Desde el drama en el hospital de Xola: testimonio de un médico enfrentando al virus
Foto: Rogelio Morales / Cuartoscuro
Un médico adscrito a uno de los pabellones para atención de enfermos del Coronavirus en el Hospital General de Zona No. 1 del IMSS, en la colonia del Valle de la alcaldía Benito Juárez, relata en exclusiva su experiencia personal con énfasis en el drama de los pacientes y los sentimientos que enfrentan como seres humanos esos héroes de la salud, los médicos y enfermeras.
DOCTOR JORGE ALBERTO RIANCHO GUZMÁN
Amigo mío, hace poco me solicitaste que escribiera cuál ha sido mi experiencia durante esta pandemia; también me dijiste que mientras más pronto mejor, para que la emoción no se olvide. Pues bien, he de decirte que esa emoción NUNCA se va a olvidar, así pasen muchos años, son de esos recuerdos que no dejan de latir y te acompañan durante la vida.
Mira, lo primero que recuerdo de todo, es cuando nos avisaron que nuestro hospital de atención pública (IMSS) comenzaría a recibir pacientes enfermos de esa enfermedad nueva llamada Covid-19, y que era peligrosa, muy peligrosa; pero no sabíamos cuánto. Eran los primeros días de abril de 2020 cuando empezamos a notar los cambios estructurales y estratégicos de atención a los pacientes con sospecha de la enfermedad. Se respiraba un ambiente tenso, desconocido. Nosotros permanecíamos alerta, pero sin miedo. No utilizábamos ni siquiera el cubrebocas, pero poco a poco empezamos a ver la llegada de cada vez más pacientes con tos y fiebre al servicio de urgencias. Estaban entre los pacientes que padecían otras enfermedades de atención urgente.
Se percibe el dolor, el desgarro, la sangre que mana del cuerpo de algunos de los enfermos y que mancha los pañuelos desechables que cada uno tiene en su mesita al lado de la cama.
Entonces fue que todo empezó a cambiar. Se diagnosticaron cada vez más pacientes con Covid-19 y entonces fue que se empezaron a separar los servicios de urgencias. Uno para pacientes sin enfermedad respiratoria y otro exclusivo para los que sí. En éste pabellón ya no podía entrar nadie que no tuviera puesto todo un equipo especial de protección y las zonas peligrosas estaban ya marcadas y separadas con plásticos gruesos y transparentes. Los pisos estaban marcados con cintas amarillas con negro indicando la zona de peligro. Ahí se empezó a sentir esa atmósfera que percibo como gris y densa que conlleva el peligro de muerte.
Afortunadamente, por esos días a finales de abril salí de vacaciones del IMSS. Estuve 30 días fuera y ya había iniciado oficialmente la cuarentena en la ciudad, así que iba poco a mi consultorio privado y me olvidé de los hospitales.
La vida cobraba ya otro color. Las llamadas y mensajes de texto que entablaba con mis amigos y compañeros que estaban en el hospital denotaban mucho miedo, mucha vulnerabilidad y desagrado de estar viviendo la transformación del hospital en un centro de atención para pacientes con Covid-19 al 100 por ciento.
Llegó el día en el que me tenía que presentar al hospital. Las vacaciones se habían terminado y mi mapa mental ya estaba construido a partir de lo que mis amigos me compartían.
Recuerdo mi camino al hospital como si hubiera sido esta mañana. Manejaba a baja velocidad, repasando mi hospital, la nueva ruta para llegar al cuarto piso, que tenía que hacer para cuidarme, dónde me cambiaría de ropa, dónde me bañaría, etcétera. Tal y como me habían platicado mis amigos, ya para ese día había comprado como la mayoría de mis colegas todo mi equipo de protección personal, las máscaras con filtros especiales, gogles herméticos, overoles blancos completos, guantes, caretas, todo y lo llevaba dentro de una maleta especial junto con mi toalla, zapatos y demás. En la maleta ya no cabía más miedo.
He de mencionar que muchos colegas del hospital habían elaborado ya escritos, amparos y demás para no entrar a atender a los pacientes que se encontraban hospitalizados por este padecimiento. Sucede que nuestras actividades como especialistas habían cambiado. Ya no veríamos pacientes de nuestra especialidad únicamente, ya todos veríamos a los pacientes con Covid-19 ingresados en los pabellones de nuestro hospital, independientemente de la especialidad que tengamos.
En lo personal, siempre me ha gustado hacer mi quehacer médico sin importar mucho lo que tenga que hacer para ayudar. Elegí Cirugía Gastrointestinal porque es mi pasión; sin embargo, cualquier actividad médica me gusta y siento que lo hago porque sale de adentro, del corazón, del amor a la ayuda. Por esa razón no me opuse a ser un médico más que entrara a los pabellones a los que amorosamente nos referimos como “COVIDARIOS”.
