Descomposición social y apología del delito
Ambas explican el porqué durante el sepelio del narco delincuente apodado El Ojos, cientos de personas –en su mayoría jóvenes – vitorearan el nombre de éste personaje cual héroe popular : “se ve se siente Felipe está presente”, era el coro de quienes lo acompañaban con decenas de adornos florares y su féretro en los hombros. Mujeres, hombres y moto taxistas beneficiados con la derrame de actividades ilícitas fueron parte del cortejo a la última morada del ahora célebre “ingeniero”, quien construyera un imperio delincuencial, que derramó sus bienes en parte de la población de Tláhuac, ubicada en al oriente de la ciudad de México.
Las crónicas de diversos medios –que dedicaron hasta primeras planas—señalaron que decenas de mujeres con niños en brazos, en carreolas o tomados de la mano, adultos y, sobre todo, un grupo numeroso de jóvenes de entre 12 y 25 años, acompañaron al delincuente abatido hasta su última morada.
Similares escenas se han visto en casos parecidos en el norte del país, fundamentalmente en Sinaloa, conocida como tierra de narcos, a la caída de diversos capos. Incluso hay capillas y santos dedicados a la ofrenda de la delincuencia. Conocida por todos es la adoración a la Santa Muerte o bien el culto que se tiene, aún, por el Chapo Guzmán y otros líderes del Cártel de Sinaloa. Dinero fácil, mujeres, trocas y drogas, así como una muerte temprana y violenta es la ruta de esta forma de vida.
Para muchos la adoración de los narco delincuentes se explica porque han creado toda una base social, en lugares donde los tres niveles de gobierno han descuidado sus tareas de llevar bienestar a la población. Muchos de estos mafiosos son generosos con los desposeídos y dan ayuda a cambio de discrecionalidad. Una lanita para los enfermitos, para los entierros, para la comida y hasta para la remodelación de la escuelas o los templos compra voluntades y silencios. Además del miedo y la complicidad de quienes resguardan la ley.
También existe la cuestión aspiracional. Decenas, cientos y hasta miles de jóvenes sin oportunidades de empleos, escuela y mejores niveles de vida desean vivir como los capos y narcos de las series, las telenovelas y las películas. Armados, con droga y buenas viejas se sueñan en los mundos que dibujan a través de programas televisivos y narcocorridos. Vida corta pero a todo tren y sin misericordia.
No debemos olvidar que el país cuenta con un número estimado de 26 millones de jóvenes en edad productiva, de los cuales siete millones son los llamados ninis, o sea aquellos jóvenes que ni trabajan ni estudian y de los que se nutren los ejércitos de sicarios y halcones, jóvenes y hasta adolescentes que no tiene mayor aspiración que vivir el día a día de la mejor manera posible. La mayoría de nuestros hombres y mujeres entre los 15 y 30 años se deben incorporar al subempleo, a la economía informal ante la falta de empleos estables, los menos estudian y trabajan, mientras que los muy pocos privilegiados pueden cursar educación superior.
Para ilustrar el hecho, tan sólo ayer los diarios dan cuenta de que según el Inegi los homicidios aumentaron hasta 23 mil 953 durante el año pasado, con lo que 2016 es, hasta ahora, el año más violento de la presente década. El dato en si escalofriante arroja uno más terrorífico: el 53 por ciento de las víctimas eran jóvenes de entre 15 y 30 años de edad. Los jóvenes en nuestro país se matan entre sí todos los días en sus aspiraciones de ser narcodelincuenciales, en una espiral demencial.
Los narcos no deben invertir mucho en su reclutamiento. A unos los levantan por miedo, pero otros más se suman por necesidad y por la carencia absoluta de oportunidades. Bien dice el dicho de que el hambre es canija, pero más quien la aguanta. Y bueno, si te dan una pistola, un guato de mota o sobres de coca o pastillas para su venta, más unos pesitos, pues ya tienes los elementos suficientes para ser un “emprendedor” del narcotráfico, secuestro, robo, extorsión, o cualquiera de las modalidades del crimen organizado como son halcón o asesino.
No es nada sorprendente que cada día, en el rosario de notas rojas que se generan a lo largo y ancho del país, se dé cuenta que los asesinos, sicarios y hasta los mismos ejecutados son cada vez más jóvenes. Los hay desde los 14 años, abundan los de 16 y 18 y los más van de los 20 a los 30 años. Edades en la que los jóvenes deben estar estudiando, haciendo deporte y formándose en prácticas productivas y no delictivas.
Así no resulta raro que sea en las delegaciones de Iztapalapa y Tláhuac donde se den los mayores niveles de violencia en la aterrada ciudad de México y que sus protagonistas sean jóvenes.
La ciudad aterrada, sin vivir los horrores aún que se padecen en el interior del país, mientras su gobernador se muestra más ocupado y preocupado por alcanzar alguna candidatura presidencial para el 2018. Miguel Ángel Mancera cabalga a gusto por Chihuahua , ofreciendo patrullas y recursos para la seguridad de aquella entidad, mientras Tláhuac se incendia y la capital se deteriora en cuestiones de seguridad.
A estas alturas del partido, Miguel Ángel Mancera debería tener bien diagnosticado el problema y tomar las medidas necesarias para su contención, combate y restauración del tejido social en la ciudad principal del país. Empero, nos sorprende a todos, o trata de sorprendernos, al asegurar que no hay cárteles en la capital, sino bandas peligrosas y pide, tardíamente, el auxilio de la Marina.
Amén de la serie de torpezas que ha cometido el jefe de gobierno en éste caso concreto, sería oportuno nos informara cuál ha sido la política social aplicada en esas dos conflictivas demarcaciones (Iztapalapa y Tláhucac). Las carencias en dichas zonas son de sobra conocidas, como conocidas también son los informes que hay zonas en las que ni la misma policía se atreve a entrar o se conoce el encubrimiento de diversos cuerpos policiacos a las actividades ilícitas bajo el manto de la corrupción.
Para muchos la definición de cártel es la asociación delictiva para la producción, trasiego, venta y control de territorio. La banda del Ojos o el Cártel de Tláhuac efectivamente no produce la droga, pero si la transporta, coloca en puntos de venta y controla territorios, además de contar con un ejército de halcones, sicarios y moto taxistas, en su mayoría jóvenes. Y bueno si eso no es un cártel criminal para el administrador de la ciudad de México, es por una mera cuestión de semántica, o sea de sentido e interpretación, más no de operación y ejecución en el mercado de las drogas. Drogas que venden jóvenes a otros más jóvenes. Jóvenes también que se matan entre si.