Contrainforme de ficción: Lo que no iba a pasar
Foto: Mario Jasso / Cuartoscuro
Este es el cuento sobre un gobierno pero también de una vida frustrada. Un relato de ficción en un país desencantado: las secuelas de una polarización inútil. Los años perdidos; las hojas que caen sin remedio pero sin rebrotes. Las consecuencias inevitables…
POR DIEGO A. LAGUNILLA
Tantas horas con una venda y unos audífonos me desorientaron, apenas puedo distinguir, sólo escucho palabras en inglés, y otro idioma que es raro, con una extraña entonación, tampoco lo entiendo.
Traté en varias ocasiones de aprender inglés, pero no pude, solo algunas cosas básicas para saludar o pedir de comer, pero no prosperó; hay cosas para los que uno es bueno, otras que no, esto de los idiomas es así, pero al final estaba seguro de que yo no lo necesitaría, siempre habría alguien para ayudarme, además me disgusta, el inglés es neoliberal, es imperialista, y hoy, pendejo de mí, confirmo que es traicionero.
Teníamos acuerdos, no sólo de palabra sino de hechos, fueron productivos; antes, durante e incluso después de estar en palacio. Anoche me agarraron, me apresaron, me vejaron como si fuera un animal y no lo soy, ¡somos socios! ¡carajo!, ¡claro que lo somos!
Primero los gritos, después el silencio, la confusión, mi guardia abatida, perros ladrando, el helicóptero negro al fondo, entre la bruma, donde me subieron, sin mediar palabra, me sentaron y después me noquearon.
Me veo en una celda, traigo un overol naranja, unas chanclas, me quitaron la ropa, me duelen las muñecas y los pies, no sé qué pensar, ni qué decir, estoy enjaulado. Desconozco si es de día o de noche, solo hay un foco y una cámara que no me deja en paz. Escucho música a todo volumen, de esa que oían mis hijos en su juventud, mucha guitarra, mucho tambor y mucho grito, me aturde y me molesta.
Este trato es inconcebible, no puede quedar así, por supuesto que no, ¡soy la guía de México! (yo lo comando), ¡soy su líder moral! de seguro ya me están buscando, ya saben que vinieron por mí y me tienen secuestrado. El pueblo se movilizará, claro que sí, caminarán a la frontera y vendrán a rescatarme. ¡Que se agarren! ¡ahora si se despertará el verdadero México bronco!
Es una venganza, ¿quién habrá sido el maldito? ¿el cabrón? ¿el cobarde? Son tantos, que me es difícil saberlo con precisión, antes lo intuía rápidamente, pero perdí el sentido, lo delegué, y ese ¡fue mi error! ¡bajar la guardia!
Fue uno de adentro, alguien cercano, que confié y me apuñaló por la espalda, me vendió como Judas, me sacrificó, llegará el día que lo descubra y verá de lo que soy capaz. ¡Estúpido! ¡no sabe con quién se metió! ¡Soy la persona más popular! ¡me alaban o me odian! pero ¡todos hablan de mí!
Me llevan en una camilla a una sala, no entiendo, puedo caminar, no me hacen caso, me acuestan a fuerzas. Veo los uniformes, confirmo lo dicho, me tienen los gringos, me raptaron, son tres más los guardias y una cámara que graba todo, espero, porque el video en “buenas manos” mostraría la injusticia que están cometiendo.
Sólo uno habla, en español, acento caribeño, parece dominicano, me suena por el beisbol, pregunto ¿dónde estoy? E inmediatamente pido un abogado, me dice que no, me quejó, les grito, ¿¿¿dónde están mis derechos??? Sólo me responde que esos se perdieron cuando pacté con terroristas, ¿¿¿¡¡¡qué!!!???
