Ciudad de México, abril 25, 2024 02:48
Ana Cecilia Terrazas Dar la Vuelta Opinión

DAR LA VUELTA / Especies de compañía

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Todas las personas que salen a caminar, porque quieren, deben o tienen que salir a pasear al parentesco canino sabrán que dar la vuelta para estos propósitos tiene aristas maravillosas, impredecibles e inigualables socio zoológicamente hablando y también para la salud emocional, para alegrar el corazón.

POR ANA CECILIA TERRAZAS

Todas las personas que salen a caminar, porque quieren, deben o tienen que salir a pasear al parentesco canino sabrán que dar la vuelta para estos propósitos tiene aristas maravillosas, impredecibles e inigualables socio zoológicamente hablando y también para la salud emocional, para alegrar el corazón.

Si se observa con detenimiento, se verá que persona y perro (o perra) constituyen frecuentemente un binomio singular. Más allá del cliché, la gran mayoría de las y los canes se parecen a sus dueñas o dueños o viceversa, como se quiera apreciar, porque la comunicación no verbal y el entendimiento entre ambos les va hermanando la apariencia, los mimetiza una suerte de danza común, esa comunicación única y especial.

Dar la vuelta cuando se va a acompañando o se es acompañado por otra especie como la canina implica casi siempre socializar con las personas que también están siendo paseadas por otros perros.

Si bien cada can tiene una personalidad muy distinta, lo prácticamente imposible será encontrar a alguno que no quiera salir (salvo que esté enfermo o sea demasiado grande y no pueda moverse) a la calle con su pareja humana.

Ir a dar la vuelta para un perro o perra es equivalente a vivir; es poder colocarse o situarse en el mundo a partir del olfato; parece que, si los humanos tenemos 6 millones de receptores olfativos, los perros tienen 300 millones[1]. Salir siendo perro significa poder ubicarse en este tejido orgánico llamado Tierra-espacio-tiempo; también significa saber quién pasó antes por esos lugares, por qué razones lo hizo, con qué salud e intenciones. Poder olfatear las huellas es leer el pasado, el futuro, el presente y en suma se trata de definir quién es quién y para dónde vamos.

Ahí afuera, en las banquetas, en los arbustos, árboles y postes, en todos los rincones, están los rastros y los rostros humorosos del otro, de la otra, de la vida universal, de la biología y fenomenología que ha transitado un día, otro día, otro más. Todo eso se puede y se debe oler si se es perro.

Dentro de la casa hay protección, alimento y abrigo (lo cual no es menor) pero no deja de ser, eventualmente, un lugar conocido, territorio sin sorpresas, ámbito explorado.

En la calle es en dónde está verdaderamente toda la nueva información, las notas y noticias, lo divertido, entretenido, importante y esencial. Por eso, tantísimos perros –los que pueden hacerlo– cuando no están dando la vuelta pasan el día mirando a través de la ventana, las rejas o barrotes, para ver quién pasa, cómo pasa y a qué horas o con qué motivo.

Dar la vuelta cuando se va a acompañando o se es acompañado por otra especie como la canina implica casi siempre socializar con las personas que también están siendo paseadas por otros perros.

Entresaco del Manifiesto de las especies de compañía de Donna Haraway, en el capítulo titulado “Relaciones de amor”, para parafrasear anteponiendo el sujeto Dar la vuelta con un perro o perra es equivalente “al placer profundo, incluso a la alegría, de compartir mi vida con un ser diferente, cuyos pensamientos, sentimientos, reacciones y probablemente necesidades de supervivencia son diferentes de los nuestros”.


[1] https://www.nytimes.com/es/2016/10/13/espanol/un-paseo-enriquecedor-con-un-perro-y-su-sentido-del-olfato.html

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