El latín ya no es obligatorio: La Curia Romana inicia una nueva era
Foto: Especial
Del latín universal a lenguas vivas, un cambio tras siglos de tradición
STAFF / LIBRE EN EL SUR
El uso del Latín en la Iglesia Católica tiene raíces antiquísimas: desde los primeros siglos del cristianismo —cuando Roma y Occidente se consolidaban como centro del poder imperial— el latín se convirtió en la lengua común del Imperio Romano, y tras la difusión del cristianismo, en la lengua litúrgica, administrativa y culta de la Iglesia.
Durante la Edad Media y el Renacimiento, el latín siguió siendo la herramienta de comunicación universal entre clérigos, eruditos y diplomáticos. Sus características —precisión gramatical, estabilidad semántica, neutralidad cultural— lo hacían ideal para redactar documentos, decretos, bulas, tratados teológicos: su uso garantizaba que el mensaje llegara igual en cualquier rincón del mundo católico.
La universalidad del latín ayudó a mantener la cohesión entre diversos pueblos, lenguas, culturas y generaciones: incluso tras la caída del Imperio Romano de Occidente, la Iglesia preservó la lengua como vínculo común.
Con el paso del tiempo, la Iglesia fue adaptándose: el latín continuó siendo fundamental en liturgia, doctrina, derecho canónico — pero, tras el Concilio Vaticano II (1962-1965), las lenguas vernáculas comenzaron a incorporarse en la liturgia y la predicación, marcando ya una tendencia hacia la localización lingüística.
En los últimos años —con los retos de la globalización, la rapidez de la comunicación, la diversidad cultural y la necesidad de agilidad institucional— muchos dentro de la Iglesia comenzaron a cuestionar si mantener al latín como lengua preferente de la Curia seguía siendo viable.
2025: la reforma que cambia las reglas del juego
El 24 de noviembre pasado, bajo el pontificado del León XIV, la Santa Sede publicó un nuevo conjunto normativo: el Reglamento General de la Curia Romana y el Reglamento General del Personal de la Curia Romana. Estos documentos sustituyen los vigentes desde 1999 y actualizan la estructura, organización, procedimientos y normas laborales del aparato curial.
Uno de los giros más simbólicos y prácticos de la reforma aparece en el artículo 50: los actos curiales ya no serán redactados “por regla general en latín”. A partir de ahora podrán elaborarse “en latín o en otra lengua” — italiano, inglés, francés u otras.
Además, la antigua condición de que los funcionarios vaticanos debieran tener un “buen conocimiento del latín” queda derogada: ya no será obligatoria. A cambio, se exigirá buen dominio del italiano y al menos otra lengua moderna.
¿Significa esto la desaparición del latín? No del todo. La reforma crea (o mantiene) una estructura especializada —la Oficina de Letras Latinas en la Secretaría de Estado— encargada de redactar o traducir documentos solemnes cuando sea necesario.
No se trata solo del idioma. El paquete normativo incluye una reforma amplia de funcionamiento interno:
Los actos dirigidos al Papa deben canalizarse a través de la Secretaría de Estado. Los documentos de mayor importancia deben revisarse interdepartamentalmente antes de su publicación.
Se fijan regulaciones laborales claras: jornada de seis días, horarios establecidos, regulación estricta de ausencias, controles para bajas médicas, prohibición de nepotismo, evaluación de desempeño.
Se incorpora un nuevo principio de transparencia: por primera vez los fieles tienen derecho explícito a presentar peticiones a la Santa Sede; los dicasterios deben recibirlas, registrarlas, designar responsables y responderlas.
La reforma toma como base la reestructuración general promovida por la constitución apostólica Praedicate Evangelium (2022), impulsada por el anterior pontífice, la cual planteaba una Curia más funcional, más al servicio del mundo contemporáneo.
Significados simbólicos, tensiones y debates en la Iglesia global
Este cambio tiene un fuerte valor simbólico: para muchos tradicionalistas y creyentes de larga data, el latín representa la universalidad, la continuidad histórica, la dignidad sacerdotal y el vínculo con siglos de tradición. Quitarle su estatus preferente dentro de la Curia equivale, para ellos, a abrir la puerta a una pérdida de identidad.
Algunos advierten el riesgo de una “Torre de Babel”: con documentos oficiales en múltiples lenguas, podría surgir ambigüedad en las traducciones, interpretaciones divergentes, pérdida de uniformidad doctrinal.
En cambio, defensores de la reforma destacan su carácter pragmático y pastoral: es más inclusiva, permite agilidad administrativa, facilita la comunicación con las iglesias locales de todo el mundo, y adapta la Iglesia a la pluralidad lingüística global.
El latín, aun así, no desaparece completamente: seguirá presente en contextos solemnes, liturgia tradicional, documentos históricos, enseñanza teológica y académica — aunque su rol cambia: de lengua universal funcional, a lengua simbólica, ceremonial o minoritaria.
La reforma —más allá del idioma— señala un nuevo contrato interno en la Iglesia: profesionalización, transparencia, responsabilidad institucional, organización eficiente. Si se implementa bien, podría transformar radicalmente la forma en que la Santa Sede se relaciona con fieles, obispos y dicasterios alrededor del mundo. Pero también representa un riesgo: un quiebre simbólico con tradición, con nostalgia, con una idea de Iglesia más uniforme, más estable, más “eterna”.
¿Qué puede venir ahora? Posibles consecuencias
Mayor apertura y cercanía: Al permitir documentos en lenguas vernáculas o de uso global, la Curia podría comunicarse con más fluidez con iglesias locales — América Latina, África, Asia — lo que facilitaría políticas pastorales, decisiones rápidas, respuestas eficientes.
Diversidad institucional: Una estructura más profesional, menos dependiente de rituales lingüísticos, podría atraer talento diverso, con habilidades técnicas, idiomas modernos y mentalidad más global.
Tensiones internas: Tradicionalistas y conservadores podrían reaccionar negativamente, sentir que se pierde parte del legado; podrían intensificarse conflictos sobre liturgia, identidad cultural, memoria histórica.
Transformación simbólica: El latín podría quedar relegado a ámbitos ceremoniales, académicos o de nicho — perdiendo su condición de “lengua de la Iglesia universal” para convertirse en una herencia simbólica, como el latín en muchas universidades o en la nomenclatura científica.
Modernización real: Si la reforma se consolida, la Curia podría modernizar su burocracia, hacer procesos más transparentes, ser más legítima ante fieles de todo el mundo y adaptarse mejor a los desafíos globales.