En fin, el día de conocer ese lugar había llegado y me instalé en la sala de médicos del cuarto piso y recibimos la guardia, misma que me produjo esa sensación del recién llegado a la medicina en su primera entrega de guardia. Todo era nuevo, algo que se experimenta por ejemplo el primer día de residencia médica. Se estaba reportando el estado de salud de un montón de enfermos que estaban ahí por presentar cierto grado de dificultad respiratoria, fiebre, tos.
Algunos estaban con un tubo y ventilador mecánico; otros tantos, la mayoría, con mascarillas de oxígeno, boca abajo porque es la manera en la que pueden respirar mejor. Todo eso escuchaba durante la entrega de guardia y sentía cómo se estaban abriendo nuevos horizontes en mi práctica médica en lo que concierne al cuadro clínico y tratamiento de los pacientes. Me enfrentaba a algo desconocido, de por sí soy miedoso y con esto más, pero también sentí que el amor y las ganas de contribuir y ayudar a los enfermos despierta valentía, a todos los que estamos ahí nos ha despertado la valentía y la compasión.
Después de recibir los informes verbales del estado de salud de los 26 pacientes del pabellón (en el hospital hay seis pabellones repletos) llegó la hora de meternos a verlos, llegó la hora de conocer de frente a esta enfermedad muchas veces mortal.
Primer paso, ponerte la pijama quirúrgica desechable, zapatos de goma primer par de guantes de látex, botas quirúrgicas desechables, gogles, gorro quirúrgico y mascarilla con filtros laterales, otro gorro quirúrgico, otro par de guantes de látex. Y ya vestido así, empezando a sentir la claustrofobia del uniforme, hay que atravesar un pasillo con dos puertas de cristal, pasando la segunda ya estás dentro del COVIDARIO.
Los primeros pasos dentro de él, son como si estuvieras en un documental. Algo como si estuvieras en una experiencia de realidad virtual. Escuchas tu respiración turbulenta por el paso del aire a través de los filtros y las exhalaciones a través de la válvula de seguridad, los gogles invariablemente se empañan y no ves nada durante algunos minutos, hasta convertirse en líquido y mojarse el interior de las micas, ahí es cuando vuelves a ver. Tal vez me recordó la sensación de ponerte un visor un snorkel y meterte a bucear. Ves a muchas personas vestidas como tú dentro de ese pabellón, y obvio no sabes quienes son, solamente por la tela adhesiva que tenemos pegada con nuestro nombre escrito como identificador: DR. HERNANDEZ, ENF. MARIANA, ENF. MICHELLE, DR. RIVERA, DR. RIANCHO, etcétera.
Se escuchan al unísono decenas de pacientes con accesos de tos. Algunos que no pueden controlarla nunca, que se escucha y se percibe el dolor, el desgarro, la sangre que mana del cuerpo de algunos de los enfermos y que mancha los pañuelos desechables que cada uno tiene en su mesita al lado de la cama. Los pacientes respiran con gran agitación, el color de la piel es cenizo y los labios amoratados cuanto tosen y tienen que quitar la mascarilla que utilizan para recibir oxígeno para poder toser. Todos los pacientes tienen mascarilla de oxígeno y algunos tantos están conectados a un ventilador. Otros tantos que no acusan tanta gravedad pueden establecer un difícil dialogo, por tanta mascarilla y equipo con el que nos protegemos, con los que los cuidamos. Sus preguntas siempre son dirigidas a que si van a sobrevivir o no, porque quieren despedirse de sus hijos, de sus padres, de sus esposas o esposos, y se les ve desesperados, con miedo y también con valentía para enfrentar la enfermedad.
Es entonces cuando dentro de tanta protección y aislamiento del mundo que nos rodea, me pongo a pensar en mi vida. Pienso sobre todo en la de mis hijos, en la de mi madre, en la de mis amigos y familiares, en mis responsabilidades de padre. ¿Qué pasaría si yo estuviera en una de esas camas? Sin duda la respuesta es catastrófica, invariablemente me veo conectado a un ventilador, siempre en el peor escenario, entonces llega el miedo, el terror, la sensación de vulnerabilidad. Los primeros días de entrar ahí resultó imposible para mi contener las lágrimas, no suelo llorar, pero esto es demasiado.
En ese punto en el que explota la crisis es donde sale ese “no sé qué” que te ayuda a controlar esos pensamientos, esas profundidades del sentimiento, para seguir con otro paciente, y otro y otro más, conversar un poco, darle ánimos, instrucciones de cómo respirar, de cómo acostarse, y en algunos casos de como rezar. Es muy importante para mí poder entablar una conexión emocional con los enfermos, sobre todo con estos enfermos con mucho miedo de morir.
Después de revisar a cada enfermo y plasmar en el expediente clínico los hallazgos de la revisión, llega la hora de salir de ahí. Pero antes, déjame decirte por qué es tan importante revisar y plasmar los hallazgos.
Los primeros días de entrar ahí resultó imposible para mí contener las lágrimas, no suelo llorar, pero esto es demasiado.
