Ciudad de México, diciembre 9, 2025 19:59
Cultura

Paco Ignacio Taibo y la misoginia que no cabe en una caja de libros

El FCE excluye a escritoras mexicanas en una colección masiva para América Latina

Escritoras y colectivos feministas denuncian sesgo de género institucionalizado.

El editor y escritor, fanático adulador de Pancho Villa y el Che Guevara, considera que hay mayor calidad en los hombres que en las mujeres.

STAFF / LIBRE EN EL SUR

El Fondo de Cultura Económica (FCE) lanzó una campaña internacional para distribuir 2.5 millones de libros en bibliotecas comunitarias de 14 países latinoamericanos con el objetivo de promover la lectura entre jóvenes. La noticia se presentó como un logro cultural del gobierno federal, pero casi de inmediato apareció la grieta: de los 27 títulos seleccionados, solo 7 son de autoras mujeres, lo que equivale a apenas el 26% del total, una cifra que llamó la atención por su evidente disparidad.

Al ser cuestionado públicamente sobre la baja representación femenina, el director del FCE, Paco Ignacio Taibo II, respondió con una declaración que se volvió viral en cuestión de horas:

“Un poemario escrito por una mujer, horriblemente asqueroso de malo, por el hecho de haber sido escrito por una mujer, no merece que se lo mandemos a una sala comunitaria…”

Taibo defendió que la selección fue estrictamente literaria y que la colección recupera el espíritu del boom latinoamericano, un movimiento dominado por autores varones por razones históricas. Sin embargo, el argumento fue cuestionado por especialistas y escritoras que recordaron que la literatura mexicana actual cuenta con autoras de enorme reconocimiento internacional, premios y traducciones, y cuyo trabajo representa de manera sólida a la literatura del país. Nombres como Cristina Rivera Garza, Fernanda Melchor o Guadalupe Nettel —referentes ya no solo locales, sino regionales y globales— quedaron fuera del listado.

Las reacciones del gremio literario no tardaron en tomar fuerza. La poeta María Rivera criticó públicamente lo que calificó como una postura institucional condescendiente hacia la escritura femenina. Myriam Moscona subrayó que sus palabras se pronunciaban desde un cargo público con impacto en la escena cultural internacional, no desde un ámbito privado. Y Alma Delia Murillo cuestionó directamente la idea de inferioridad literaria en obras escritas por mujeres. Las tres coincidieron en que la representación femenina no puede ser tratada como excepción, menos dentro de una institución que se sostiene con dinero público.

La controversia se amplificó porque el FCE no es una editorial cualquiera. Fundado en 1934, su catálogo funge como carta de presentación cultural de México dentro y fuera del país. Por ello, la selección de obras que se difunden internacionalmente tiene un efecto simbólico profundo en cómo se conoce y se reconoce la literatura mexicana entre nuevas generaciones lectoras. Cuando la mitad de la población queda representada apenas en una cuarta parte de la colección, el mensaje que se proyecta es motivo de cuestionamiento.

El tema adquirió dimensión política porque ocurre durante el primer gobierno encabezado por una mujer en México. La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo anunció que se prepara una colección complementaria integrada exclusivamente por autoras para equilibrar la balanza. Hasta el momento, sin embargo, no hay una revisión confirmada de la selección original ni ajustes públicos a los criterios editoriales aplicados en el FCE. Esta respuesta ha sido considerada insuficiente por especialistas en políticas culturales, quienes reclaman mayor transparencia y criterios editoriales que reflejen la evolución del panorama literario nacional.

El episodio deja varios puntos abiertos. Queda por definir si el FCE hará públicos sus procesos de curaduría y si adoptará una visión más amplia de la calidad literaria, acorde con las transformaciones culturales contemporáneas. También habrá que observar el alcance real de la colección de autoras anunciada: visibilidad, presupuesto y distribución. Y será importante monitorear cómo se asume en el extranjero esta representación parcial de la literatura mexicana, especialmente cuando se dirige a una población juvenil en formación de criterio y sensibilidad.

En un México que presume equidad y transformación, la política editorial del Estado se coloca bajo escrutinio público. La igualdad no se sostiene en slogans, sino en decisiones concretas: qué libros se envían, qué voces se escuchan, qué historias se legitiman. Esa es la verdadera medida del cambio.

Porque aunque se intente empacar en silencio, la misoginia no cabe —ni debe caber— en una caja de libros.

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