El militar saca una tableta y me muestra una foto… la foto que me ha perseguido… la de la mamá del Chapo y el saludo en Badiraguato… me dice que esto es una prueba de muchas otras que tienen… exijo que me las enseñe… reitero que eso fue un acto de cortesía, hacia una anciana… se ríe… le enfatizo que su gobierno y yo ¡somos amigos!, no solo con la Casa Blanca, que pregunte a la CIA… que deben saber sobre nuestra relación… vuelve a reír y con más fuerza…
Mientras me amarran de nuevo a la camilla, y sin verlo directamente, me indica lo siguiente; que para mí “tranquilidad” estoy en un Centro de Detención que actúa bajo un “acta terrorista”, o algo así, y eso se traduce en que mi captura es especial y no se rige bajo custodia civil. Me grita ¡bienvenido al limbo!, más risas, y para rematar, me suelta que estoy en mi tan amada Cuba ¡pero sin estarlo!, ríe a gritos.
Me acuerdo de aquel expresidente hondureño, y la advertencia que recibí en la radio hace algún tiempo, no le hice caso, me burlé del aviso, mi gente me dijo que era una locura, orquestada desde el enemigo, desde el conservadurismo, y que ¡esto no iba a pasar! ¡esto no tenía por qué pasar! ¡menos a mí! ¡porque sería pegarle a México! ¡sería en sí un acto de guerra!
Pienso en el policía y en el que me robó la elección, también en el que llamaban el padrino, unos libres, el otro también, supieron negociar, supieron salir del problema, del escollo, no había pruebas contundentes, sólo uno fue juzgado, y le dio la vuelta como soplón. Los otros ni siquiera llegaron a un tribunal. Esto estrategia me convendría, necesito contactar alguien de afuera, pedir ayuda, auxilio, apoyo, pero no puedo, no tengo forma, estoy atrapado, incomunicado. Ni siquiera conozco con certeza si saben que me tienen aquí.
Podría apostar que los primeros tienen que ver con mi situación actual, el segundo tendría mis dudas, salió gracias a mí, y ellos, los de verde, particularmente el secretario, se hundirían conmigo, eso creo, pero no puedo dejar de pensar en esa posibilidad, también. Sólo ellos tendrían los medios para permitirlo, aunque hayan tenido que sacrificar algunos, como los que me cuidaban en Palenque (peones al fin).
Recuerdo la preocupación cuando los pinches republicanos junto con algunos demócratas cabrones empujaron y lograron aprobar el dictamen que consideró a los narcos como terroristas, eso fue el punto de quiebre, ahí valió madre todo, ¡hasta mi libertad! ¡quién lo diría!
Apagan la música, llega un doctor y sus guaruras, me revisa, se ve que conoce mi condición, que está mal, en principio no habla, solo mide y escucha, siento que ahora si me cargó el payaso, espero aguantar y no estirar la pata, porque morir así no sería morir, sería penar, sería seguir sufriendo, apresado, amarrado, como perro, a los fantasmas, a los temores, a los tropiezos. Sería un punto seguido, no final. Me estremece pensar que puedo estar ahí, pronto. Me duele un poco el pecho y sudo frío.
El doctor sabe los medicamentos que tomo, me dice en un mal español, que me los suministrarán cuando lo requiera, en esos vasitos que parecen de botana, de los que traen cueritos, me da uno, pido saber para cuál de mis males son las dos pastillas, me dice que una para la hipertensión y la otra para la ansiedad. Callo.
Por primera vez en mucho tiempo se me llenan los ojos de lágrimas, me sorprende, las corto como puedo, me limpio con la manga, no puedo mostrar debilidad alguna, con ellos ni con nadie. Es obvio que no merezco esta situación, un líder de mi talla, reconocido y aplaudido, pese a quien le pese. Tarde o temprano saldré, me tienen ¡como prisionero político! ¡yo no soy terrorista! Eso no lo vieron, no lo calcularon, y por ello verán que les saldrá el tiro por la culata, ¡así será!