Esta enfermedad es muy caprichosa, y actúa intempestivamente. Me ha tocado ver pacientes que a las 16:30 hrs que los reviso se ven relativamente estables, cooperadores y sin datos de alarma; sin embargo, un par de horas después, te llama la enfermera a su cargo para decirte que ese mismo paciente estable ya no puede respirar, que no para de toser y que requiere ayuda. Muchísimas veces tenemos que intubarlos y conectarlos a un ventilador, otras veces ya no podemos alcanzarlos ni para intubarlos, esas muertes son dramáticas, amigo. Desde que vi morir a mi padre así, asfixiado, víctima de un bronco espasmo derivado de un enfisema pulmonar muy avanzado, no había vuelto a ver y a percibir tanto sufrimiento antes de morir. Valga la comparación, es como estar viendo un pez fuera del agua. Los enfermos luchan por conseguir un poco más de aire, de oxígeno a toda costa, se escucha la respiración agitada y la súplica silenciosa clamando por ayuda porque ya no pueden hablar, la piel y los labios ya son amoratados y el paciente muere. Es un proceso dramático y rápido que debe ser brutalmente doloroso, y todo esto el paciente lo sufre lejos de su familia, solo. Esta enfermedad tiene matices especiales, puede progresar muy rápido y ser contundente.
Llega el momento de salir del COVIDARIO. Es un procedimiento tedioso el que hay que hacer para quitarse todo el equipo. Tienes que volver a meterte al cubo o pasillo con dos puertas de cristal, éste es el de salida. Toda la vida tendré en la mente el procedimiento: “aseo de guantes con alcohol gel, retiro de primeros guantes, aseo de manos con alcohol gel, retiro de botas, aseo de manos con alcohol gel, retiro de primer gorro, aseo de manos con alcohol gel, retiro de bata, aseo de manos con alcohol gel, retiro de mascarilla y de segundo gorro, aseo de manos con alcohol gel, retiro de gogles, aseo de manos con alcohol gel, salir de la zona y retirar segundo par de guantes, aseo de manos con alcohol gel”.
Terminando el retiro del equipo de protección, tenemos que bañarnos, yo lo hago en el baño de la residencia médica del piso de cirugía general. Afortunadamente tenemos esa regadera. Es un baño amplio. Meto al baño la maleta con la ropa con la que saldré del hospital, la toalla, el jabón, el shampoo, y me meto a bañar. Aquí es cuando muchas personas tenemos otro desahogo, en lo personal, yo agradezco el día, agradezco la sensación que te da el haber hecho lo correcto, sentirse bien con uno mismo, a veces me reprocho por sentir que no hice todo lo que debí de haber hecho o que no di mi máximo esfuerzo ese día y quiero salir corriendo de ahí; otras veces, sobre todo al principio, terminé de soltar algunas lágrimas debajo de la regadera. Algunos otros colegas han compartido sus sentires durante el baño de salida: algunos lloran, otros tienen miedo, otros bloquean lo que sienten, pero sin duda todos entramos en un extraño momento de crisis momentánea, hasta que nos atrevemos a cerrar el agua.
El regreso a casa es lo más estable del día, es una sensación de alivio y de urgencia a descansar, terminamos agotados, deshidratados, sudando mucho, con mucho calor y bochorno mientras estamos dentro del pabellón. Ese cansancio es especial, porque no es mucho el esfuerzo físico que hacemos ahí dentro; es más bien, un esfuerzo mental, emocional, de contención.
A la hora de introspección antes de dormir, me declaro afectado mental por esta exposición constante a tanto dolor e incertidumbre. Me ha pasado que he tenido síntomas clásicos de Covid, he tenido dolor de cabeza durante una semana y media, fatiga, incluso tos, que te hace pensar que ya te has contagiado, y con miedo, mucho miedo, ir a hacer la prueba diagnóstica. Mientras llega el resultado, el miedo crece, y la sensación de que sí estás enfermo te invade y paraliza, no quiero ver a nadie, no quiero salir por miedo a contagiar, no quiero ver a mis hijos, ni ir a trabajar, realmente me siento ya enfermo. Afortunadamente mis pruebas han salido negativas y es ahí cuando dimensiono queé tan fuerte es el miedo y que tanto se está afectando mi mente.
Una vez identificado todo esto, procesado aunque no controlado, me explico sin duda el por qué me da tanta rabia ver, cuando vuelvo a casa, a tanta gente que está viviendo como si nada pasara. Vecinos que tienen y han tenido reuniones masivas, emborrachándose, riendo a carcajadas, con niños y amigos de los niños y niñeras y familiares que no utilizan ningún tipo de protección, y que están apelmazados en espacios pequeños, y he de confesar a veces deseando que a alguna de esas personas le dé esta enfermedad para que adquiera la conciencia que por lo menos los que hemos visto de cerca cómo se comporta esto, hemos adquirido.
Ciudad de México, junio de 2020.