Ciudad de México, junio 25, 2025 14:37
Opinión Oswaldo Barrera Revista Digital Junio 2025

Perfil urbanista

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La traza actual no permite contar con los debidos carriles para bicicletas sin que invadan el espacio destinado exclusivamente para los andantes o que, a su vez, se vean interrumpidas por el paso imprudente de vehículos”.

POR OSWALDO BARRERA FRANCO

Dedico este texto a la memoria de Roberto Eibenschutz Hartman, quien como arquitecto y docente, además de su distinguida labor cuando colaboró con el gobierno del entonces Distrito Federal, marcó un hito en la profesión a la que le dedicó su vida.

Las ciudades no son sólo agrupaciones de viviendas y edificios de usos diversos en medio de una trama vial. No son marcas comerciales que responden únicamente a intereses económicos. Son comunidades vivas, que funcionan como un organismo que crece y va cambiando. Tienen historia y una identidad, la cual se transforma a partir de las mismas actividades que le dieron origen y ha ido adaptándose a cambios sociales y políticos, aunque ahora parece responder más a cuestiones económicas.

Lo anterior podemos verlo con el surgimiento de grandes conjuntos en los que se les da preferencia a viviendas incosteables para la mayoría, en lugar de aquéllas de interés social –como alguna vez fue la norma, lo que dejó grandes ejemplos de este tipo de arquitectura–, pero eso sí, dotadas de elementos que fomentan la exclusión con su entorno. De esta manera, los antiguos barrios y las colonias en las que uno creció se ven salpicados, como señales de una enfermedad, por estos conjuntos que desplazan a los habitantes originarios y rompen las dinámicas poblacionales mantenidas por generaciones.

Con el argumento de la concentración de servicios para contar con una infraestructura más eficiente, al aglutinar en menos espacio a una cantidad mayor de población, se pierde la identidad vecinal y se crean burbujas de cohabitantes que sólo se conocen cuando coinciden en los elevadores, gimnasios o salones de sus fastuosos edificios con alberca, en una ciudad, como la de México, que tiene una fuerte carencia de agua, la cual se padece cada vez más conforme más torres de departamentos brotan por todos lados, o que carece del drenaje suficiente para la salida de aguas de desecho de cientos de personas donde antes había casas unifamiliares.

La movilidad en el ámbito urbano es un reto aparte que debe solucionarse a la par del crecimiento de la ciudad. Un transporte público eficiente es el sueño de muchos, pero la realidad nos abruma al tener que sufrir por vagones de metro saturados, por estaciones en mal estado y descuidadas, por la falta de seguridad y la violencia siempre latente al viajar de un lado a otro. De ahí la importancia de seguir alentando el transporte alternativo, con el uso de bicicletas, por ejemplo, con las que uno pueda desplazarse sin temor de ser atropellado o de chocar con un peatón desprevenido.

Es innegable, la traza actual no permite contar con los debidos carriles para bicicletas sin que invadan el espacio destinado exclusivamente para los andantes o que, a su vez, se vean interrumpidas por el paso imprudente de vehículos. Aquí, además de infraestructura, se requiere una constante cultura vial que inculque el respeto entre usuarios y peatones, además del debido rigor en cuanto a la observancia de los reglamentos de tránsito.

Por otro lado, el perfil urbano, cada vez más rápidamente, se ve modificado y se complica reconocer los espacios que nos eran familiares, al ser sustituidos por edificaciones que nos son ajenas, artificialmente impuestas o que no se adecuan a las dimensiones ni la estética del lugar que han invadido. Donde alguna vez hubo calles tranquilas, con un fuerte arraigo y niños jugando en ellas, ahora hay ruidosos espacios de circulación para automóviles que van de paso y ni siquiera cuentan con espacios de estacionamiento suficientes, lo que ha llevado a una privatización de las vialidades en supuesto beneficio de los habitantes del rumbo, pero que igual carecen de agua suficiente y luminarias en buen estado, o encuentran afuera de sus casas y en sus trayectos aceras deficientes y sucias.

Una ciudad conforma un ente comunitario que, como primicia, es habitable, permite una convivencia sana y el desarrollo de un red vecinal amplia y dinámica, y responde a principios de urbanidad y socialización; en resumen, es un lugar en el que todos sus habitantes, así como quienes la visiten, tienen la oportunidad de crecer individual y colectivamente. Por ello, lo reafirmo, constituye ante todo una comunidad que debe identificarse con sus espacios públicos, para cuidarlos y enriquecerlos, para fomentar relaciones cordiales entre quienes viven y circulan por ella, para hacer de ésta un lugar donde podamos recrearnos, transportarnos y vincularnos en armonía con nuestro entorno.

Los buenos urbanistas lo entienden bien. Conciben las ciudades más allá de lo que los demás alcanzamos a ver. Las conocen desde sus entrañas y comprenden su importancia en un plano incluso regional, no como entidades aisladas, sino como parte de una planeación que relaciona lo urbano con lo rural, lo individual con lo colectivo y lo pasado y presente con lo futuro.

Por ello, personajes como el arquitecto Eibenschutz Hartman, quien por muchos años fue un referente entre los urbanistas de México, merecen nuestro reconocimiento al buscar que nuestras ciudades, nuestros espacios de convivencia y crecimiento, sean un reflejo de nuestro aprecio por ellas, mientras las sigamos reconociendo como los lugares en los que todos tenemos algo que aportar. Gracias, arquitecto.

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