Esto es lo único que me faltaba ¡estar en la cárcel! Eso hará de mi lo que quería ser, desde un principio, ¡un mártir! ¡como Jesús! Lo mismo que a él, me atacaron y me crucificaron, pero yo si bajaré de la cruz y temblarán de miedo, al verme entero y listo para caminar sobre las brasas que prendieron al tratar de aniquilarme.
Lo que no saben, o no quieren saber, es que así no salga de este “nido de ratas”, mi figura seguirá como referente y se agrandará, momento a momento, no habrá forma de evitarlo, vivo o muerto, porque ya gané mi lugar en el panteón de los inmortales de México.
La “transformación” se asienta justo en eso, en sellar mi estampa, en fundamentar mi permanencia y mi presencia por siempre en el imaginario nacional, ¡ese era y es el verdadero objetivo! ¡esa era y será mi lucha! A pesar de todo, de los resultados, de los programas, de los repliegues, ¡de la sangre! ¡no importa! ¡nada importa! ¡la victoria es y será mía!
Empiezan nuevamente los “cánticos”, que escuché desde un principio, no entiendo nada, salvo que los hacen con cierta regularidad, en una lengua diferente, lejana, no sé, pero por lo que me dijeron durante el interrogatorio, sobre eso que estoy en Cuba “sin estarlo”, entonces, no hay que darle muchas vueltas, me tienen prisionero en Guantanamera o algo así, nunca preste atención al nombre, me río de la tontería, y de que suena como la canción de Compay, aquí estoy en la Isla de Juana “la Loca”.
Es el lugar donde tienen a la gente de los atentados, allá en Nueva York, lo que escucho es árabe, eso es, y seguramente sus rezos, porque estos mahometanos son muy fanáticos, muy locos, muy ignorantes. Todo el día andan con el Alá en la boca, incluso en Chiapas me toco conocer algunos.
No es mala noticia, si lo veo fríamente, debe haber gente de esas organizaciones que dan mucha lata, pero sirven para estos momentos, me acuerdo de los de la velita en su bandera, de los de Amnistía Internacional, ellos me podrían ayudar, seguro, tienen que saber que estoy aquí, al fin de cuentas soy un luchador social y ellos pueden servir como puente con el exterior.
Espero que no sigan enojados por aquello de la “militarización”, la “libertad de expresión” o las estúpidas viejas feministas. Ya pasó tiempo, a lo mejor se les olvidó, pero en el peor de los casos puede haber gente también de la Cruz Roja, ellos ayudan a todo el mundo. Estaré atento por si escucho o veo algo.
Me traen otro vaso de “botana”, con más medicinas, les conviene cuidarme, tenerme bien y de buenas, muerto no les sirvo, ni les funciono; tampoco yo me quiero petatear, no me gusta que me den cosas por la libre, me da desconfianza, no sé de dónde vienen y qué son, ahora no tengo de otra, me veo obligado a aceptarlo y tomarlo. Me tengo que cuidar.
Un ruido muy fuerte me agita, creo haber escuchado algo en español, suena muy “mexicano”, salgo rápidamente de mis reflexiones, parecía una mentada o algo así, espero no haberme equivocado, eso sería que hay alguien más conmigo, otro paisano, pero ¿quién será?
Con esto en la cabeza, caigo rendido, mi cuerpo no resiste más, tengo que descansar y recuperar fuerzas, solo alcanzo a tomar agua, la comida no pasa, no tengo hambre, solo sed y sueño, literalmente me desplomo.
No sé cuántas horas pasaron, recupero la consciencia, me levanto todavía adolorido, dormí en el suelo, durante ese periodo me cambiaron la bandeja; devoro lo que trae, parece una sopa, no distingo de qué, me como el pan, me sirven agua, nada más. Casi parece comida de clínica, porque solo faltó la gelatina.
Al poco rato regresa el transporte tipo camilla, me ponen el antifaz y los audífonos, no veo ni escucho nada, solo siento que me mueven, pero no una distancia muy larga, se detienen más o menos rápido.
