Cuéntame algo que no duela
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Mi papá y yo pasábamos momentos en los que parecía “no doler nada”, le hablaba de cosas simples y hasta le terminé bailando. Platicar sobre Ricky Martín me ayudaba a hablar cuando no había nada que decir.
POR MARIANA LEÑERO
Desde hace tiempo he querido escribir sobre cómo Ricky Martin entró a mi vida. No es una historia divertida pero es una historia importante para mí. Fue hace 7 años, apareció por la puerta del hospital cuando mi padre tenía cáncer. Como la mayoría de los cánceres terminales, las visitas al hospital eran constantes y las estancias prolongadas. En ese tiempo, mis hermanas y yo, sin decirlo ni planearlo asumimos roles en su cuidado. Mi mamá, no requería uno, su lugar era todo. Si no fuera porque la situación era dolorosa podría decir que se formó una armónica unión y solidaridad fraternal que mi padre y mi madre nos inculcaron desde pequeñas.
De las cuatro hermanas yo era la que me quedaba a dormir en el hospital. Lo ayudaba a levantarse, lo acompañaba cuando le administraban sus medicinas, cuando iba a cenar o cuando el doctor nos daba malas noticias. También limpiaba sus lágrimas, porque en las noches mi padre lloraba. Eso sólo lo sabíamos él y yo. Él odiaba su vulnerabilidad. Cuando nos cubría el insomnio, me pedía que contara historias.
-Cuéntame algo que no duela.
Mientras que otros eligen leer libros de paz interior, yo elegí contarle sobre Ricky Martín. Todo fue casualidad. En la tienda del hospital se encontraba su libro: Yo .
El libro, que sin duda no escribió y que ni mi comadre, que me quiere tanto, lo pudo acabar, nos acompañó hasta el día que salió del hospital. Pero él no quería que se lo leyera, le gustaba que se lo contara con mi voz. Para eso hacía mi trabajo de investigación, veía videos, fotos, noticias. Estoy segura de que a mi padre le valía madres y si estuviera vivo no recordaría ni siquiera su nombre, pero en mi caso la vida de Ricky Martín me acabó interesando cada vez más.
Mi papá y yo pasábamos momentos en los que parecía “no doler nada”, le hablaba de cosas simples y hasta le terminé bailando. Platicar sobre Ricky Martín me ayudaba a hablar cuando no había nada que decir.
Cuando mi padre dormía, yo lloraba con Ricky Martín. Sé que es cursi decirlo, pero así fue. Formé un gran cariño hacia él, ese cariño que se le tiene a alguien que te acompaña en tus peores momentos. Ricky Martín resultó ser mi plan de salida y mi plan de entrada a la aceptación de lo que iba a pasar.
Después que mi padre murió decidí que en vez de asociarlo con un recuerdo triste siempre lo asociaría con alegría y con el secreto que me uniría a él para siempre.
Pasados los años, mi amiga Alicia generosamente me invitó a un concierto privado de Ricky Martin. Le escribí una carta agradeciéndole y compartiendo con ella el por qué era tan importante para mí. Ella lo compartió con su representante quien a su vez se lo compartió a él. Sorprendentemente la leyó y me invitaba a conocerlo.
Fue así como por dos minutos estuve a solas con él. Con su bufanda negra, camiseta blanca estilo Calvin Klein y olor a primavera me miró, lo abracé y me sonrió. Me dijo algo, pero no recuerdo qué. Todo sucedió muy rápido.
Después se fue con sus demás admiradores, yo me quedé en una esquina. Al final tuve la suerte de que me invitaran a tomarme una foto con él. No tenía mi teléfono listo, no me importó, lo volví a abrazar. Alguien tomó una foto y no lo supe hasta unas semanas después que Alicia me la mandó por correo. La claridad malísima. Sin embargo, ahí escondido estaba el secreto que compartía con él: nítido y para siempre.
Hoy lo río y lo bailo. Oigo sus canciones y veo su Instagram, le tengo una genuina admiración. He educado mi oído y mi memoria para aprenderme sus canciones. Ricardo, mis hijas y mis amigos comparten con alegría mi afición por él. No todos saben que cuando esto pasa, estamos honrando la complicidad que surgió con mi padre y con él en los momentos y en el lugar donde se pueden contar historias que no duelen.