Rinden homenaje de cuerpo presente a Manuel Sandoval, vecino ejemplar de San Pedro de los Pinos
Don Manuelito con vecinos, afuera de su casa en Avenida 2. Foto: Facebook
Fue memoria viva de la colonia y defensor incansable de su identidad
Participó activa y entusiastamente con ‘Libre en el Sur’
La comunidad que fue su familia lo despide este sábado a las 5 de la tarde en la iglesia de San Vicente Ferrer, en San Pedro.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
Manuel Sandoval, don Manuelito para todos en San Pedro de los Pinos, nació en 1947 y murió solo, en su cama, en la casa que durante décadas fue una referencia silenciosa de la colonia. La policía lo encontró el martes 9, después de que los vecinos —preocupados por su ausencia inusual— dieron aviso. Tuvieron que romper la cadena de la entrada. Nadie quería hacerlo, pero era necesario.
Don Manuel era, muy probablemente, el último habitante originario de la colonia con un conocimiento detallado de su historia. Vivió siempre en la misma casa, primero con sus padres y abuelos, y luego solo, custodiando una memoria que parecía no caber ya en los nuevos ritmos del barrio. Vivía literalmente a unos pasos de las casas de los dramaturgos Vicente Leñero y Emilio Carballido, con quienes, por supuesto, coincidió en el tiempo. Ese cruce discreto entre la vida barrial y la historia cultural del país también formaba parte de su relato cotidiano.
Era una persona bonachona, siempre sonriente, de trato fácil. Solía usar una gorra, casi como una extensión de su carácter sencillo, y le encantaba platicar. Bastaba detenerse unos minutos para que desplegara anécdotas, recuerdos, nombres, escenas del San Pedro que fue y del que iba desapareciendo. Sus historias —sobre calles, familias, comercios, transformaciones y personajes— las contaba con pasión y sin prisa, como quien sabe que la memoria se pierde si no se comparte.
Su casa es una de las más características y queridas de San Pedro de los Pinos. Basta decir la de los mosaicos para que cualquiera sepa a cuál se alude. En Navidad se volvía imposible no detenerse frente a ella: don Manuelito la llenaba de luces con una paciencia casi infantil, como si cada foco fuera una manera de seguir conversando con el barrio. En el patio, cuya jardinería cuidaba él mismo con esmero —salía a trabajar con sus tijeras podadoras como quien cumple un rito cotidiano—, colocaba nacimientos, figuras, pequeños gestos de celebración. Siempre estaba ahí la Virgen de Guadalupe. Siempre.

Pero don Manuel no era solo memoria: era compromiso. Fue jefe de colonia, sí, pero sobre todo un líder vecinal sobresaliente, no por el protagonismo —que no le interesaba—, sino porque siempre estaba. Alegre y discreto a la vez, aparecía en cada reunión importante de la colonia y también en las de la zona poniente de la alcaldía Benito Juárez. Su compromiso se extendía a Nápoles y a las colonias de Mixcoac, donde había estudiado la secundaria en la Leopoldo Ayala, en la calle de Goya.
Más tarde se formó como psicólogo en la UNAM y, en sus últimos años, volcó su vida a la participación cívica cotidiana: la defensa de los árboles, el cuidado de los parques, la exigencia de seguridad pública, el rescate del kiosco del parque Pombo —que consideraba su tesoro— y la atención constante al jardín Miraflores. Su activismo no era estridente; era persistente, de presencia constante.
Participó activa y entusiastamente con el periódico Libre en el Sur cuando aún era impreso. Él mismo acudía a repartir, casa por casa, cada una de las ediciones: doscientos, a veces trescientos ejemplares cada mes. De sus historias surgieron textos entrañables sobre la identidad de la colonia: las pirámides y los baños de la hija de Moctezuma, la historia del kiosco, los ahuehuetes sembrados en Miraflores. Don Manuel no solo recordaba el barrio: ayudó a que el barrio se contara a sí mismo.
Murió solo, sí. Pero no aislado. Porque la colonia lo sabía suyo. Por eso, este sábado, los vecinos lo despedirán de cuerpo presente en la iglesia de San Vicente Ferrer, a las 5 de la tarde, a unos pasos de su casa, en la calle 2 de San Pedro de los Pinos. Caminarán esas cuadras cortas con la certeza de que no se trata solo de un funeral, sino de un acto de gratitud.
El homenaje que se realizará en la iglesia de San Vicente Ferrer no puede ser más acertado, pues los vecinos de San Pedro de los Pinos fueron su familia.
Don Manuelito no fue una figura pública ni buscó serlo. Fue algo más raro y más necesario: un vecino verdadero, de los que sonríen, escuchan, conversan y sostienen la vida de un barrio casi sin que se note. Y eso, en estos tiempos, también es una forma profunda de permanecer.

















