EN AMORES CON LA MORENA / Laureano Laurent
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Foto: Francisco Ortiz Pardo
La congruente expropiación del predio para construir ahí no otra cosa que un parque con temática ambiental, debe servir como homenaje a tantos defensores de los árboles que ha dado esta ciudad.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
En las últimas dos décadas, los habitantes de Ciudad de México han sido testigos silenciosos —a veces cómplices involuntarios— de una destrucción sistemática de su arbolado urbano. Lo que hoy se vuelve visible gracias a un laurel centenario al que los vecinos han bautizado con ironía y reverencia como Lauerano, es apenas el síntoma más reciente de un fenómeno devastador que ha beneficiado a desarrolladores, ha sido facilitado por las alcaldías, y ha contado con la anuencia cómplice del Gobierno capitalino a través de su Secretaría del Medio Ambiente.
Tan solo entre el 1 de octubre de 2006 y el 23 de octubre de ese mismo año, Libre en el Sur documentó el derribo de 6,578 árboles en la entonces delegación Benito Juárez. Una cifra aterradora si se piensa que corresponde únicamente a una demarcación de apenas 26 kilómetros cuadrados. Y sin embargo, a pesar de los años, la tendencia continuó. Ahora se pone de moda hablar de gentrificación, de encarecimiento, de desplazamiento forzado. Pero todo comenzó antes: con el Bando 2 de Andrés Manuel López Obrador en 2003, con la desregulación disfrazada de política social, con la falta de planificación urbana, y con la conversión de los árboles en obstáculos y no en aliados de vida.
Ahí es donde aparece Lauerano Laurent.
A veces hay árboles que parecen llamarse como personas. O personas que se parecen a árboles. Lauerano Laurent podría haber sido un poeta provenzal con sombrero de lino y bufanda en primavera. Pero no. Es un árbol.
Laureano —como se le conoce cariñosamente entre los vecinos— es un laurel de la India de copa generosa y tronco solemne, que desde hace casi un siglo se sostiene con dignidad sobre la banqueta de Fresas, cai esquina con Miguel Laurent, en la colonia Tlacoquemécatl del Valle, barrio originario de San Lorenzo Xochimanca. Pero un día, llegaron los planos de lujo y las excavadoras sin pudor. Frente a él, una empresa llamada Núcleo Urbano se propuso construir un edificio de 10 departamentos en costos millonarios, de élite, en un predio que comparte el aire, la sombra y la vida del árbol más emblemático de la zona.
Ahí comenzó todo. O más bien, todo lo que ya sabíamos y tolerábamos en silencio se condensó en un solo tronco. El árbol. El aire. El derecho a la sombra. Y el abuso sistemático de los desarrolladores inmobiliarios amparados por la omisión —o complicidad— de las autoridades.
Entonces lo nombraron. Con una mezcla de humor, ternura y coraje, los vecinos lo bautizaron. Un guiño a la calle, una sátira al desarrollador, un acto de resistencia poética. Porque los árboles también tienen nombre cuando hay que defenderlos.
La historia es concreta y brutal: los trabajadores cerca de las raíces que se encuentra afueroita del predio y se entromete caprichoso, cual debe, en el predio. Excavaron sin dictamen previo, sellaron el suelo con cemento y pusieron unas varillas, todo doucemntado confotografías e imágenes de drones. Y luego solicitaron a la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) una poda que, según expertos y también el sentido común, implicaría una mutilación severa. Laureano, recordemos, está en la banqueta, en espacio público. Ni el comunicado más reciente de Sedema lo niega. Pero en lugar de aclararlo con contundencia, deja abierta la interpretación y omite el dato fundamental de que la copa del árbol —de al menos 15 metros de diámetro— y su red de raíces —que puede alcanzar hasta 45 metros— se extienden más allá de la línea del predio. En otras palabras, el árbol no invade el terreno: el proyecto llegó donde ya estaba el árbol.
La respuesta de la autoridad fue un comunicado burocráticamente tramposo. Sedema anunció, en tono de aparente rectificación, que no se permitirá el derribo del árbol. Pero nunca mencionó el otro peligro real: la poda que alteraría su estructura vital. Y mucho menos reconoció la exigencia vecinal de no tocar ni una rama ni una raíz. Es decir, prohíbe matarlo, pero permite desfigurarlo. La redacción, ambigua y evasiva puesta este martes como un “acuerdo” con los vecinos, elude mencionar la integridad del ejemplar como prioridad, cuando eso es precisamente lo que exige el pliego petitorio firmado por más de nueve mil ciudadanos.
Mientras tanto, la comunidad se organiza. En la esquina de Fresas y Miguel Laurent se instaló una mesa de firmas ciudadanas que no dejó de recibir personas durante ocho horas seguidas el lunes pasado. Llegaron familias completas, parejas, vecinos de otras colonias de Benito Juárez —Álamos, Portales, Acacias, Narvarte, Nápoles, Mixcoac, San José Insurgentes— y niños que adornaron el tronco con listones de colores y colocaron sus dibujos en un muro. Un acto tan sencillo como profundo: defender lo común.
Y ahora Sedema lleva a los vecinos a un galimatías de acuerdos contradictorios. Porque si se ha comprometido a declarar a Laureano monumento patrimonial de Ciudad de México, no cabe la posibilidad de que siga defendiendo que el proyecto inmobiliario continúe. No hay manera de que se construya nada en el predio de Miguel Laurent 48, en la depredada colonia Tlacoquemécatl del Valle —como muchas otras de Benito Juárez y de las alcaldías centrales— sin que se afecte al hermoso laurel centenario. Lo comprometido por Sedema es simple y llanamente una aberración. Tal como lo ha sido su comportamiento durante dos décadas: una vergüenza en un mundo donde ya se habla con alarma del calentamiento global, y aun así se sigue pensando en preservar el capital privado antes que los árboles.
Hacen muy bien los vecinos en no dejarse engañar y en exigir la congruente expropiación del predio para construir ahí no otra cosa que un parque con temática ambiental. Laureano —y ese parque— deben servir como homenaje a tantos defensores de los árboles. Porque de lo que se debería cuidar esta ciudad no es del follaje, sino de sus propias autoridades ambientales, que han dejado de ser garantes del medio ambiente sano: un precepto universal y un compromiso constitucional del Estado mexicano, refrendado en tratados internacionales.
Esas autoridades ambientales no son confiables. Y a mí sinceramente me caen muy mal.