EN AMORES CON LA MORENA / Mi jacaranda
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Foto: Francisco Ortiz Pardo
Mi jacaranda también es un milagro. Pero sigue enfrentando, como metáfora de nuestras propias vidas, la estupidez humana.
POR FRANCISCO ORTIZ PARDO
Ha vuelto, alineado como cada año con la cuaresma, el increíble espectáculo lila de las jacarandas en flor. A pesar de la tala indiscriminada que a largo de dos décadas ha dado paso a construcciones a la vez modernas que tristes en nuestra demarcación juarense, no deja de sorprender tan hermosa pigmentación temporal de las calles, algo que ya forma parte de nuestra identidad.
Atento al espectáculo formidable, como niño emocionado que no se pierde de los detalles, sé decir cuál es la jacaranda de mi terruño que primero florea, a veces a comienzos de febrero, que es la que está a espaldas de Liverpool Insurgentes; y también la última, acariciando abril, en el parque de San Lorenzo, en la colonia Tlacoquemécatl Del Valle, junto a la capilla franciscana del siglo 16.
Hace doce años que apareció en un estrecho borde jardinado del estacionamiento del edificio donde vivo una varita con cinco hojitas de jacaranda. Evidentemente alguna semilla dio en el objetivo con maravillosa precisión, un espacio tan estrecho que no mide más de 30 centímetros de ancho, ejemplo del abuso de los desarrolladores que usualmente simulan el cumplimiento de la ley que los obliga a mantener un área libre del 20% del terreno, según el uso de suelo establecido en nuestras colonias.
Evidentemente que allí, entre matorrales y sin espacio suficiente, la jacaranda no tendría posibilidad de sobrevivencia. Así que acudí con mi amigo Pablo Gorgé, que además de actor y abogado se había destacado como entusiasta activista en la defensa de los árboles, particularmente del parque de San Lorenzo. Él pidió a un jardinero del sitio que echara una mano para plantar la varita de apenas 15 centímetros en un lugar óptimo. Inicialmente lo hizo en un palmo del parque próximo a la iglesia de Santa Mónica. Pero al cabo de un par de meses, cuando ya brotaban más hojitas de la frágil planta, algún perro al que soltó su atolondrado dueño, trozó la varita. Como usualmente sucede en estos sitios públicos –incluso como éste, considerado Espacio Abierto Monumental, con sus vestigios coloniales—, donde personas inconscientes violan flagrantemente la Ley de Cultura Cívica capitalina y, a pesar de que cuentan con un espacio de confinamiento para que sus perros corran y jueguen, provocan que las mascotas destruyan las plantas y las flores que son de todos.
Desconsolado, impotente, entonces pedí a Pablo que solicitara a la vez al jardinero cambiar de lugar lo que quedaba de la varita. Mi vecino amigo tuvo entonces la idea de que la plantaran junto a El Guapo, un enorme pirul que cayó tras una tormenta la noche del 15 septiembre del 2004.
En su momento, para retirar los restos de El Guapo, trabajadores de la entonces Delegación BJ cercenaron con maquinaria eléctrica sus añosas ramas, cada una de ellas con el grosor de un tronco, pues se ha estimado que la antigüedad del ejemplar podría ser de hasta 300 años, cuando Tlacoquemécatl era el pueblo de San Lorenzo Xochimanca. Fue el mismo Pablo el que solicitó que, a manera de recuerdo y homenaje, los funcionarios del arbolado en parques y jardines de BJ dispusieran que allí se dejara la raíz desgarrada del pirul. Y la sorpresa al cabo de unos meses fue mayúscula: El Guapo retoñó. Hoy, casi 18 años después, nuevas ramas surgen y crecen verticales y vigorosas desde este auténtico vestigio natural. A ese episodio insólito de la historia juarense le hemos llamado “El milagro de San Lorenzo”.
Pues bien, les cuento que desde que la varita fue plantada junto a El Guapo –en un espacio cercado que protege al menos de manera parcial de la amenaza canina— mi jacaranda comenzó a crecer y hoy mide unos tres metros, con un tronco ya resistente a las desventuras. Un par de años la vi incluso florear, aún muy joven, y luego ya no. Pero su aspecto siempre ha sido vigoroso. Por eso no comprendo por qué alguien a quien no conozco ordenó mutilar varias ramas, cuyo daño está a la vista y produce el dolor en las entrañas. Unas podas fueron realizadas aparentemente con el conocimiento técnico, bien cortadas con sierra eléctrica, pero otras fueron de plano brutal y dolorosamente arrancadas.
Mi jacaranda también es un milagro. Pero sigue enfrentando, como metáfora de nuestras propias vidas, la estupidez humana.