Vuelvo a la sala inicial, me retiran las cosas, veo que hay una persona nueva sentada al otro lado del cuarto, no distingo quién es, trae un overol similar al mío, anaranjado, también con chanclas, noto entre penumbras que está despeinado y sin rasurar, se ve cochino, demacrado.
Hay otra silueta del lado de los gringos, a él si lo identifico, trae un chaleco con las siglas de la DEA, creo reconocerlo de alguna de las tantas juntas que tuve con el sombrerudo, como le decía al embajador, ese que tanto jodía y según él, creía salirse con la suya. Pobre idiota.
No me dicen nada, solamente hacen una señal y acercan al otro prisionero, empiezo a reconocer su fisonomía, no puedo creer lo que veo, ¡es él! Me observa con una mirada extraviada y noto que no se sorprende de encontrarme en este lugar. Se me van las palabras y la debilidad me inunda.
El del chaleco avanza hacia nosotros y me comenta, en claro español, “lo veníamos cazando desde hace mucho tiempo, por fin lo tenemos, nunca olvidamos, será un ojo por ojo por nuestro compañero caído, por nuestro Kiki, particularmente por la terrible forma en que lo mataron”.
Me tiemblan las piernas, tengo que respirar, me dan ganas de vomitar, me mareo un poco, espero no desmayarme, ni quebrarme, ¿por qué nos carean? ¿para qué? ¿qué les habrá dicho? ¿qué hago? ¿qué quieren? ¿qué buscan?, una silla por favor, ¡una silla!
No cruzo palabra con él, se lo llevan del lugar, me dejan ahí, sentado con la escolta, no dicen nada más; no esperaba este golpe, ni esta sorpresa, de por sí ya estaba ciscado, ahora si no sé qué va a pasar, parece que se lo van a echar, y feo, me lo dijeron, ¿¿¿seguiré yo???
El seguro ya se quebró, no parecía ser de esos, fue muy cuidadoso, creo que desde hace mucho tiempo no viajaba fuera del país, es evidente que tenía miedo de que pasara algo, de que lo agarraran, aunque nunca lo reconoció. Salvo un “soy como tú, de México no me muevo, ¿para qué? Aquí tenemos todo”.
Reaparece el agente, subraya “digamos, el trato es muy simple, no tienes salida ni escape, tu vida depende de nosotros -y de este lugar-, que te quede claro”. Espera unos segundos y agrega “en la medida que cooperes ganaras privilegios, por el contrario, la chingada”. “¿Comprende”.
Asiento con la cabeza y sonrío para mis adentros, ojalá fuera así, porque de ahí justo me secuestraron, de la chingada.
Continúa el policía, “ese cabrón, que acabas de ver, ya nos contó todo, no hubo que presionar, así son, bien gallinas, los que se hacen muy macho se rompen rápido, además sabemos de sus negocios y sabemos de sus contactos. Entre los que resaltas tú, ¿no te ayudó él a llegar a la grande? ¿no lo protegiste durante tu gobierno? ¿cuánto dinero hicieron?”. No me da tiempo de responder. Me trasladan de regreso y me tiran prácticamente en la celda, el desgraciado me vendió. El malestar aumenta.
Pasan los días y nada, silencio, no vuelven, sólo los chequeos médicos y la comida, recupero mi energía y concibo, claramente, que lo que está en juego es mi vida, nada más, y la calidad de ésta dependerá de cómo me comporto en esta letrina; tengo que resistir y lograr que me liberen, la presión internacional seguro lo hará, es sólo cuestión de tiempo y como dije que se preparen para cuando salga. Me vuelvo un prisionero modelo, no me quejo y sigo instrucciones, callo y observo.
No sé nada de mi “amigo”, no dudo lo que me dijeron, seguro que se rasgó rápido y bonito, él se lo merecía por estúpido, no debió meterse así con ellos, era de esperar que tarde o temprano le echarían el guante, lo que me preocupa es qué dijo de mí. Tengo que ganarle, tengo que ganarles, como sea, cuando sea.
