Narco cultura y narrativas de poder
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Ilustración: especial.
Hay un arquetipo de personaje malo, el cual representa un enemigo de la sociedad que hace daño traficando, matando, desapareciendo, y es representado por el narco tráfico y el machismo; el héroe es representado por el gobierno…
POR NANCY CASTRO.
Hay palabras que se han insertado en el imaginario colectivo. Violencia. Delincuencia organizada. Narcotráfico. Carteles. Desaparición forzada. Feminicidios. Todos estos conceptos tienen una simbología que despliega una narrativa ininteligible para todos, estos, producen virtudes “fácticas” como: terror, miedo y estos a su vez como respuesta, nos hunden en una absoluta violencia. Hemos estudiado los efectos desencadenantes y hasta las posibles causas para poder entender nuestras circunstancias. Aun así, nos seguimos preguntando: en qué momento se desató todo esto, cómo podemos acabar con todo esto llamado VIOLENCIA.
Si nos ubicamos en una suerte teatralizada para entenderlo desde otra perspectiva, sería más o menos así, hay un arquetipo de personaje malo, el cual representa un enemigo de la sociedad que hace daño traficando, matando, desapareciendo, y es representado por el narco tráfico y el machismo, el héroe es representado por el gobierno. Como espectadores estamos los ciudadanos, que también somos actores de reparto. Desde nuestro imaginario fantástico cada uno tiene una interpretación de las representaciones que se llevan en la vida cotidiana.
En la narcocultura los niños y adolescentes violentados por este estereotipo sueñan con ser un día jefe de jefes. O si esas son sus circunstancias no les queda de otra más que sobrevivir ponerse a matar, trabajar para el narco y ascender en la escala de sicario a cabecilla…”
Entonces, siguiendo esta lógica en la que el sistema político es guionista, director. Cada sexenio hay una agenda prevista, con la que el alto mandatario va a sortear supuestos cambios, propone ejes narrativos para modular conceptos que tengan alto impacto en la ciudadanía. Finalmente, el conflicto lo plantean las instituciones que, a través de sus dispositivos, legitiman la violencia contra la población dejando ver siempre la descomposición del sistema político, entonces nos damos cuenta que los que supuestamente nos van a defender se vuelven del otro bando. Y vienen los productos culturales —cine, series, literatura, música— que hacen circular ese imaginario, la fantasía de la figura del narcotraficante, alimentada por las series de televisión magnifican y promueven en el espectador el deseo codicioso y una fascinación fantasiosa absurda de ver a los traficantes como dueños del país.
En el campo literario la corriente más comercial de la novela negra representa consecuentemente la visión de un México en el que, una multiplicidad de carteles, controlan regiones enteras por encima de las disminuidas configuraciones estatales vulneradas por el poder que corrompe el capital global clandestino.
En la narcocultura los niños y adolescentes violentados por este estereotipo sueñan con ser un día jefe de jefes. O si esas son sus circunstancias no les queda de otra más que sobrevivir ponerse a matar, trabajar para el narco y ascender en la escala de sicario a cabecilla.
“Se empezó a hablar de una guerra contra el narco cuando no había tal cosa y cuando desde luego los traficantes no suponían esa violencia, no percibíamos siquiera el narcotráfico como un problema de seguridad. Es el presidente Carlos Salinas el primero que dice “sí, en efecto, los narcos son una amenaza a la seguridad nacional”. Algo que jamás había ocurrido en las presidencias anteriores. A Miguel de la Madrid el narco no le preocupaba de ningún modo, porque estaban al servicio del sistema.
Mucha de la violencia que estamos experimentando en realidad es producto de la política de seguridad más que de la actividad de los traficantes. Es posible aceptar esa premisa si se observa, por ejemplo, las tasas de homicidios que precedían a la militarización. En México, de 1997 a 2007 el homicidio descendía.
Es muy significativo cómo la narrativa del narco se va desplazando a otras zonas de la agenda de seguridad nacional. Ahora se habla del cartel “diversificándose”: se ocupa del tráfico de drogas, pero también del contrabando de aguacate, la trata de migrantes, el cobro de piso, la extorsión… Eso que llamamos cártel se convierte en un significante vacío, es decir, es un cascarón que se va a resignificando una y otra vez de diferentes narrativas. Puede haberse declarado el fin de la guerra contra el narco, pero no termina la militarización. Hay una inercia de los operativos antinarcóticos que sigue ocurriendo. Hay un tipo de tensión entre el discurso oficial y la máquina de hacer guerra que es nuestro Ejército.
Criticamos el militarismo, pero al mismo tiempo hacemos muy poco por criticar la lógica que sustenta la razón militar y es la que responde a la lógica de la guerra contra el narco”.
Explica Oswaldo Zavala, periodista, escritor e investigador en su libro “Los carteles no existen”.
Entonces ¿Han construido a través de los años ese discurso, haciéndonos creer que vivimos en un estado de guerra? En sí lo que promueve esta lógica de guerra es el exterminio. Y la seguridad nacional un discurso militarista violento que se descarga en contra de la sociedad y que tiene múltiples enemigos porque fabrica enemigos en su lógica de guerra.
Al mismo tiempo en estos ejes narrativos de poder, los feminicidios aumentan. La pregunta obligada ¿por qué nos están matando?
Escrito en el cuerpo de las mujeres está la violencia doméstica, en el espacio público, la vida de las mujeres somos la moneda de cambio. Diariamente un promedio de diez mujeres, son asesinadas. En la última semana de principios de noviembre, Ariadna Fernanda y Mónica Citlalli en Morelos Jazmín Zárate en Oaxaca. María del Carmen Vázquez en Guanajuato (madre buscadora). Razones hay muchas, la del machismo, por la impotencia del hombre y su incapacidad de dominación al no cubrir su aspiración económica, física, sexual, y la necesidad de ser proveedor.
“En el escenario sociopolítico hay que desmontar el mandato masculino, sin mandato de masculinidad no hay reclutamiento para la mano de obra bélica” Rita Segato, Antropóloga, escritora y activista.
La simbología de las desapariciones forzadas, provienen de la misma estrategia de terror empleada en los feminicidios. Con eufemismo se le nombra “levantones”, “secuestros”, “privación de la libertad”. Y hasta muy recientemente “desaparición forzada”. Se han descifrado intereses sociopolíticos, económicos, como posibles razones.
Nadie debería ser llamado al engaño: la desaparición forzada no es un acontecimiento casual, sino que constituye una verdadera estrategia a lo largo de todo el territorio, que es funcional al Estado, a través de la cual se benefician las instituciones corrompidas, la delincuencia organizada e incluso corporaciones trasnacionales.
“En el escenario de las desapariciones forzadas, una parte importante ocurrida en los últimos años, podría estar relacionada con al menos dos aspectos: en primer lugar, el interés de provocar terror entre las comunidades donde se asientan intereses económicos derivados de la extracción de recursos naturales en segundo lugar, la continuidad de una Guerra Sucia que intenta eliminar a personas que pertenecen a movimientos sociales, líderes comunitarios que se oponen a los megaproyectos, activistas que organizan al pueblo contra la explotación de su tierra y periodistas incómodos”. Menciona Federico Mastrogiovanni, periodista y escritor en su libro “Ni vivos ni Muertos”.
En resumen, lo que ocurre en México es una descomposición política, social, institucional, económica, que se desarrolla gracias a una red de complicidades. Y la argucia de la autoridad pública es atribuir toda la violencia al narcotráfico.