Ciudad de México, noviembre 23, 2024 20:12
Revista Digital Febrero 2024

Amistades pasajeras

“¿Hasta qué punto nos definen las personas a nuestro alrededor? ¿Cuántas de ellas, aunque sea por un corto tiempo, nos marcaron de tal forma que hoy no podríamos reconocernos si no fuera por su breve presencia en nuestras vidas?”

POR OSWALDO BARRERA FRANCO

La mayoría tenemos recuerdos de aquellas amistades que hicimos cuando éramos niños. Probablemente fueron nuestros vecinos o los primeros compañeros de escuela, que nos acogieron luego de sentirnos abandonados a nuestra suerte por nuestros padres. Es casi seguro que conservemos una vaga imagen de aquel primer amigo, o primera amiga, a quien considerábamos como tal, sin estar del todo seguros de lo que ello implicaba. En ese entonces alcanzaba con que alguien nos cayera lo bastante bien como para prestarle nuestros juguetes y viceversa, pacto que solía terminar en cuanto alguno de los dos decidía que ya no quería jugar más o que se quedaría con el juguete del otro, así nomás, sin aviso previo y por mero capricho.

Tal vez aún guardemos el nombre de aquella persona a la que consideramos nuestra primera amistad o, a estas alturas, es probable se haya vuelto un anónimo rostro entre los compañeros que iban y venían en esos primeros años de escuela. Sabemos que existió, tal vez hemos soñado con él o ella, llegamos incluso a visitar su casa o la recordamos fugazmente jugando en nuestro cuarto. Quizá ya no sepamos su nombre ni dónde vivía, sin embargo, fue alguien importante que nos ayudó a dar los primeros pasos en busca de nuestra identidad personal y como parte de un grupo.

¿Hasta qué punto nos definen las personas a nuestro alrededor? ¿Cuántas de ellas, aunque sea por un corto tiempo, nos marcaron de tal forma que hoy no podríamos reconocernos si no fuera por su breve presencia en nuestras vidas? Pensamos más en las amistades que hoy forman parte de nuestra cotidianidad, incluso en aquellas que han perdurado a pesar del tiempo, la distancia y los malentendidos. Se suele considerar que, a partir de cierta edad, ya tenemos las amistades que necesitamos para el resto del trayecto que emprenderemos juntos, a quienes elegimos o nos han elegido como compañeros de viaje, quienes estarán presentes en bodas y funerales.

Si tenemos la fortuna de conservar amistades que se forjaron durante la carrera o en nuestros primeros trabajos, e incluso más atrás, hemos alcanzado un hito importante: formar parte de aquella familia que uno elige más allá de la sanguínea. Sin embargo, en el camino han quedado muchas otras que también fueron relevantes en alguna parte del trayecto. Quizá fueron escalas donde encontramos un refugio o el impulso para continuar, aunque ellas se quedaran atrás. Tal vez representaron un reto o un aprendizaje para lo que vendría más adelante. A veces, por muchas circunstancias, se convirtieron en un obstáculo que nos enseñó a valorarnos y renunciar a aquello que nos frena. Así, en ocasiones sólo se quedaron al margen del camino o iniciaron su propia ruta, en la que nosotros no estábamos contemplados, y otras veces fue necesario tomar distancia y dejar que el tiempo hiciera su parte para dar lugar a otras memorias acompañadas de gente nueva.

Quienes han sido parte de nuestras vidas, igual por una temporada o desde nuestra infancia, constituyen un universo de saberes, risas y llantos, apoyos y olvidos necesarios para que, hoy día, seamos las personas que somos, con nuestros aciertos y errores. Es ingenuo creer que todos conservan un grato recuerdo de nosotros, así como hemos preferido borrar a quienes, por diversos motivos, decidieron alejarse. Hemos lamentado esos distanciamientos que al final se volvieron pérdidas insalvables. Aún recordamos con dolor, y algo de estima tal vez, a esa persona que nos dejó de un día para otro sin otra razón que habernos vuelto un lastre para su desarrollo personal. No pareciera justo ser relegados así y, sin embargo, hemos hecho lo mismo con muchos que, a su vez, lamentaron haber quedado fuera de nuestro radar.

En un acto de equidad, quiero agradecer a algunas de las personas que, aun como amistades pasajeras, han significado algo valioso para mí, a pesar de que desde hace tiempo nuestros caminos se haya separado: a mis compañeros de la primaria, con quienes descubrí la complicidad entre amigos; a los maestros que valoraron más el gusto por enseñar que el uso de la autoridad y por ello se ganaron mi respeto y amistad; a quien nunca fue mi pareja, pero sí una amiga cercana que me acompañó en situaciones difíciles; a quien sí fue mi compañera por cinco años y de quien aprendí que valía la pena arriesgarse por lo que quieres; a mis colegas de múltiples trabajos, que me enseñaron sobre lealtad y camaradería para alcanzar un fin común. Hoy nuestros caminos corren en direcciones distintas, pero fue en las intersecciones donde, gracias a ustedes, conocí una parte de mí que atesoro, mientras que las bifurcaciones sólo fueron el forzoso destino al que debíamos llegar después de una muy agradable convivencia.

Conservo, afortunadamente, muchas amistades de mis años en Coapa (los hermanos que no tuve), de la secundaria (mis carnalitos de la escuela), de mi primer trabajo durante la carrera (mis maestras que no eran arquitectas), de las comidas de exalumnos (quienes se han vuelto entrañables), al igual que mi actual pareja y mi amiga más cercana (de quienes aprendo sobre feminismo cada día). Todas ellas tienen un lugar y una gran valía para mí, pero no dejo de lado a quienes, sin importar lo distantes que ahora seamos, me dieron la oportunidad de llamarlos mis amigos.

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