Ciudad de México, abril 27, 2024 08:48
Opinión Rebeca Castro Villalobos

La paz perdida

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Me cuestiono  si el recibir al fin la esperada vacuna en realidad cambiará en algo la vida que he llevado, confinada durante más de un año. Con mucha tristeza y dolor aseguro que no será así…

POR REBECA CASTRO VILLALOBOS

A unas horas de que me inmunice con la primera dosis de la vacuna contra el COVID-19, tengo sentimientos encontrados. No, no dudo o me opongo a su aplicación.  Tengo claro que es la mejor alternativa para menguar o minimizar esta maldita pandemia. Además he de confesar que como buena católica tengo el mejor ejemplo para hacerlo y es el mismo Papa Francisco quien, pese a la controversia que causó y sigue provocando el tema de las vacunas, ha hecho y hace lo imposible para que todos en el Vaticano reciban la dosis.

Desde el fin de semana que iniciaron a promover la inoculación para nosotros chavos, pero rucos -nos dicen-, inicié a armar mi plan de logística para llevar a cabo y sin mucho contratiempo ese procedimiento. Es más, busque a la persona idónea para asesorarme, mi buen amigo Armando, que sin tanta engorrosa espera logró en el mismo sitio que a mí me queda cerca y a donde pienso acudir, cumplir con su esquema. Aquí refiero que en el terruño, como otros municipios de Guanajuato, para la inmunización no hay lista por orden alfabético: todos llegan a las sedes que más les conviene y se enfilan hasta que les toca el turno –eso sí bien les va–, la vacunación comienza a partir de las ocho.

A propósito, desde esta mañana de martes, casi veinticuatro horas antes del inicio del proceso, en dos sitios asignados; uno en el centro histórico y el otro un poco más afuera de la ciudad, ya la gente estaba sentada apartando lugares, para ellos, sus familiares o amigos. No quiero ni pensar o imaginar cómo están por estos lares, que es una de las zonas  más concurridas en población. En fin, con o sin tribulaciones espero lograr mi cometido y salir una vez más victoriosa y en solitario de esta odisea.

No obstante, me cuestiono  (hablo en primera persona) si en realidad cambiará en algo la vida que he llevado confinada durante más de un año. Con mucha tristeza y dolor aseguro que no será así. No será nada parecido a ese slogan de “Lo que pasó en Las Vegas….” en referencia a la epidemia. Pero ni siquiera podemos hablar en pasado, porque finalmente la contingencia no ha terminado totalmente, y no creo finalice de un día a otro. Y todo lo que ha sucedido en este tiempo tiene sus repercusiones. El distanciamiento no ha sido solo físico, sino hasta de actitudes y formas de pensar.

Leí en un texto, “el retiro ha afectado mis relaciones con la familia y las amistades”. Creo que, de ser cierto, puede aplicarse a muchas, varias, cientos o miles de personas. Ya nada será igual. La susodicha y maldecida mil veces epidemia nos dejará huellas. Para muchos, con la pérdida de un ser querido del cual ni siquiera pudiste despedirte, para otros que padecieron el virus con secuelas, y muchos más con repercusiones en su economía.  De todos esos casos puedo dar fe. Y los menos afectados, las consecuencias serán de índole mental, de lo cual me consta.

Sé que aún con el esquema completo seguirá el uso del cubrebocas y careta; la sana distancia, evitar multitudes y espacios con poca ventilación, y obvio el lavado de manos o uso de gel antibacterial, entre otros. Aquí es dónde me pregunto ¿Y entonces?

Al abordar el tema científicamente, en el portal The Conversation.com, si ya se está inmunizado, en principio y en teoría, se tienen pocas posibilidades de desarrollar la enfermedad. Empero, sí se puede contagiar si contacta con el virus. Dicho de otra forma, la vacuna protege (estadísticamente) para no enfermar de COVID19 pero no evita que el SARS-CoV-2 entre en el cuerpo.

Más adelante se precisa: “no sabemos aún cuanto tiempo será efectiva la inmunización por las vacunas. Recuerde que todas las investigaciones están generándose a tiempo real y todo el planeta está actuando como un macrolaboratorio donde los cobayas somos los humanos”.

En el mismo sitio de Internet, se alienta: “la inmunización generada por las vacunas es altísima, mucho más que la obtenida tras pasar la enfermedad. Es, por lo tanto muy improbable enfermar de COVID19 estando vacunado, y añade que si se contagia y desarrolla la enfermedad, las consecuencias serán más leves porque su carga viral será mucho menor”.

En fin, concluyen que a nivel planetario, cuando la vacunación sea masiva el virus tendrá muy difícil replicarse y la pandemia estará controlada. A nivel personal, enfatizan, que hasta que la vacunación no sea masiva la imprudencia puede llevar a la muerte a los que no tienen la suerte de estar vacunados.

Todo lo anterior queda muy claro; pero mi pregunta continúa sin respuesta. La insaculación podrá resarcir el daño emocional y hasta físico que ha provocado este tiempo. Familias separadas, no precisamente por la pandemia, las ausencias que nos han dejado casi en el abandono y en la peor de la soledad. ¿Se podrá recuperar la paz y tranquilidad que la incertidumbre nos abrumó (y nos abruma) en nuestros corazones de ansiedad?

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