Robert Francis Prevost (Léon XIV), el nuevo Papa de Chicago que hereda la Iglesia de Francisco

Tiene ascendencia francesa y española; es progresista aunque moderado, conciliador
Francisco no le confió cualquier oficina. Le encargó la selección de los obispos, nada menos que los responsables directos de guiar a las diócesis en cada rincón del planeta.
STAFF / LIBRE EN EL SUR
El humo blanco volvió a cruzar los tejados de la Capilla Sixtina. Esta vez, el nombre que susurraron los cardenales no fue italiano, africano ni europeo del este, como en otras quinielas. Fue un nombre inesperado por su pasaporte, pero profundamente familiar en el corazón pastoral de América Latina: Robert Francis Prevost, el nuevo Papa que sucede a Francisco con el encargo más claro posible: continuar su legado sin imposturas.
Nacido en Chicago en 1955, de herencia profundamente agustiniana, Prevost ha sido algo más que un clérigo norteamericano. Ha sido misionero en Perú, obispo en Chiclayo durante casi dos décadas, y más recientemente prefecto del Dicasterio para los Obispos: la maquinaria más decisiva para moldear el futuro de la Iglesia católica a nivel global.
Y es que Francisco no le confió cualquier oficina. Le encargó la selección de los obispos, nada menos que los responsables directos de guiar a las diócesis en cada rincón del planeta. En palabras del propio Papa emérito, ese es el puesto donde se decide “qué tipo de Iglesia se construye a largo plazo”. No es un puesto decorativo, es la llave que abre el alma institucional del catolicismo.
Prevost asumió esa misión con un criterio claro: pastores con olor a oveja, como decía Francisco, alejados del clericalismo rígido y cercanos al dolor de los pobres. Fue así como empezó a reorganizar los nombramientos con un filtro más sinodal, más sensible a los contextos sociales, menos preocupado por la obediencia doctrinal y más interesado en la autenticidad pastoral.
Su perfil parecía de transición, pero en realidad fue de siembra. Bajo su liderazgo en el dicasterio, empezaron a emerger obispos que hablaban de justicia ambiental, migraciones, feminización de la pobreza y ecología integral. No eran “revolucionarios”, pero tampoco eran curas de sacristía. Eran, como él mismo, hombres de frontera.
Por eso su elección como Papa no sorprende a quienes han seguido de cerca la transformación vaticana desde 2013. Su nombre ya era susurrado como uno de los herederos legítimos de Francisco, no por cálculo político sino por visión compartida. Ambos son reformistas moderados, pastores antes que teólogos, misioneros antes que burócratas. Y, sobre todo, ambos han tenido una sensibilidad latinoamericana como brújula moral.
Prevost estudió matemáticas, filosofía y teología, pero fue en las calles de Perú donde aprendió el verdadero arte de la misericordia. Su paso por Chiclayo no fue el de un obispo encerrado en la curia, sino el de un servidor que entendía que la fe no se predica solo desde el púlpito, sino desde la compasión concreta.
Ahora, con el nombre pontificio de León XIV, la Iglesia entra en una nueva etapa sin romper con la anterior. Si Francisco fue el Papa que se atrevió a cambiar el tono y el rostro del Vaticano, Robert Francis Prevost será el que tal vez consolide esa transformación con el tejido fino de las estructuras.
El Papa de Chicago, el misionero del norte con alma del sur, asume el Trono de Pedro con un encargo nada menor: preservar el espíritu de la reforma sin perder la unidad. Solo así se prolongaría la voz de Francisco.