SALDOS Y NOVEDADES / Tres siglos no son nada…
La peste. Tomada de welcomecollection.org
Con todos los avances científicos, tecnológicos y sociales logrados en 357 años los humanos del siglo XXI han sido incapaces de huir de una peste contemporánea.
Por Gerardo Galarza
Hace 350 años, 357 para ser exactos, no existían las bombillas de luz (los focos, decimos ahora); ni las máquinas de vapor, muchos menos las de combustión interna: ni había periódicos, mucho menos teléfonos; las revoluciones Industrial y Francesa, con sus inventos, la primera, y sus derechos políticos, sociales y humanos, la segunda, tampoco; no había vacunas ni las medicinas de hoy; peor, en 1665 Londres sufrió una epidemia de peste bubónica, que causó un grave daño: una cuarta parte de sus habitantes y de poblaciones aledañas murieron por esa causa, en poco más de nueve meses.
La “Gran Plaga” le llaman los historiadores. La Peste, pues.
Hoy, pese a los avances científicos y tecnológicos de los 357 años recientes (haga usted cuentas de todo lo que se ha descubierto e inventado en ese tiempo; no más como dato insignificante puede anotar que la refrigeración casera data de 1929, es decir apenas hace 93 años), está claro que la humanidad poco ha aprendido.
“…al recordar todo esto, no aspiro más que a dejar constancia de los hechos, y a decir que lo que ocurrió fue así” (p. 53), dice H. F., a través de Daniel Defoe (sí, el mismo autor de Robinson Crusoe), en el Diario del año de la peste, cuya primera edición data de marzo de1722, es decir de hace 300 años. Y hoy esta más vigente que nunca.
En 359 páginas de una hermosa y cuidada edición en pasta dura y muy barata de la Librería Gandhi, usted encontrará en la crónica-novela o la novela-crónica, como quiera, de Defoe una relación detallada de la vida de Londres durante la peste de 1665, similar a la del Covid en el 2019-2022.
Leamos, pues, algunos párrafos del diario de H.F. “reproducidos” por Defoe en la brevedad de este espacio. Usted sabrá bien porqué se eligieron:
“Claro está que, si todas las personas infectadas hubieran estado recluidas en sus casas, no habrían podido contaminar a ninguna persona sana, porque no habrían podido acercarse a ellas” (p. 228-229).
“Me he preguntado con frecuencia, y yo no siempre sé dar una buena respuesta, cómo era posible que circularan libremente por las calles tantos infectados, cuando se buscaban con tanto rigor las casas infectadas, y todas ellas se hallaban clausuradas y vigiladas” (p. 239)
“La verdad es que algunos de ellos pagaron su audacia temeraria con sus propias vidas; fueron muchísimos los que cayeron enfermos, y los médicos tuvieron más trabajo que nunca, con la única diferencia de que sus pacientes se restablecían en muchos casos; es decir, generalmente se restablecían, pero sin duda había más gente contaminada y enferma; entonces, cuando no morían más que mil o mil doscientas personas cada semana, que cuando morían cinco o seis mil por semana. Hasta tal punto llegó la imprudencia de la gente en esta importante y peligrosa cuestión de salud y de la infección, que se mostraba reacia a aceptar o seguir los consejos de quienes le prevenían por su bien”. (p. 332)
“Este proceder irreflexible e impudente costó la vida a muchos que antes habían tenido las mayores precauciones, se habían encerrado en su casa y se habían asilado, por decirlo así, de todo género humano, y que gracias a estas medidas, y mediando la providencia de Dios, habían evitado contraer el mal en los peores tiempos de la epidemia”. (pág. 328)
“Y aquí debo hacer una observación más que puede ser útil a nuestros descendientes, relativa al modo en que se contaminaban los unos a los otros; me refiero a que no eran sólo los enfermos los que transmitían la peste a las personas sanas, sino que también los sanos la contagiaban. Me explicaré; llamo enfermos” a los que tenían los síntomas “y llamo sanos a los que ya habían recibido el contagio y en realidad llevaban” la enfermedad sin que se dieran cuenta y “tales personas exhalaban la muerte por todas partes, y sobre todo al que se les acercara…” (págs. 274-275).
“Claro está que, si todas las personas infectadas hubieran estado recluidas en sus casas, no habrían podido contaminar a ninguna persona sana, porque no habrían podido acercarse a ellas” (págs. 228-229).
“Me he preguntado con frecuencia, y yo no siempre sé dar una buena respuesta, cómo era posible que circularan libremente por las calles tantos infectados, cuando se buscaban con tanto rigor las casas infectadas, y todas ellas se hallaban clausuradas y vigiladas” (pág. 239).
También:
“Toda suerte de oficios manuales de la ciudad, tanto si se trataba de artesanos como de tenderos, como ya he dicho antes, se encontraban sin empleo, y esto fue a causa de que se despidieran y se quedaran en la calle innumerables empleados y trabajadores de todas clases, pues en sus respectivos oficios sólo se hacía lo que se podida considerar estrictamente indispensable”, (p. 321)
Además:
“Yo diría que cuarenta días es mucho más tiempo del que necesita la naturaleza para luchar contra un enemigo como éste sin vencerlo o sucumbir. Y según mi propia experiencia, un enfermo no creo que pueda estar contaminado hasta el punto de ser peligroso para los demás más de quince o dieciséis días, como máximo” (p.285).
Sin vacunas, medicinas, antibióticos; ni internet y por lo tanto ni celulares, whatsapps, correos electrónicos, redes sociales; ni siquiera periódicos, radio o televisión, H.F., (quienes los historiadores de la literatura creen que pudo ser un tío de Defoe o que éste “inventó” su diario) decreta que: “…el mejor remedio contra la peste es huir de ella” (p. 285).
Con todos los avances científicos, tecnológicos y sociales logrados en 357 años los humanos del siglo XXI han sido incapaces de huir de una peste contemporánea y, desde la soberbia, en un país llamado México fue considerada como una “gripita”.
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(Las páginas citadas corresponden a la edición de Gandhi del Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, publicada en 2021)