba al dicho Santo, el cual, según pienso, mínimamente debía de ser mencionado en nuestras súplicas y rezos diarios por la situación actual.
Llama la atención, en el caso de mi terruño, que esa iglesia ha pasado a un segundo plano por situarse en la Plazuela del mismo nombre (San Roque), conocida a mediados del siglo XX por ser escenario de los Entremeses Cervantinos, representación teatral al aire libre que daría lugar con el tiempo al Festival Internacional Cervantino.
La plaza se extiende frente al templo. Antes de la configuración actual del barrio, el espacio que hoy ocupa, era camposanto asociado al edificio religioso. En el centro del espacio se construyó en 1952 una cruz de piedra rodeada de seis farolas de hierro forjado, que evoca la Cruz de Córdoba, España y se integra a la escenografía de las representaciones al aire libre.
Claro está que en estos momentos sería impensable acudir y encomendarnos al tan milagroso Santo. Confío que para el 16 de agosto del 2021, fecha de su onomástico, ya que haya vuelto la alegría y la fiesta en el terruño y el mundo entero, pueda agradecerle, primero haberlo conocido y después rendirle el merecido culto.