Ciudad de México, junio 3, 2025 07:26
Revista Digital Junio 2025

DAR LA VUELTA / Las bicis en mi vida

Henos aquí que, en el 2021, la familia adquirió un par de bicicletas vintage, de esas con canastilla, espejos retrovisores y que parecen de la década de los cincuenta y sesenta”.

POR PATRICIA VEGA

Antes de cumplir los cinco años, es decir, durante nuestra infancia, hemos estado rodeados de todo tipo de estímulos que nos empujan a andar primero en triciclos y luego en bicicletas: nuestros familiares, condiscípulos en la escuela, programas de televisión y radio, anuncios, canciones, cuentos, películas infantiles, amistades…

¿Quién no recuerda sus primeros intentos de pedalear en equilibrio sobre un artefacto de cuatro ruedas que, a partir de perder el miedo, se reducirían a dos?

Me veo a mí misma en una especie de ensoñación, montada en una bicicleta infantil. Con mi padre al lado, sosteniendo el manubrio para darme seguridad e insistiendo en que no dejara de pedalear, que lo hiciera sin miedo por la empinada calle en la que vivíamos en la colonia Hipódromo de Tijuana, que la velocidad me ayudaría a mantener el equilibrio.

Fueron varios los intentos hasta que un día, con las llantitas de atrás, un poco levantadas del piso, me empujó y empecé a pedalear sin ayuda de nadie. Recuerdo la emoción de dominar una nueva actividad, el viento acariciando mi cuerpo y una sensación de libertad que me acompañaría a cualquier lugar que yo decidiera ir, aunque mis limites estaban marcados por la extensión de la colonia Hipódromo.          

Así que cuando la familia llegó a vivir a la ciudad de México e ingresé a una escuela para terminar la educación primaria yo ya era una pequeña campeona de la bicicleta. Por la colonia en la que viví muchos años, iba con frecuencia a pasear al bosque y zoológico de Chapultepec. Esa aventura siempre incluía la renta de una bicicleta por media hora o la hora completa.

Fui creciendo junto con la ciudad y al término de la primaria yo ya era la flamante propietaria de una bicicleta dorada con cambio de velocidades y un asiento alargado que me permitía pedalear medio echada para atrás. En esa época, sin pedir permiso ni la opinión de nadie, decidí cambiar mi super bici por una mini moto Carabela de 100 cc, color azul turquesa. ¡Caray, me sentía una especie de Peter Fonda, en la película Easy Rider de 1969! Aunque más chica que el personaje interpretado por Fonda, yo estaba en plena búsqueda de mi propio camino.

Con mi primer auto, un escarabajo verde manzana de la Volks Wagen, mis ímpetus bicicleteros quedaron poco a poco guardados en un cajón. Y pasaron muchos años y la ciudad de México siguió creciendo –y yo junto con ella— hasta convertirse en una urbe prácticamente intransitable por el exceso de automóviles, altos niveles de contaminación y un transporte público bastante deficiente. La búsqueda de alternativas propició que las autoridades capitalinas voltearan los ojos nuevamente hacia las bicicletas, ahora como medio de transporte ecológico.

La Delegación Benito Juárez, ahora Alcaldía, fue una de las primeras zonas de la ciudad en experimentar el sistema Eco-bici: la renta de bicicletas por un periodo de tiempo determinado que permitía a los usuarios trasladarse de un lugar a otro de una manera más amigable con el medio ambiente y sorteando el tráfico. Debo decir que la altura del asiento nunca me acomodó y eso hacía que mis correrías bicicleteras fueran un tanto incómodas. Y la parafernalia urbana bicicletera llegó a la ciudad para quedarse: carriles confinados para bicicletas y que corren a lo largo de varias avenidas: Insurgentes en ambas direcciones, Adolfo Prieto, División del Norte, Coyoacán, Gabriel Mancera… por solo mencionar algunos ejemplos de la zona en la que vivo: la Colonia del Valle.

Se dice que lo que bien se aprende nunca se olvida. Y el encierro provocado por la pandemia del Covid-19 nos llevó a buscar voltear hacia las bicicletas de una manera que rebasaba su función como medio de transporte: vimos en ellas una alternativa para hacer un poco de ejercicio, pasear y la posibilidad de hacer muchísimas tareas sin necesidad de montarnos en un automóvil.

Nunca hemos estado interesadas en un ciclismo profesional, sin embargo, andar en bici por las calles de la ciudad es, todavía, una aventura de alto riesgo que nos obliga a usar cascos, chalecos brillantes y otros artefactos bicicleteros que nos protejan de un posible accidente. Muchos automovilistas no respetan a los usuarios de las bicis y ponen en riesgo y arrebatan la vida de los ciclistas.

Henos aquí que, en el 2021, la familia adquirió un par de bicicletas vintage, de esas con canastilla, espejos retrovisores y que parecen de la década de los cincuenta y sesenta. No tienen cambio de velocidades, pero sí buenos frenos y una campañilla que suena como el timbre de un vendedor de helados.  Así que no es raro que en la colonia del Valle se topen con un par de señoras sesentonas que se montan en sus bicis cada que pueden: es un ejercicio maravilloso que hace latir tu corazón y pone en marcha todos tus sentidos por lo que el cerebro también se activa.

Hace poco, en una de las librerías de la colonia me topé por casualidad con una mujer de mediana edad que, después de estudiar química y luego literatura, decidió convertirse en escritora que disfruta en particular abordar temas relacionados con la divulgación de la ciencia.

Se llama Yael Weiss, y además de tener varios libros publicados, tiene una pasión no tan secreta por el ciclismo de montaña para el que se monta en su bicicleta tipo enduro. Esas sí son palabras mayores: caídas, raspaduras, fracturas no frenan su pasión por este tipo de deporte, ese sí de alto riesgo.

Imagino su adrenalina cuando un texto que publicó en la Revista de la Universidad de México y que lleva por título precisamente la palabra Enduro: “Con los pies sobre los pedales como en los estribos de un animal fantástico, con las manos sobre los puños del manillar para mantener el rumbo, hacemos cuerpo con la bici. Perdemos altura rápidamente, atravesamos en un soplo el paisaje de magueyes. O el bosque de pinos, o el acantilado que lleva al mar…”

Yo francamente, como dicen los jugadores de cartas, “paso sin ver”. Eso no me impide admirar a quienes pedalean dificultosamente hasta la cima de una montaña para luego bajar por los senderos como almas que lleva el diablo.

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