Aparece la guardia, me suben a la camilla, ya aprendí el protocolo, me ponen las cosas y partimos, ahora siento que lleva más tiempo mi traslado, paran, me bajan y me sientan, en esta ocasión no me retiran los lentes ni los audífonos, empiezo a ponerme nervioso, trato de respirar y recuperarme.
Finalmente me retiran las cosas; para mi sorpresa estoy sentado frente a una mesa, del otro lado hay una mujer, con uniforme, al hablar, gesticula mucho, por su cara supongo que no le caigo bien, además está gorda, de malas, parece chicana, me suelta lo siguiente:
“Por narcotraficante, eres considerado por la justicia como terrorista y como tal serás tratado”, no me deja hablar, reclamo airadamente, solo alcanzo a decir ¿cuál justicia?, continúa, “más te vale que te calles y cooperes”, “tu compadre ya nos dijo todo lo que sabe, del dinero; de los negocios y de las felonías”. No entiendo esta palabra, no suena bien.
Prosigue, “te conocemos muy bien: eres traicionero, desconfiado, mentiroso. La última persona con la que hacer tratos, eso sí, salvo que te convenga”.
“Necesitamos verificar algunos datos que señaló tu socio, si corroboramos lo que dices y es cierto, ganarás privilegios como salir del régimen de aislamiento, poder tener contacto con otros internos e incluso en su momento hablar con un licenciado.”
“Por el contrario, si notamos que mientes o nos tratas de engañar, el régimen de reclusión puede empeorar, no más sol, más música y poco sueño, si además insistes, las penas ya no serán sobre ti, caerán sobre tus hijos”.
Respondo iracundo ¡¡¡con mi familia no se metan!!!, sonríe, se nota que disfruta el momento, y me responde “desde que los pusiste a nuestro cuidado empeñaste su futuro, ya sea en Houston, San Francisco, Londres o incluso Mexico City”.
Me pasa una lista, pido unos lentes, trae cinco puntos subrayados, los leo con cuidado, tres me acuerdo, uno, no, y el otro es impreciso, respondo tal cual, palomeo el 1, el 3 y el 5, tacho el 2 y el 4 lo dejo en blanco. Regreso el papel, la mujer lo lee con cuidado, advierte que hay uno sin responder, indico que la pregunta es engañosa y puede ser una trampa. Insiste que la responda si quiero mantener el trato (que supuestamente tenemos).
Subraya que aquí no aplica “la normalidad” que puedo incluso “echarme la culpa de todo” y si es correcto es un punto a mi favor, por el contrario, si “me lavo las manos” y también coincide con la “realidad” sería también un punto a mi favor. En otro sentido, si no digo la “verdad”, un punto menos la primera vez, y se recrudece el “aislamiento”, pero si reincido pierdo cualquier “derecho” ganado y van sobre mi prole. Esto es, me ponchan por todos lados. Lo que cuenta es el resultado de los cruces de información, y la interpretación de éstos – y me suelta que con Inteligencia Artificial mediante-. Menos entiendo.
Me siento confundido y enredado, tengo que encontrar qué pasa, qué sucede y por supuesto como puedo salirme con la mía y no con la suya. De lo contrario, ¡estoy y estaré jodido!
Regreso a la jaula, es el último lugar donde quiero estar; anulado, recluido, aislado, sin ser visto, ni escuchado. Extraño lo perdido, mi casa, familia, mis seguidores. Como dicen, “la comida, el viento y el sol”. Incluso, añoro a mis acusadores, o mis jaters, dirían mis hijos, aunque parezca broma, realmente me hacían feliz sus reacciones sobre todo lo que hiciera, dijera o “pensara”. Deben estar muy contentos si saben dónde estoy o, por lo menos, escuchando los rumores sobre mi paradero. Seguro ya me eliminaron otra vez.
