De tacón y cubrebocas
Foto: Cuartoscuro
La pandemia del Covid-19 ha sido severa contra las mujeres que sobreviven con ingresos obtenidos a cambio de servicios sexuales. Las medidas de contingencia sanitaria se sumaron al contexto de violencia, extorsión y estigmatización permanente.
Para Jaime Montejo
POR ANDREA GONZÁLEZ RODRÍGUEZ Y LUIS MANUEL ARELLANO DELGADO
En la Ciudad de México miles las mujeres, cisgénero y transgénero, han encontrado en el trabajo sexual la posibilidad de acceder a recursos para pagar no solo su propia manutención sino la de sus familias e hijos.
Ignoradas por el derecho laboral, las trabajadoras sexuales configuran el último eslabón en la sucesión de abusos y explotación femenina. Despreciada su condición humana por los adjetivos que describen este oficio, ellas permanecen rezagadas en la agenda del movimiento feminista que excluye reconocerles lo que discursivamente reivindica: el derecho a decidir.
Por ello, quizá el mayor estigma que soportan es la negación respecto a que su trabajo sea producto de una elección libre, a diferencia de la trata que obliga a otras mujeres a ejercer el mismo servicio pero con fines de explotación.
La creencia de que la prostitución es destino impide comprender el concepto de trabajo sexual bajo condiciones de voluntad y libertad, ¿qué las orilla a buscar el sustento desde esta actividad? La respuesta no es nuestra; es de ellas. Son historias difíciles que, por cierto, han sido narradas en reportajes, libros, videos, documentales e incluso en audios: señalan las barreras enfrentadas por su género y las condicionantes sociales en que viven, asociadas a la desigualdad, el desempleo y sobre todo la violencia familiar. A diferencia de las historias que acompañan a las víctimas de trata, las trabajadoras sexuales han señalado de muchas formas que eligieron por sí mismas este trabajo, que no están obligadas y que pueden abandonarlo o regresar cuando tomen ellas mismas esa decisión.
Contingencia sanitaria por COVID 19
Ejercer el trabajo sexual en la calle o en recintos y lugares de reunión destinados a ese propósito ha excluido a las mujeres de los programas de salud pública. Salvo las intervenciones derivadas de la prevención, diagnóstico y tratamiento del Virus de Inmunodeficiencia Humana, las trabajadoras sexuales no son tomadas en cuenta en las estrategias de salud y de género. La cartilla de salud que registre los servicios básicos que deben recibir, que ha sido exitosa en otras poblaciones, en ellas se ha utilizado siempre como herramienta de estafa y abuso por parte de inspectores y policías municipales, al punto de hacerla totalmente inservible.
Como trabajadoras sexuales carecen de acceso a las medidas preventivas que les permitan cuidar su salud sexual y reproductiva. No son población blanco para la vacunación contra el Virus de Papiloma Humano, el Virus de Hepatitis B o el Virus de la Influenza, y por supuesto no son prioritarias para la vacuna o las medidas preventivas contra el Covid-19. No son tampoco prioridad en las campañas contra la violencia sexual y de género.
En específico las trabajadoras sexuales cisgénero, desde su identidad como parte de este segmento laboral, tampoco están contempladas en las acciones de anticoncepción y prevención del embarazo, de interrupción legal o de atención y control del embarazo. El desarrollo específico de algunas comorbilidades derivadas de la mala alimentación o de permanecer horas a la intemperie están excluidas en los diagnósticos comunitarios sobre su salud.
Bajo esta realidad, ¿cómo podían enfrentar la pandemia de Covid-19? ¿Cómo iban a protegerse para no infectarse con el SARS-CoV-2 y cómo iban enfrentar el cierre de sus espacios de trabajo? Elvira Madrid Romero, directora y fundadora de la organización civil Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”, ha señalado que contra lo esperado la oferta del trabajo sexual se incrementó, pero en las peores condiciones.
La contingencia generada por la pandemia del Covid-19 repercutió en la rutina laboral de las trabajadoras sexuales cis y transgénero, de por sí precaria y redujo su ingreso económico en muchas a prácticamente cero, lo cual las dejó sin recursos para lo más básico: alimentarse y pagar un sitio dónde dormir; muchas de ellas vivían en cuartos de hoteles que fueron cerrados.
Como lo han hecho mujeres dedicadas a otros oficios, servicios y actividades del comercio informal, la mayoría de las trabajadoras sexuales han desafiado el riesgo de coronavirus desde la calle, el único punto de referencia frente a las medidas de “sana distancia” y las consecuencias del cierre de bares y otros lugares de reunión. Hay mujeres que ofrecían sus servicios en espacios cerrados y desde hace un año han debido salir a las calles a buscar clientes. Un dato relevante aportado por Madrid Romero son los casos de las mujeres que habían dejado la prostitución y la retomaron para generar ingresos para sus familias.
De esta manera es que la pandemia del Covid-19 ha creado condiciones para que un mayor número de mujeres encuentre en la prostitución un sustento emergente. Las calles no se vaciaron con esta contingencia; por el contrario, se incrementó el número de trabajadoras sexuales.
Contra la trata
Las trabajadoras sexuales son vulnerables y estan en contra de la trata de personas y de la explotación sexual. No están de acuerdo en que la retención forzada de mujeres haya derivado en un criminal negocio. Por supuesto que les preocupa, porque ante la intensa campaña social y las leyes creadas para combatir la prostitución forzada y la explotación sexual de niñas, ahora ellas necesitan diariamente comprobar que ejercen este oficio desde su libertad individual, prerrogativa tutelada por el Estado de Derecho que no termina en adoptarse como política de gobierno.
Fuente de ingresos superior a otras actividades laborales, la prostitución es la opción que miles de mujeres encuentran para enfrentar la vida. Es un hecho que no todas parten del mismo contexto al elegir esta actividad como fuente de ingresos, pues lo que para algunas sería un complemento financiero e incluso una expresión de empoderamiento y libertad sexual, para otras -muchas en realidad- se trata de una medida de supervivencia, sobre todo si son cabeza de familia y tienen hijos o padres qué alimentar.
¿Que hay violencia en el contexto del trabajo sexual? Por supuesto, pero ésta no se significa en realidad por la vivencia misma de sexo durante el servicio, sino sobre todo en el acoso, la extorsión y la estigmatización que diariamente enfrentan y que se suma al rezago estructural para proteger de la violencia de género a las niñas y a las jovenes mujeres cis y trans.
En lugar de separar y distinguir el trabajo sexual de la explotación sexual, la legislación ha oscurecido esos linderos; aunque en ambas dimensiones hay fuertes antecedentes de violencia, en las victimas de trata sí se reconoce ese pasado mientras que en las trabajadoras sexuales se omite.
El trabajo sexual femenino lo ejerce una población prioritaria de la que se sabe poco y se especula mucho. La crisis sanitaria por Covid-19 ha contribuido a oscurecer su realidad, aunque miles de ellas, amparadas con un cubrebocas como única protección, se mantengan en la determinación legítima de resistir.
*Andrea González es directora ejecutiva del Centro para la Prevención y Atención Integral del VIH/SIDA de Ciudad de México. Luis Manuel Arellano, periodista de formación, es responsable de la Coordinación Comunitaria en la Clínica Condesa.