EN AMORES CON LA MORENA / Mi tío José Agustín
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Foto: Alejandra Ortiz Castañares
‘Tomé esas nostalgias de Chapultepec y Xochimilco como si fuesen propias; y es que de alguna forma lo son, en lo que soy’.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Para Loretta y mis primos Alejandra, Esteban y Mariana, con cariño.
Soñé con Chapultepec. Y en ese sueño estaba José Agustín Ortiz Pinchetti, doblado de la risa tras haberse librado de caer al viejo lago cuando su lancha fue embestida por la nuestra en las “guerritas” de la familia. Soñé que estábamos en el Festival familiar que organizábamos mi primo Rafael y yo justamente por el entusiasmo de mi tío, amante desde niño del gran pulmón junto al que vivió hasta el último día de su vida. Durante un par de fines de semana, en la primavera de unos cuantos años, acudimos la parentela al evento, que acrecentó mi fascinación por aquel bosque urbano, cuyo castillo descubrí a temprana edad cuando mi tía Elvira, hermana de mi mamá, me llevó a conocer la tina de la emperatriz Carlota.
El “abono” del festival incluía lo mismo una asomada al mismo castillo y al cárcamo de Dolores, una función de teatro, una peli en la Megapantalla del Museo del Niño, la visita al Museo de Antropología y al Zoológico, un pic-nic y un rally entre los árboles y las fuentes históricas, entre muchas otras cosas. Inolvidable aquella mañana que fuimos a plantar arbolitos… Contaba mi tío Petín –que así le decíamos de cariño sus familiares— que la idea del festival se le ocurrió a partir de otro que organizaba con sus hijos Alejandra, Esteban y Mariana en la Navidad, cuando descubrió que su espíritu grinch se disipaba aprovechando las actividades tradicionales de esa época, que no eran pocas.
Soñé también que otras veces nos trepábamos a una trajinera en los canales de Xochimilco, siempre alejados de la algarabía y los mariachis y en cambio tomando las rutas de la serenidad regalada por las aves y el leve sonido del agua removida por el bastón del remero. Me vi en ese sueño del último encuentro acuático de los hermanos Ortiz Pinchetti, donde volvieron a aparecer las nostalgias de sus padres y los recuerdos disímbolos, pues los mismos hechos de familia son vividos de manera diferente por cada uno de sus miembros. Tomé esas nostalgias como si fuesen propias; y es que de alguna forma lo son, en lo que soy. No hay manera de desligar Xochimilco de mi tío Petín: cuando fue secretario de Gobierno de la capital, entre el 2000 y el 2003, el rescate de los canales fue una de sus principales preocupaciones.
En otro sueño aparecimos los lunes en la casa de mi tío en San Miguel Chapultepec, cuando los tíos y algunos sobrinos nos reuníamos para comer. Rafa y yo jugábamos a que era como un programa de televisión que comenzaba con una toma fija desde la sala hacia la puerta de entrada, cuando iban llegando uno a uno los comensales; un reality show pero con acentos cómicos, pues a la hora de la comida aparecía el temperamento italiano, la pasión, pues. De las acaloradas discusiones a los ataques de risa. Que si la política, que si la religión, que si los toros, que si fue así o no tal o cual episodio familiar… Al postre aparecían casi siempre los recuerdos de la Mamá Maga, la inolvidable abuela de los hermanos Ortiz Pinchetti, que por supuesto eran los protagonistas: José Agustín, Humberto, Margarita, Francisco y Yolanda, por orden de sus edades. Sin ninguna duda la Mamá Maga fue la marca de vida del tío Petín, que conservaba una pequeña silla de roble que le heredó y en la que, por su fragilidad y su valor sentimental, nadie se podía sentar.
Aquel hermoso sueño estaba dividido en muy diversas etapas, desde cuando yo era muy joven y la señora Rafita imponía su autoridad ganada a punta de la lealtad y de los deliciosos chiles en nogada que cocinaba, hasta las últimas suculencias del talento culinario de Rodolfo. A veces llegaban a las comidas invitados especiales, amigos entrañables de Petín, como Jaime González Graf, que murió hace años; y sobre todo el encantador tío Clemente Cabello, que llegaba portando su boina y nos hacía reír con sus anécdotas y ocurrencias.
Entre todos los sueños hubo uno que transcurría en Omitlán, justo donde vivió precisamente el doctor Cabello, hace más de siete décadas, y que por ello acudían de niños los hermanos a convivir con sus primos en las vacaciones. El aroma de la lluvia escurriendo de sus techos de lámina roja me volvió a llevar a los otros pueblos maravillosos del “corredor de la montaña” hidalguense –Huasca, Real del Monte, El Chico—. Fue apenas unos días antes de que mi tío se fuera a despedir del Zomate, el cerro que cobija a Omitlán, al que cada año ascendía, aun cuando ya asomaba la vejez.
Un día soñé con la democracia mexicana. Y en ese sueño estaba mi tío José Agustín participando en los grupos cívicos y las observaciones electorales. Fue a principios de los noventa cuando mi primo Esteban se disfrazó de cura. “Democracia”, una hermosa amiga, morena y de rizos, vistió de novia para quien se quisiera casar con ella en el atrio de la iglesia de san Juan, en Coyoacán, siempre que el novio se comprometiera a luchar por ella. El buen Martín Roldán, que participó entusiastamente en nuestra Iniciativa Joven por la Democracia, a principios de los noventa, me compartió que para él mi tío es un símbolo de los años más felices de su vida. Me envolvieron de melancolía sus palabras. De cuando luchar era una forma de amar, como si la isla de Kavafis nos hubiera regalado un viaje hermoso.
Que en mis sueños permanezca siempre el tío Petín.