Falta el peloteo, la reacción, la interacción con los otros, aquí se da al mínimo indispensable, se ubica en recibir y acatar órdenes, hablar solo si lo dejan a uno, comer lo que hay, beber agua, nada más, ir al baño sin privacidad, no fumar. Muchas horas en silencio que aniquila poco a poco, porque se acompaña de una oleada de pensamientos y sensaciones que agotan y ahogan.
Los burros aparecen-así les digo-, mismo procedimiento: subir, amarrar, “desconectar” y transportar. Trato de contar el tiempo de traslado, pero lo pierdo, porque la carroza se mueve mucho y temo que me tiren.
Me bajan y sientan, me quitan los “aditamentos”, otra mesa, misma vieja, con el papel que me dio en la última ocasión, tiene nuevas anotaciones, me indica que deje de jugar al engaño, que aquí ya no funciona mi teatro, ni mis sermones, que más vale que sea honesto y veraz, pero subraya que como me he portado “correctamente” me dará una sola oportunidad de decir lo que sé, no solo de mi “colega” si no de “otros temas”.
Resalta que después de analizar mi primer “draf” (o algo así) mis “aciertos” muestran una proporción de “uno a veinte”, esto es que de 20 cosas que digo, solo 1 se podría considerar cierta, así que lo que me conviene es que deje de lado la farsa y haga lo que tenga que hacer para no perjudicarme más.
Pierdo más o menos la noción del tiempo, no alcanzo a determinar cuánto tiempo estuve hablando con la señora, noté que llegué de día y salí de noche, me trataron razonablemente bien, incluso me dieron refresco y comida -de a de veras-, espero que haya quedado satisfecha con lo que le dije, me suben al transporte, me llevan de regreso a la celda.
Estos idiotas creen que me van a doblar, ¡no me conocen! ¡solo yo me conozco! ¡que no se les olvide! ¡a mi nada ni nadie me quiebra! ¡solamente yo sé cómo, cuándo y dónde va a acabar esto! Aunque crean lo contrario.
Me enredo en un sinnúmero de pensamientos, que se agolpan uno a uno, como la injusticia que está sucediendo, mis habilidades como líder nato y como administrador, si señor, como tal, porque pocos han podido armar una estructura semejante que no deja huellas, ni rastros, y que por supuesto, no haya forma de ligarme directamente con ello. Todo queda en palabras, y lo que pesa a la hora de la verdad son los documentos. Aunque para ser honesto, en el lugar en que estoy y por lo que se me acusa, los papeles no parecen tener tanto peso y si los decires, los chismes, las patrañas.
Juegan con la carta de la familia, hubiera creído que serían más “sofisticados”, ese es un truco viejo, en realidad no me preocupa mucho, hay códigos que no se rompen a estas alturas, que se mantienen, que funcionan, como no meterse con las mujeres ni con los niños.
No me he podido ver en un espejo desde que llegué, noto que me ha crecido la barba y el pelo, también las uñas, el baño solo cuando me dejan, debo de dar pena, no me gusta sentirme así, ni mostrarme descompuesto.
Me deslizan un sobre por la “puerta”, lo abro como puedo, son copias de algunas portadas de periódico, tanto de los conservadores como de los que apoyan el movimiento en México, por las fechas noto que llevo varias semanas aquí, leo las noticias, me sorprende que no haya mención alguna sobre mi persona ni paradero, ¡nada!, simplemente nada.
Parece que me ¡borraron de la prensa! ¡increíble! Por años aparecía todos los días, con más razón debería ser ahora, ¿qué pasa? El coraje, la ira y el miedo que siento, me atontan, me noto raro, extraño, caigo en el catre, me adormilo, siento que se “me sube el muerto”; no me puedo mover, ni hablar, es una sensación espantosa, empiezo a divagar, a perderme.
A lo lejos percibo un par de figuras que me gritan en inglés, en español, no entiendo lo que dicen, solo me agarran, me mueven, llega más gente, me abren el uniforme, me tocan el pecho, pero la sensación de lejanía se apodera de mí, sospecho que me voy… me alejo… grito en un silencio que paraliza, que estremece, abruma… chiflando…