Algarabía sin cubrebocas en las trajineras de Xochimilco… ante amenaza de cuarta ola
Fotos: Francisco Ortiz Pardo
Enfiestados, chavos menores de edad pretenden ahogar al virus en los canales milenarios
Nativitas es un puerto libre en el que nadie advierte de medidas sanitarias o de protección civil, ni siquiera por la noche.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
La negación colectiva sobre los riesgos latentes del coronavirus tiene una expresión propia en los viajeros de las trajineras de Xochimilco, entre los que hay alemanes y rusos, cuando en sus países la cuarta ola de Covid-19 es ya una realidad alarmante que ha obligado a tomar medidas otra vez extremas.
Es el anochecer del sábado 20 de noviembre y en la canoa en cuya arcada colgada de la techumbre luce pintado en rosas y morados el nombre “Viva México”, y que yace trancada en el embarcadero Las Flores, en el pueblo originario de Nativitas, un grupo de jóvenes sentados sobre las tablas regatean los pocos minutos que quedan de luz sorbiendo los últimos tragos de sus cervezas.
Allí sin embargo parece ser baja la concurrencia de no percatarse de que en el estacionamiento del embarcadero no cabe un auto más. Lo que pasa es que cuando uno se adentra en la navegación comienza poco a poco a descubrir el espectáculo, que se intensifica al cruzar el canal principal de esta zona turística por el embarcadero Nuevo Nativitas. Entonces aparece la vendimia flotante, que además de ofrecer cervezas y alimentos, consta de sencillas canoas donde se cargan las mantas para el frío, los algodones de azúcar para el antojo y las muñecas de trapo para las niñas.
Pero lo que más llama la atención es la cantidad de chavos montados en las trajineras, entre los que hay numerosos menores de edad sin cubrebocas, que obviamente no han sido vacunados. Unos bailotean con el reguetón o con la música electrónica, que se va entremezclando con grupos del mariachi y la banda sinaloense encaramados en los vehículos en que viajan públicos más conservadores.
Nada mal va la reactivación económica en este lugar, donde supuestamente se trabaja al 40% de la capacidad pero en un recorrido de 60 minutos, cuando comienza la noche, se pueden ver hasta 50 trajineras navegando. Y eso que no es un entretenimiento barato: A pesar de un supuesto “descuento” del 30% de su precio original, la hora de paseo es pagada mínimamente en 350 pesos para dos personas.
En algunos casos, los enfiestados van en dos trajineras amarradas, que chocan con otras más, y se pasan de una a otra; la algarabía parece hacer eco en el agua, donde la luz de las velas, que también se venden, o la que emiten los teléfonos celulares o las discotecas flotantes con música a todo volumen, ilumina las ondas que se forman por el movimiento de los armatostes.
Aquí los que reman o los que venden cosas mil son los que usan el cubrebocas.
Dice Armando, el conductor de “La brujita”, que a los canales ya acuden turistas rusos y alemanes, además de los gringos, aunque para él es apenas su segundo viaje desde hace seis horas, cuando “el patrón” ha puesto a trabajar 14 de sus 20 canoas y son 14 los empleados, que deben hacer fila. Una explotación lacerante, donde los trabajadores viven básicamente de las propinas.
Este es un puerto libre en el que se puede subir a las trajineras con botellas de ron, tequila, mezcal o ginebra. No existe a la vista protocolo alguno de Protección Civil, ni nadie que advierta sobre las medidas sanitarias que hay que seguir.
La fiesta hace olvidar que en esta ciudad han muerto oficialmente más de 50 mil personas a causa de un virus al que se pretende ahogar en estos canales milenarios.