Los franciscanos de Mixcoac
Especial.
Se debe a los discípulos de Francisco de Asís que llegaron a la Nueva España pocos años después de la Conquista la construcción del templo y convento de Santo Domingo de Guzmán, en Mixcoac
Es muy probable que la leyenda sea cierta: tanto el Nacimiento como las posadas, las piñatas y la festividad de La Candelaria, fueron introducidas al nuevo mundo en esa comunidad por esos primeros evangelizadores.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
Apenas consumada la Conquista de México Tenochtitlan, en 1521, Hernán Cortés solicitó al Rey Carlos V, con carácter de urgente, el envío de misioneros de diversas órdenes religiosas para llevar a cabo la evangelización de los indígenas. Y los primeros que llegaron fueron los frailes franciscanos que iniciarían la Conquista Espiritual de México. Algunos de ellos se asentaron en las comunidades de la ribera del lago de México, como nuestro viejo barrio de Mixcoac, para realizar su tarea.
Ellos fueron los constructores de las primeras edificaciones religiosas de la Nueva España, entre las que se cuentan precisamente el templo y convento de Santo Domingo de Guzmán de Mixcoac, en territorio que hoy pertenece a la alcaldía Benito Juárez. Aunque no puede afirmarse de manera contundente, es muy probable que la leyenda sea cierta: tanto el Nacimiento como las posadas, las piñatas y la festividad de La Candelaria, fueron introducidas al nuevo mundo en esa comunidad por esos primeros evangelizadores franciscanos. Obras suyas son también la capilla de San Lorenzo Mártir, ubicada en el parque del mismo nombre de la colonia Tlacoquemécatl del Valle, y la parroquia de La Santa Cruz, en Santa Cruz Atoyac, ambas terminadas a finales del siglo 16 y catalogadas como Monumento Histórico por el INAH.
La traza colonial de Mixcoac, rebautizado como Santo Domingo de Mixcoac, era una distribución impuesta durante el siglo XVI parecida a la de la Ciudad de México, aunque a menor escala. Las casas de los españoles se encontraban en el centro, mientras que las de los indígenas estaban en la periferia. Ellos se dedicaban al trabajo en el campo, particularmente a la producción de cereales, verduras y frutas.
Los primeros discípulos de San Francisco de Asís que llegaron a la Nueva España son conocidos como Los Doce Franciscanos. Su desembarco en Veracruz está históricamente documentado en junio de 1523, apenas dos años después de consumada la derrota de los mexicas en México Tenochtitlan. Inclusive se tiene registro del nombre de cada uno de ellos, encabezados por Fray Martín de Valencia: Francisco de Soto, Martín de Jesús (o de la Coruña), Juan Juárez, Antonio de Ciudad Rodrigo, Toribio de Benavente (Motolinía), García de Cisneros, Luis de Fuensalida, Juan de Ribas, Francisco Jiménez, Andrés de Córdoba y Juan de Palos (estos dos últimos hermanos legos).
También su tiene constancia de su traslado a pie, descalzos, desde aquel punto del Golfo de México hasta el Valle de Anáhuac, a través del que sería conocido como Paso de Cortés, un sendero entre los dos colosos volcánicos, el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. Ellos fueron recibidos por Cortés con gran boato en la capital novohispánica y alojados en un primer recinto ubicado en lo que hoy es la calle de Motolinía, precisamente.
Los Doce Franciscanos fueron los primeros de muchos compañeros suyos que viajaron a la Nueva España en los años siguientes y que fundaron las Cuatro Provincias en que el territorio conquistado fue dividido por la Orden para la tarea evangelizadora. Una de esas provincias incluía el pueblo de Mixcoac, una comunidad de origen tepaneca cuyo nombre significa “serpiente de nubes”, perteneciente al señorío de Coyoacán. En ese lugar, los seguidores de Francisco erigieron algunas de las primeras construcciones coloniales en el Nuevo Mundo, entre ellas los ya mencionados parroquia y convento de Santo Domingo de Guzmán.
