Ciudad de México, enero 21, 2025 01:38
Opinión Vida

El dolor como informante

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

El dolor emocional y el físico comparten mecanismos comunes, lo que refuerza la idea de que ambos tipos de dolor son complementarios.

POR NADIA MENÉNDEZ DI PARDO

                                                                                         

El dolor ha sido históricamente comprendido como una señal de advertencia física y de alarma. Su función principal es alertar al cuerpo sobre lesiones o desequilibrios, es un llamado de atención que se traduce en que algo no está funcionando bien. Por lo mencionado el dolor actúa como un mecanismo de adaptación, de protección y de supervivencia.

A su vez la manifestación del dolor es compleja ya que involucra dimensiones orgánicas, psicológicas, emocionales y culturales. En este artículo se aborda cómo el dolor funciona como un “informante”, proporcionando elementos sobre el estado del cuerpo y la mente. Desde una perspectiva médica, el dolor es un indicador importante de alteraciones en el organismo.

Las investigaciones de Melzack y Wall (1965) establecen que el dolor no es simplemente una percepción sensorial, sino que está influenciado por factores psicológicos y contextuales. En el campo clínico, el dolor es una de las principales herramientas diagnósticas ya que la localización, identificación e intensidad del dolor pueden ser indicadores de diferentes condiciones médicas. De acuerdo con Brand (1997), la localización e intensidad del dolor son claves para el diagnóstico. Por ejemplo, el dolor torácico puede ser indicativo de patologías graves como un infarto o una neumonía, dependiendo de sus características específicas. A su vez es importante destacar que lo que puede ser percibido como un dolor intenso en una situación, podría ser tolerable o ignorado en otra.

La investigación de Beecher (1956) ejemplifica cómo los soldados en combate experimentan dolor de manera diferente a los pacientes civiles con lesiones similares, posiblemente debido a las diferencias en la carga emocional en los sujetos. Además, Maurice Merleau-Ponty (1945) argumentó que el dolor no solo revela el estado físico del cuerpo, sino que también refleja la relación del individuo con el mundo y los demás, sugiriendo que el dolor tiene un valor existencial.

A diferencia del dolor agudo, que es una respuesta inmediata a una lesión, el dolor crónico persiste después de que la lesión original ha sanado. En su obra Fenomenología de la percepción, Merleau-Ponty argumenta que el dolor tiene un valor de “significado” en la vida del sujeto, informando no solo sobre el estado del cuerpo, sino también sobre su relación con el entorno y con los otros. Según Woolf (2011), el dolor crónico puede convertirse en una enfermedad en sí misma, debido a la sensibilización del sistema nervioso central. Este tipo de dolor no solo informa sobre la lesión, sino que indica un problema más profundo en el procesamiento neuronal del dolor.

El dolor crónico también puede estar relacionado con trastornos como la fibromialgia o las neuropatías, convirtiéndose en un indicador de disfunciones en los sistemas neurológicos y sensoriales. Este tipo de dolor persiste después de que la lesión inicial ha sanado, sugiriendo un problema subyacente en el procesamiento del dolor. El dolor emocional, por su parte, informa sobre desequilibrios en la esfera psicológica y emocional, como el duelo, la ansiedad o el trauma cumpliendo una función informativa al detectar la existencia de sufrimiento mental.

Estudios neurocientíficos han demostrado que el dolor emocional activa áreas cerebrales similares a las involucradas en el procesamiento del dolor físico (Eisenberger, 2012). Esto sugiere que, desde el punto de vista neuronal, el dolor emocional y el físico comparten mecanismos comunes, lo que refuerza la idea de que ambos tipos de dolor son complementarios. Si bien el dolor físico y el dolor emocional son distintos en su origen, están profundamente interrelacionados. Eisenberger (2012) muestra cómo la experiencia del rechazo social o la pérdida emocional activa las mismas regiones cerebrales que el dolor físico. Esto significa que el dolor emocional puede amplificar la percepción del dolor físico, y viceversa. El dolor emocional no solo amplifica el dolor físico, sino que también puede prolongar la duración del dolor crónico. En pacientes con dolor crónico y trastornos emocionales, la percepción del dolor físico tiende a ser más intensa, como se muestra en los estudios de Bair et al. (2003). La comprensión del dolor como un fenómeno multidimensional subraya la importancia de enfoques terapéuticos que no solo aborden el componente físico, sino también el emocional. Gatchel et al. (2007) sugieren que los tratamientos que combinan terapias físicas y psicológicas, como la terapia cognitivo-conductual, son más efectivos en la gestión del dolor crónico, ya que abordan tanto el sufrimiento físico como emocional.

El dolor, en sus diversas formas, es un informante medular sobre el estado de salud del cuerpo y la mente. Su función va más allá de alertar sobre lesiones físicas, ya que también refleja el estado emocional y psicológico de los individuos. El tratamiento efectivo del dolor debe abordar tanto los síntomas físicos como los aspectos emocionales que amplifican la experiencia.

Compartir

comentarios

Artículos relacionadas