DAR LA VUELTA / Nosferatu
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Fotograma: Especial
“La película me atrapó, me desmembró, me deglutió y regurgito; sonrío, estoy felizmente abatido”.
POR DIEGO LAGUNILLA
Estoy sacudido y maltrecho, camino hacia el baño del recinto, acabo de pasar por una sensata sinrazón, por una paranoia sinfónica en toda su estrambótica extensión, por una locura que no necesita de nada, todo lo envuelve, en fuerza y lucidez, sin miramientos ni concesiones, derriba y atropella.
Me lavo las manos y mojo mi cara, el agua me aúpa, transité por una “tour de forcé”; mi cuerpo así lo registra, los músculos lo perciben, la cabeza también, hacÍa mucho que no me sentía así, la película me atrapó, me desmembró, me deglutió y regurgito; sonrío, estoy felizmente, abatido.
La batuta de Eggers es sublime, cumple en todo sentido con la partitura de Murnau, sabe que está ante una sinfonía, no sólo como se advertía en el título original, sino porque en aquella, la armonía era visual más no sonora y él, en su exégesis, le da la vuelta, con una destreza que cuida y enaltece, al reivindicar y plasmar en pentagrama, el horror.
Il Maestro se confabula, y asciende, gracias a la acústica vertida por su concertino Skarsgard, su jefe Dafoe y, por supuesto, la solista Depp, sin demeritar, en forma alguna, las presencias del ejecutante McBurney y de los orquestantes Maynard, Taylor y Gudgeon.
“Opus Siniestrus” que rebota y conecta, cual serendipia, con otro sonido sombrío y nebuloso, trazado desde lo humanamente divino bajo el pincel surrealista de nuestra pitonisa, y para el caso, dramaturga Leonora Carrington, quien serenamente desliza que la grosera masculinidad está para conjurarse en la somnus-ambulare, y no por ello indefensa, femineidad.
Nosferatu, nombre, que se pierde y desaparece en sus propios límites porque no hay claridad de a qué se refiere o de dónde proviene, solo se vislumbra por su fantástica, irresistible y pasmosa cinemática realidad.