Ciudad de México, noviembre 23, 2025 11:29
Ana Cecilia Terrazas Dar la Vuelta Opinión Viajes

DAR LA VUELTA / Viajar por Portugal y/O Porto

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Dar la vuelta por otro país no conocido implica enfrentarse a un listado de formas diferentes de lenguaje, comida, horarios, humores, hábitos, olores, cultura en general y en particular.

POR ANA CECILIA TERRAZAS

Los viajes siempre rompen todo esquema de hábito cotidiano. Nos ilustran sí, pero sobre todo nos descolocan y dejan perplejos ante las muchas formas y maneras distintas de ser. Viajar fuera del continente –un lujo sólo pensable, incluso ahora solamente para cierta parte de la población desde que se logró, a finales del siglo XV, por Cristóbal Colón en 1492– significa, por más normalizado que esto se vea, una irrupción tal que exige al organismo un salto cuántico para ahorrarse ya sea un día o una noche (ocasionando el famoso jet lag) de la vida.

Dar la vuelta por otro país no conocido implica enfrentarse a un listado de formas diferentes de lenguaje, comida, horarios, humores, hábitos, olores, cultura en general y en particular. Para las masas turísticas, además, esa cultura muy propia del lugar visitado –salvo que se arribe con una familia o la estancia sea duradera– se resume sólo en estereotipos, clichés, imágenes hechas de lo que esa nación quiere vender como lo que es y lo que la hace ser distinta.

A decir de Adolfo Castañón en su exquisito título Por el país de Montaigne, viajar es un desplazamiento geográfico “que abre el pensamiento y posibilita la reflexión crítica”, “es estímulo para la memoria, la lectura y la escritura”; “es encuentro con lugares cargados de historia y lenguaje”; “es diálogo con las huellas culturales que preservan el pasado y permiten reinterpretarlo”; “es desplazarse en intelecto y disciplina”.

Su libro invita a viajar con “curiosidad crítica, paciencia y profundidad”, como lo hizo el filósofo y escritor francés, Michel de Montaigne, en su momento; aunque casi nunca sea posible hacerlo así.

Visitar castillos, sitios arqueológicos romanos, prehistóricos, ver huellas de antes de nuestra era, siempre reclama al espíritu primigenio que habita en toda persona. Cambiar de aires, dar la vuelta por el mundo, dejando atrás y haciendo una pausa contundente con la rutina diaria, abona también, según los científicos y psiquiatras, en un estímulo fuerte para la “neuroplasticidad, el aprendizaje espacial, la conectividad funcional y la posibilidad de exploración en entornos novedosos”. Hacer las cosas como no las solemos hacer nos genera dopamina e impulsa nuestra creatividad. Levantarnos en otro horario, para aventurarnos en otras cosas, indagar qué es lo que estructurará cada hora de cada día, explorar horizontes, inmuebles y paisajes totalmente nuevos, eso puede ser sin duda un regalo saludable para el cerebro y el cuerpo.

Esta columnista acaba de ir a dar la vuelta a Portugal, por primera vez, sobre todo a la capital Lisboa, a Porto, a la ribera del Duero y un poco al Algarve, al sur de este país. La nación portuguesa tiene cerca de 11 millones de habitantes en 92,226 kilómetros cuadrados (México con 126 millones de almas y casi dos millones de kilómetros cuadrados; un PIB per cápita de portugueses de 27 mil dólares por habitante y mexicanos acaso 12 mil dólares). Portugal no son solamente sus sardinas y mariscos, su vino verde, sus Ginjas, su gallito de la suerte, su azulejo inaudito en catedrales neogóticas, sus impecables carreteras, su legado del imperio colonizador que llegó a todos los puntos del planeta en su momento… Es más, y menos que eso. Y es su gente cálida, aunque seria que le ha ganado bien su lugar entre los destinos turísticos deseables para la Unión Europea. Vale le pena dar la vuelta por Portugal.

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