Ciudad de México, agosto 15, 2025 01:36
Francisco Ortiz Pinchetti Opinión Revista Digital Agosto 2025

La otra ‘gentrificación’

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“Estamos presenciando una ‘gentrificación verde’ o ‘gentrificación arbórea’, donde la naturaleza es la víctima directa del progreso mal entendido…”

POR FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI

A la memoria de mi inolvidable hermano José Agustín, en el primer aniversario de su partida.

Supongo que mi familia y yo fuimos víctimas de una gentrificación temprana, cuando el incremento de las rentas en la colonia Cuauhtémoc de la Ciudad de México, allá por los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado, nos obligaron a mudarnos tres veces a casas cada vez más pequeñas y finalmente emigrar hasta la entonces lejana Roma Sur para amortiguar parcialmente la carestía.

Sin embargo, me parece más importante referirme aquí a un fenómeno del que más que víctima he sido indignado testigo: le llamo la “gentrificación verde”.

Confieso que no me fue fácil encontrar un término más adecuado que ese para describir el desplazamiento infame de las áreas verdes de nuestra capital en aras de un desarrollo inmobiliario voraz. Y atroz.

En ese vertiginoso avance de la urbanización, anhelando modernidad y desarrollo, las ciudades a menudo sacrifican su esencia más vital: el verde urbano. Los árboles, que son algo más que silenciosos guardianes que purifican nuestro aire, atemperan nuestras calles y nutren nuestra alma, están siendo desplazados a un ritmo alarmante por un desarrollo inmobiliario acelerado e inconsciente.

Este fenómeno, que va más allá de la simple pérdida de arbolado, se inscribe en una dinámica urbana más compleja y dolorosa: precisamente la gentrificación; pero no solo hablamos del desplazamiento de personas: estamos presenciando una “gentrificación verde” o “gentrificación arbórea”, donde la naturaleza es la próxima víctima del progreso mal entendido.

En mi entorno cercano, el tema cobra pertinencia y actualidad con el caso del árbol Laureano, que los vecinos de Tlacoquemécatl del Valle, en la alcaldía capitalina Benito Juárez, han decidido no sólo salvar de la tala, sino dotar de un parque –en el predio en el que se pretende construir un edificio de lujo de cinco niveles–,  que preserve sus raíces y se convierta en símbolo de la reivindicación ambiental en una zona particularmente afectada por el Bando Dos de Andrés Manuel López Obrador (emitido en el 2000, cuando era jefe de Gobierno del DF), que promovió la construcción masiva de vivienda de lujo en las entonces delegaciones centrales de la capital, entre ellas Benito Juárez.

Los amigos y defensores de Laureano que quieren que en lugar de otro edificio de lujo haya un área verde, proponen que ésta incluya un huerto urbano y un área de plantas polinizadoras, además de la zona de mero esparcimiento. Esto sería precisamente un ejemplo de preservación ecológica y cultural, antídoto de la “gentrificación verde” de la que hablé antes. Y un precedente de enorme trascendencia, digo.

La propuesta vecinal de hacer un pequeño parque público es además absolutamente coherente con el hecho de que Benito Juárez sufre un grave déficit de áreas verdes. Es la alcaldía de CDMX  con menos metros cuadrados de áreas verdes por habitante, con sólo 2.2, lo que representa apenas un 1.5 por ciento de la recomendación de la OMS, fijada en 14 metros cuadrados.

La gentrificación se ha definido tradicionalmente como el proceso de revitalización de un barrio que eleva su valor, atrayendo a nuevos residentes con mayor poder adquisitivo y, consecuentemente, expulsando a los originales. La “gentrificación verde” amplía esta dolorosa narrativa. No se limita a cómo las mejoras en parques y jardines pueden encarecer una zona y desplazar a sus habitantes; va un paso más allá para señalar cómo el desarrollo inmobiliario, en su voracidad por maximizar el espacio y la rentabilidad, erradica directamente la infraestructura verde existente. Aguas.

Imaginemos un barrio como el antiguo pueblo de San Lorenzo Xochimanca (nombre original de la colonia Tlacoquemécatl) con árboles centenarios que ofrecen sombra y un refugio para la fauna local. De repente, una constructora adquiere un terreno. Su visión no incluye la conservación de esos árboles; al contrario, los perciben como obstáculos, estorbos. El objetivo es erigir edificios de alta densidad, apartamentos de lujo o centros comerciales, cuyo diseño “moderno” a menudo rechaza la complejidad de un ecosistema maduro.

 Los árboles son talados, las áreas verdes son pavimentadas o, en el mejor de los casos, reemplazadas por “parques” minimalistas con especies jóvenes que tardarán décadas en ofrecer los mismos beneficios. Esto es la gentrificación arbórea: el desplazamiento de un ecosistema maduro y funcional por una infraestructura diseñada para una nueva élite, que borra el patrimonio natural y, con él, una parte de la identidad del barrio.

¿Por qué ocurre esta “limpieza” verde? Las razones son múltiples y se entretejen con las lógicas del mercado y la planificación urbana: Cada metro cuadrado es oro. Un árbol, por más que provea oxígeno y sombra, no genera renta. El imperativo es construir más y más alto, relegando el espacio verde a un adorno marginal si acaso. Por eso se valen de engaños y muy a menudo de contubernio con las autoridades para quitar esos “estorbos” a su proyecto arquitectónico, en lugar de incorporarlos a él.

Estamos ante un ecocidio, sin más.

Las implicaciones de esta “gentrificación verde” son devastadoras y reverberan en la salud ambiental y social de la ciudad. Menos árboles significan más concreto expuesto al sol, elevando las temperaturas y haciendo las ciudades menos habitables, especialmente para los más vulnerables. Los árboles son los filtros naturales de la ciudad. Su ausencia implica mayor contaminación atmosférica y problemas en la gestión del agua de lluvia, aumentando el riesgo de inundaciones.

Un árbol, especialmente uno antiguo como Laureano, es parte de la historia y la identidad de un barrio. Su desaparición es una amputación a la memoria colectiva y un empobrecimiento cultural.

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