Gentrificación flotante

Hasta en la maqueta está proyectada la gentrificación. Foto: Especial
“Lo verdaderamente inconcebible es que, en tiempos de depredación y explosión inmobiliaria, sigan proponiéndose obras de relumbrón para lucimiento personal”.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Suena lindo: una calzada flotante sobre una arteria que ya existía en tiempos de Tenochtitlan. Espacios verdes para caminar o andar en bici. Una utopía elevada sobre el caos de Tlalpan, esa columna vertebral que nunca aprendió a convivir con los peatones. Todo luce bien, al menos en el render, donde las ciudades se presentan como vitrinas para el espectáculo y no para sus habitantes cotidianos. Y es que Ciudad de México será una de las sedes del Mundial de 2026, aunque solo como anfitriona parcial (solo cinco partidos, el más importante el inaugural), compartiendo el privilegio con Estados Unidos y Canadá. Aun así, basta el espejismo para desatar megaproyectos con promesas de infraestructura.
Tlalpan fue originalmente una de las tres grandes calzadas que salían de Tenochtitlan, trazadas por los mexicas para conectar la ciudad con la ribera del lago. Era una vía ceremonial, hidráulica y urbana al mismo tiempo, que hoy en su trazado completo abarca alrededor de 18 kilómetros desde el Centro histórico hasta la salida a las carreteras a Cuernavaca. Esa longitud monumental se reduce a un eje sobrecargado de autos, pero los sueños transformadores imaginan un oasis verde suspendido sobre el asfalto.
Aunque se planea que algún día llegue hasta Taxqueña, la primera etapa de la calzada flotante comprende apenas 1.5 kilómetros, de Tlaxcoaque a Chabacano. Se anuncian jardines elevados, bancas, ciclovías, paneles solares y barandales transparentes. En las maquetas muestran árboles frondosos flotando sobre el asfalto, como si la ciudad no enfrentara sequía, contaminación ni caos inmobiliario. También se intervendrán bajopuentes, se iluminará la calzada, habrá una ciclovía “Gran Tenochtitlán” y mejoras rumbo al Estadio Azteca.
Lo que no flota es el presupuesto. Más de veinte mil millones de pesos serán invertidos en esta ciudad para ponerse guapa con motivo del Mundial: más de mil quinientos millones para remozar el Estadio Azteca y sus alrededores, siete mil para obras de movilidad y otros trece mil quinientos que, bajo el amplio paraguas de “infraestructura pública”, terminan repartidos entre repavimentaciones, alumbrado, ornato urbano, rescates selectivos y, por supuesto, la célebre calzada flotante. De todo ese gasto monumental, una parte corresponde a la construcción de apenas kilómetro y medio —sí, 1.5 km— de ese andador elevado. Solo esa primera etapa costará, según cifras oficiales, más de 688 millones de pesos: 659 millones para el diseño integral y casi 30 millones más para la supervisión del proyecto. Una postal verde para turistas en tránsito. Un gesto de modernidad que flota sobre una ciudad que sigue hundiéndose. No se ha hecho público cuánto costará por metro lineal esa elevación estética, pero el conjunto entero ya se perfila como una inversión millonaria por una franja mínima. Una estructura diseñada no para servir a los habitantes de las colonias aledaños a la avenida, sino para verse bien en los folletos del torneo.
El problema es que, una vez más, no hay una visión integral de ciudad. Son proyectos de coyuntura, fuegos artificiales del calendario electoral. Y en esa paradoja se mueve Clara Brugada. “¡Qué inoportunos!”, pensará, cuando los vecinos protestan contra la gentrificación, justo cuando su calzada flotante se proyecta para estimularla. Y es que hasta en el render están las imágenes de la gentrificación (con edificios modernistas alrededor), y más parecen para invitar a los desarrolladores inmobiliarios a invertir.
Claro que ella debe decir que su gobierno está contra la gentrificación, faltaba más. La culpa, dice, es de Airbnb o de rentas elevadas en colonias que se encarecieron solitas y no a partir del Bando Dos que Andrés Manuel López Obrador decretó en diciembre del año 2000 como Jefe de Gobierno para “repoblar” las entonces delegaciones centrales. Ahí está la torre Mitikah como el mayor símbolo de ello. Hoy la gentrificación real avanza justo por el antiguo eje azteca: Álamos, Portales, Niños Héroes, la Postal, la Doctores y la franja oriental del Centro Histórico. Y proyectos así alientan la especulación inmobiliaria, que expulsa a los habitantes originales al elevar precios y servicios. Pero si flota, ¿a quién le importa lo que arrastre la corriente?
Se trata justamente de lo contrario a lo que se debe hacer: estimular que se queden en el lugar sus habitantes, sin sacrificar inversiones pero incluyendo a la población originaria y sus costumbres en ellas. No se piensa en rescatar zonas verdaderamente deterioradas donde caen edificios. Basta mirar entre Bellas Artes y Garibaldi: la colonia Guerrero, el abandonado Teatro Blanquita, los callejones que van de Catedral a La Lagunilla. Ahí reina la desolación, el hedor, la ruina.
En el perímetro A del Centro Histórico viven 29,218 personas repartidas en 9,647 viviendas. Dentro de toda el área patrimonial hay 78 plazas y jardines catalogados. Sin embargo, no hay datos públicos recientes que permitan calcular la superficie exacta de esas áreas verdes en ese perímetro; se sabe que, a nivel ciudad, solo 3% del territorio de la demarcación Cuauhtémoc (que incluye el Centro) corresponde a parques y jardines urbanos y vecinales.
Ese modesto porcentaje da un promedio de aproximadamente 2.3 metros cuadrados de áreas verdes por habitante en esa zona. En contraste, la superficie promedio de áreas verdes por habitante en toda Ciudad de México es de 7.54 metros cuadrados. La Organización Mundial de la Salud recomienda entre 12 y 16 metros cuadrados por habitante, idealmente más de 50 metros cuadrados… para el bienestar pleno. En resumen: mientras que a nivel ciudad apenas alcanzamos la mitad de lo recomendado, en el Centro Histórico ese indicador cae a casi un quinto. Las plazas patrimoniales no compensan la carencia de parques funcionales. Ni rescatar microvillas convoca la infraestructura verde que hace falta entre el polvo y los escombros.
Desde la primera gran gentrificación —la Conquista de 1521— nadie ha podido evitar los flujos migratorios ni los cambios en la ocupación del suelo. El imperio azteca surgió también de una migración: los mexicas fueron los extranjeros de entonces, desplazados que hallaron dónde asentarse y fundaron un imperio. Las ciudades son organismos vivos y cambiantes. Pero lo verdaderamente inconcebible es que, en tiempos de depredación ambiental y explosión inmobiliaria, sigan proponiéndose obras de relumbrón para lucimiento personal, que no mejoran la calidad de vida en esta ciudad con historia y cultura inmensa, pero también con una increíble capacidad de sobrevivir en medio del desastre al que parece que nos hemos resignado.