El templo como se encuentra actualmente fue terminado en 1648 ya por los padres dominicos. El arco de la portería y el claustro del convento son anteriores, de 1595, obra de los frailes franciscanos. Ahí se encuentran unos espléndidos retablos barrocos dorados de la Capilla de Nuestra Señora del Rosario. Hacia el año 1608, esas construcciones pasaron a manos de los religiosos dominicos. La iglesia está edificada en portería de tres arcos o portal de peregrinos y el claustro. En la capilla de Nuestra Señora del Rosario o del Rayo resaltan los altares estofados, además cuenta con el atrio y el patio posterior. En ese recinto y su atrio habrían nacido las tradiciones navideñas que arraigarían profundamente en la idiosincrasia de los mexicanos, algunas de las cuales aún sobreviven en nuestro país, particularmente el Nacimiento o Belén.
El primer Nacimiento navideño del que se tiene registro data de 1223, cuando San Francisco de Asís montó un “belén” en una cueva cerca de la ermita de Greccio, en lo que hoy es Italia. Su versión era un “nacimiento vivo”–es decir, con personas y animales reales, además de un pesebre–, y su finalidad era mostrar a sus fieles la humildad del entorno en el que nació Jesús. El papa Honorio III aprobó esta idea y, ante la gran respuesta de su congregación, la popularidad de los belenes fue creciendo año con año.
Un siglo después, ya todas las iglesias en Italia montaban un nacimiento vivo durante la Navidad. Alrededor del siglo XV, se instaló el primer nacimiento con estatuas de barro en Nápoles, dando vida a los “belenes” como los conocemos hoy en día. Esta tradición se expandió por toda la península itálica y eventualmente llegó a otros países europeos como España, Alemania y Reino Unido. El primer taller de belenes abrió en París en 1465, y el primer establecimiento español de este tipo abrió en 1471 en Madrid.
El Nacimiento llegó a América con los colonizadores, precisamente a través de los franciscanos, quienes hicieron de este elemento una herramienta más para la evangelización. El cruce de culturas dio paso a nacimientos que combinaron motivos, técnicas y materiales empleados por los artesanos de los pueblos indígenas. Originalmente, el nacimiento era integrado por la virgen María, José, el niño Jesús, los tres Reyes Magos, la mula, el buey y la estrella de Belén, representados con figuras de porcelana o pasta. Sin embargo, los mexicanos han agregado elementos culturales propios, como ríos, puentes, árboles frondosos, nopales, magueyes, guajolotes y diversos animales que evidentemente no existían en Belén.
Volviendo a los franciscanos, éstos extendieron rápidamente su presencia en el centro de la Nueva España. Para ellos resultó de primera importancia el Valle de México, junto con sus colindancias, y la región Puebla-Tlaxcala, donde edificaron grandes conventos como el de Cholula. También se establecieron en los actuales estados de Querétaro, Michoacán, Jalisco, Guanajuato, Durango y Zacatecas; posteriormente, llegaron a San Luis Potosí e inclusive tuvieron presencia en la península de Yucatán, donde construyeron entre otros el portentoso y bellísimo convento de Izamal, entre 1549 y 1561.
A los primeros misioneros franciscanos llegados a América siguieron sucesivamente los frailes dominicos (1526), los agustinos (1533) y los jesuitas (1572), todos ellos antes de cumplirse medio siglo de la caída de México Tenochtitlan. Sin embargo, los discípulos del Varón de Asís adquirieron fama por su vida austera y entregada y por la bondad con la que trataban a los indígenas, especialmente a los ancianos y a los niños. Su obra evangelizadora quedó definitivamente registrada en la historia universal y a ellos debemos muchos de los principios y tradiciones que hoy rigen la vida de los cristianos en nuestra ciudad y en nuestro país. Y dejaron su huella para siempre en ese tesoro juarense que es el antiguo barrio de Mixcoac.