Libre en el Sur

POR LA LIBRE/ Arbolito y Nacimiento, ¿tradiciones rivales?

De niño me gustaba ayudar a poner el Árbol de Navidad, con sus series de luces, sus esferas multicolores, su heno y su escarcha  En la cena me divertía con los juguetes que nos regalaban los tíos y que compartíamos todos los primos… Sin embargo, lo mío era ayudar a mi mamá a poner el Nacimiento, tradición que abracé con pasión y mantuve durante muchos años…”

Por FRANCISCO ORTIZ PINCHETTI

En la casa familiar había una extraña discrepancia en las celebraciones anuales  de la Navidad y el Año Nuevo. Parecía que mientras todo eso del arbolito y el Santa Claus eran un tanto festejos artificiales, un tanto ajenos, el Nacimiento y los Reyes Magos representaban nuestra verdadera, entrañable tradición.  Incluso la cena Navideña, que compartíamos invariablemente con la familia de mi madre en pleno (abuelos, tíos, primos), contrastaba con la intimidad de nuestra cena de Año Nuevo, de la que era organizador mi padre y a la que sólo estábamos convocados su esposa y sus hijos.

De niño me gustaba ayudar a poner al Árbol de Navidad, con sus series de luces, sus esferas multicolores, su heno y su escarcha  En la cena me divertía con los juguetes que nos regalaban los tíos y que compartíamos todos los primos antes de que se sirviera la crema de espárragos, el pavo al horno tradicional con puré de manzana y se brindara con sidra El Gaitero.

Sin embargo, lo mío era ayudar a mi mamá a poner el Nacimiento. Para ello, íbamos al mercado a comprar el musgo y el heno.  Sobre alguna  mesa grande se colocaban cajas de diversos tamaños, pilas de libros y hasta cazuelas y se simulaban montañas con cartón arrugado, todo lo cual se cubría luego con el musgo para completar el paisaje decembrino que daría marco a la llegada del Niño Jesús en el pesebre, entre las figuras de José y María, la mula y la vaca. Mi madre tenía muy bellas figuras de pasta, italianas, y también árboles, puentes y unas casitas rústicas que permitían semejar un pueblito campestre del que provenían los pastores con sus ovejas… Claro, aquello era más parecido a La Marquesa que a Belén.

Heredé apasionadamente esa tradición. Durante muchos años era yo el encargado del Nacimiento, casi siempre con la colaboración de mi hermana Margarita en la ubicación de las figuras y de mi hermano Humberto en la infraestructura hidráulica, pues él se encargaba del lago y el río que primero eran de espejo y escarcha pero que luego se convirtieron en verdaderos, con agua corriente, con su cascada, que era movida por una pequeña bomba hidráulica que consiguió por los rumbos de Artículo 123, en el centro. También había luces de diferentes colores estratégicamente colocadas para dar vida a la escena bíblica casera.

Lo máximo fue cuando, en nuestra casa de la calle Taxco, en la Roma Sur, instalamos un gran nacimiento en el jardín frontal, entre las plantas que ahí había. Eso permitió darle una dimensión mucho mayor y en alguna manera más real. Hubo posibilidad también de incluir nuevas figuras y elementos como un pozo, un granero, una casita en la que había una viejita dándole de comer a las gallinas que compré en una pequeña tienda de regalos de la calle Madero. Y lo mejor: pudimos semejar un sembradío, utilizando semillas de alpiste que al germinar dieron la apariencia de un cultivo real.

Como suele ocurrir, con el paso de los años y el devenir de la vida esas y otras costumbres se fueron diluyendo… Años después las retomarían mi hermana menor, Yolanda, y ahora mi hija Laura Elena, que hasta la fecha procura que no falte en su casa el Belén, ahora construido por mi nieta Lua con los pocos elementos a su alcance. Todavía me emociona mirarlo.

A raíz de que llegué a vivir en la hoy alcaldía Benito Juárez, en los años ochenta del siglo pasado, me enteré que fue en uno de los más viejos y tradicionales barrios de la demarcación,  Mixcoac, donde nació en tierras americanas  la bella costumbre de poner el Nacimiento, idea concebida con fines evangelizadores por San Francisco de Asís, en Italia, allá por el año 1223, y traída a la Nueva España por sus discípulos.  

Según mis indagatorias, los frailes franciscanos fueron los primeros misioneros españoles que llegaron al Nuevo Mundo, apenas unos años después de consumada la Conquista. Ellos fueron los constructores originales, precisamente en  Mixcoac,  de la parroquia y el convento de Santo Domingo de Guzmán a finales del siglo 16. Se cuentan entre  las primeras edificaciones religiosas de la Colonia. Y  también fueron ellos los primeros promotores de las posadas y las piñatas, que junto con el Nacimiento son los tres símbolos más arraigados en la tradición católica navideña en México.

En cambio, hasta la fecha no he logrado dilucidar a cabalidad las profundas razones de esa discrepancia real o aparente entre las diferentes maneras familiares de celebrar las fiestas decembrinas. Válgame.

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