Músculo de relatora
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Ivonne Melgar en CU. Foto: Cecilia Téllez.
“Soltar la tecla de la memoria personal ha sido un regalo de vida que, en cada entrega mensual, me hace sentir culpable por todas las libretas de reportera que se volvieron irrelevantes frente a la tiranía de la coyuntura periodística que muere cada 24 horas”.
POR IVONNE MELGAR
Nada me preocupa más en la vida que confundir recuerdos con deseos incumplidos.
Y a estas alturas de la memoria, entre los estragos del COVID y el desgaste de ese repositorio de situaciones que alguna vez creí ser, me he tenido que llamar la atención por yuxtaponer años, personajes y ambientes.
Cuando involuntariamente he caído en esas revolturas, se reactiva en mí el pánico de perder la cordura interna que distingue lo sucedido de lo que nunca fue. Acaso por eso el verso de Joaquín Sabina de mi canción preferida, Con la frente marchita, que hace 18 años me conmovía, ahora me asusta: “No ya nostalgia peor… que añorar lo que nunca, jamás, sucedió…”
Habrá quién defienda la decisión de reconstruir su biografía dándose la licencia de incluir diálogos, encuentros y desencuentros nunca protagonizados, pero que se colaron en sueños y expectativas.
Porque de eso va la literatura que nos seduce y sacude. Y a eso dedican su talento los escritores de novelas y cuentos.
Y claro que eso también son los poemas, historias en las que coexisten heridas de lo que somos y de las ausencias que no fuimos.
Pero para una reportera aspirando a serlo desde hace más de cuatro décadas, la invención siempre termina siendo sinónimo de mentira.
Y he ahí que hoy entiendo la advertencia del maestro Marco Antonio Tenorio en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM a los alumnos de Periodismo y Ciencias de la Comunicación: una vez que estén metidos en la vorágine de la información, asumiendo su significado y contexto, quedarán eternamente presos de una permanente interpretación de lo que se pronuncia y lo que se calla.
Cuánta razón tenía ese ilustre profesor que ahora me permite darle a mi padre, el escritor Luis Melgar Brizuela, que en paz descanse con su elocuencia, una explicación a modo de disculpa –¿o es acaso una solicitud de perdón?– por haber abandonado la poesía en medio de miles de notas, entrevistas, crónicas y reportajes de prensa.
“Es triste, doctor, que el periodismo le haya robado a su hija poeta”, le dijo uno de sus amigos como quien lamenta una pena profunda, un extravío.
Luis, sin embargo, no era una persona de amarguras ni lamentos públicos; y únicamente sonrió , encogió los hombros y siguió disfrutando su caballito de tequila.
Aquella tarde navideña, hace más de un decenio, me alivió pensar, saber, que al final de cuentas mis padres me habían regalado la libertad de elegir y que yo había decidido ser cronista.
Una relatora de sucesos verificables, de hechos probados, de dichos con registro, de confrontaciones reales, de saldos que tienen evidencias y de desastres que son tales a la luz de sus protagonistas y de cambios que además de ser pronunciados se confirman.
En esa apuesta, también en el privilegio de la opinión -en la columna Retrovisor que cada sábado publicamos en Excélsior-, pretendí que mis valoraciones fueran las de una testigo de los hechos.
Formada en una generación en la que paulatinamente se fueron fusionando la escuela dogmática de que un reportero nunca es la noticia y la que asume que la mirada, las creencias, los prejuicios y hasta las ilusiones del narrador cuentan, tomé agradecida el desafío de Libre en el Sur cuando nuestro queridísimo editor Francisco Ortiz Pardo me invitó a ser parte de sus relatores.
Soltar la tecla de la memoria personal ha sido un regalo de vida que, en cada entrega mensual, me hace sentir culpable por todas las libretas de reportera que se volvieron irrelevantes frente a la tiranía de la coyuntura periodística que muere cada 24 horas.
Y aunque el agotamiento y los textos pendientes se acumulen en la agenda, me impongo el gozo de hilvanar el relato con la única condición -autoimpuesta- de ceñirme al tema del mes, acaso por una deformación propia de una reportera diarista acostumbrada a conjugar la orden de trabajo que dicta la mesa de redacción con el libre albedrío de ir pepenando historias que consideramos significativas y por tanto noticiosas.
Entrenar el músculo de relatora en estas páginas ha sido además una oportunidad para dimensionar el peso del registro de lo que hemos atestiguado, en tiempos en que, a nivel global, los gobernantes pretenden confundir periodismo con publicidad, propaganda, discursos políticos y bitácoras de loas e improperios.
Es cierto que la conversación mediática se alimenta hoy de breves videos que se viralizan en Tick Tock y otras redes sociales y que deambulan en WhatsApp.
Pero aún ahí el referente citable de los hechos sigue resguardado en los espacios periodísticos. De ahí la pertinencia de que los responsables de un oficio que hoy creen disputar youtubers e influencers nos hagamos cargo del relato personal, sí, pero inescapablemente inscrito desde el pedazo de la vida pública de la que hemos sido cronistas.
Hoy que las post verdades nos gobiernan con éxito, transformando a sus artífices en exitosos cuenteros, relatar nuestras vidas sin más ambición que el resguardo de la memoria es una necesidad y un deber que afortunadamente aquí nos toca cumplir.
Gracias Libre en el Sur. Gracias, Francisco Ortiz Pinchetti. Gracias Paco Ortiz Pardo. Y que sigan los relatos.