El milagro de los ahuehuetes en San Pedro de los Pinos
Uno de los ahuehuetes en el parque Miraflores. Fotos: Libre en el Sur
Hay en el parque Miraflores siete hermosos ejemplares de la cepa original del emperador Moctezuma II
STAFF / LIBRE EN EL SUR
En el centro de un pequeño basamento piramidal con un águila ornamental de piedra brotaba un manantial de agua en el que se bañaban las hijas del emperador azteca Moctezuma II. De él no quedó piedra sobre piedra cuando en 1922, al construir la colonia San pedro de los Pinos, el vestigio fue demolido y retirado en partes para edificar las primeras casas. Hoy ese lugar es ocupado por un pozo de agua que aún funciona. “Nos bañamos con el elixir del emperador”, vacila el historiador Emilio Arellano, que realiza un recorrido con los reporteros de Libre en el Sur. De hecho este territorio perteneció a la segunda hija de Moctezuma, María Xipaguazin, que más tarde fue capturada por las milicias de Hernán Cortés y llevada a España como rehén y luego se convirtió en pareja de un barón catalán.
El islote, que con los siglos se convirtió en el parque Miraflores de dicha colonia, era uno de los muchos de la zona a los que rodeaban canales por los que llegaban canoas desde Tenochtitlan. Las herederas de Moctezuma eran llevadas ahí por sus doncellas y bañadas con el agua perfumada con flores. Al terminar, retomaban el viaje a través de las regueras del lago milenario para acudir a los rituales en honor de Mixcóatl, cuyas ruinas permanecen hasta nuestros días a un costado del Anillo Periférico, en los confines de San Pedro.
La historia del ojo del agua –poco conocida incluso entre los habitantes de San Pedro—, se entrelaza con otro relato todavía más misterioso. Aunque la siembra del famoso Ahuehuete de Chapultepec ha sido adjudicada a Nezahualcóyotl, se ha podido constatar con pruebas de Carbono 14 que el árbol data en realidad de tiempos de Moctezuma, el noveno emperador azteca que gobernó de 1503 a 1520. La cepa de ese árbol, Moctezuma-CEPAE, es considerada el símbolo de la nación mexicana, que hoy es por cierto políticamente sobre explotada por la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, que sustituyó con un ejemplar la palma canaria malograda en la glorieta de Reforma.
Pero resulta que a partir de 1902 se detectó que dicha especie de ahuehuete estaba al borde de la extinción. Fue entonces cuando José Ramírez Mateos, presidente del Ayuntamiento e Ciudad de México en 1903; y el naturalista Román Ramírez Mateos, maestro fundador de la Escuela de Agricultura de Chapingo, ambos hijos del insigne Ignacio Ramírez, mejor conocido como El Nigromante, realizaron una investigación botánica y forestal en las cercanías de la capital mexicana para localizar especímenes de la especie endémica de ahuehuetes.
Ellos se encontraron con la sorpresa de que en realidad sobrevivían unos pocos: El de Chapultepec, que finalmente pereció en 1969, así como ejemplares localizados en Tacubaya y el que se ha considerado “el verdadero árbol de la noche triste” en el pueblo de Totoltepec, Estado de México. Otros ejemplares se encontraron en el Santuario de Chalma, en la casa del cura Miguel Hidalgo en Dolores, que él mismo plantó, y en el ex convento de Churubusco.
En 1904, Miguel Ángel de Quevedo, “El Apóstol de los Árboles”, logró la reproducción original de la cepa Moctezuma, con lo que se logró evitar su extinción definitiva. Hoy los Viveros de Coyoacán, que han contado con el apoyo de los expertos de la Escuela de Chapingo, son un ejemplo único en el mundo por su personal capacitado en la siembra y reproducción de estas especies.
El 21 de febrero de 2014, Luis Munguía, entonces coordinador vecinal de la colonia San Pedro de los Pinos, gestionó la plantación de 150 ahuehuetes, donados a Emilio Arellano –descendiente de los Ramírez—para ser plantados en el parque de Miraflores a fin de reconocerle al sitio el origen azteca de aquel islote en que se bañaban las hijas de Moctezuma. Se consideraba que el terreno húmedo de 7,493 metros cuadrados era propicio para su crecimiento. Frustrada la propuesta por razones poco aclaradas, hoy se encuentran sin embargo, vigorosos y en crecimiento, siete hermosos ahuehuetes de la cepa originaria.
Y probablemente las generaciones que vivan en 500 o 1000 años los disfrutarán en toda su altura y esplendor y se preguntarán cómo es que llegaron ahí.